El mundo del espionaje ha inspirado obras que hablan de supuestas vidas llenas de adrenalina. Pero, como afirma Max Hastings en La guerra secreta (Crítica), donde repasa con profusión de datos el período de la Segunda Guerra Mundial, más bien se trata de una labor rutinaria, poco lucida y, para colmo, incapaz de obtener datos capaces de superar a una atenta lectura de la prensa autóctona.
Claro que, como en todo, hay excepciones, y el propio Hastings señala uno: el agente soviético Richard Sorge, que fue en la realidad todo lo que un espía de la ficción querría ser. Nacido en Bakú en 1895 de padre alemán y madre rusa, combatió en la Primera Guerra Mundial con el ejército del káiser, pero tras caer herido sintió la revelación del comunismo. En 1924 huyó a Rusia con su esposa, Christiane Gerlach, y ambos fueron captados como agentes. Ella pronto le abandonó, aunque sin divorciarse, harta de sus continuas conquistas amorosas.
Amiguitos nazis
Tras pasar por China, en 1933 fue destinado a Tokio pero, para obtener una adecuada tapadera, se instaló primero en Alemania, donde consiguió que el editor de una publicación nazi le mandara de corresponsal a Japón con una carta de recomendación para la embajada. No contento con eso, ingresó en el Partido Nacionalsocialista. Una vez en Tokio, se granjeó rápidamente la confianza del embajador alemán y de su hombre clave, el coronel Ott (lo que no fue obstáculo para que, paralelamente, comenzara un tórrido romance con la mujer de éste).
Se hizo famoso por su costumbre de circular en moto a gran velocidad por la ciudad, por beber ingentes cantidades de alcohol y por llevarse a la cama a toda mujer que se le ponía a tiro
Se dedicó a acumular información sobre Japón, que ofrecía a la embajada alemana para, a cambio, obtenerla sobre el Reich y enviarla a Rusia. Un funambulismo constante que no parecía tener mucho futuro. Pero, sorprendentemente, sí que lo tuvo, y de hecho el juego se complicó aún más: Ott le llevó como asesor a una gira por Manchuria en 1934, y Sorge redactó el informe de la visita para Berlín.
Como dice Hastings, para entonces se había convertido "en un personaje famoso en los círculos sociales, periodísticos y diplomáticos de Tokio por su costumbre de circular en moto a gran velocidad por la ciudad, por beber ingentes cantidades de alcohol y por llevarse a la cama a toda mujer que se le ponía a tiro". "Las labores del espionaje deben realizarse con valentía", decía. Todos los que trabajaban para él, hombres y mujeres, parecían caer hipnotizados bajo su irresistible magnetismo personal.
Sin dentadura
Llegó a tener despacho propio en la embajada alemana, lo que le permitía fotografiar sin agobios los documentos que luego pasaba a Moscú. Sobrevivió a una batida de las autoridades japonesas en 1936, en la que un colaborador suyo fue brutalmente torturado sin que llegara a delatarle. Logró información de primera mano sobre las negociaciones del pacto entre Alemania y Japón, y asesoró al ejército germano en la contienda chino-nipona. A su vez, Ott le facilitaba información sobre el despliegue japonés en la frontera con la URSS, que él enviaba inmediatamente a un Moscú que seguía financiándole su trepidante tren de vida. Para rematar la faena, un miembro de su red fue nombrado asesor de Tokio en Manchuria.
Ott fue designado embajador en 1938, y Sorge pasó a redactar los borradores de los despachos para Berlín, que compaginaba con los suyos a Moscú. Al cumplir 43 años, recibió de regalo una foto autografiada del ministro de exteriores Von Ribbentrop. Pero la tensión acumulada de mantener su falsa identidad fue desestabilizándole y arrojándole aún más al alcohol. Un brutal accidente de moto le hizo perder la dentadura y le obligó a comer el resto de su vida carne picada. Además, la Gestapo acabó desenterrando su pasado comunista y comenzaron las sospechas. Paradójicamente, el enorme caudal de información que pasaba a Moscú terminó siendo indigerible, y muchos de sus datos no llegaron a sus destinatarios. Tanto es así, que su acertada advertencia de un ataque inminente de Alemania a la URSS cayó en saco roto.
En 1941, finalmente los japoneses acabaron descubriendo su red y le detuvieron. Tras dos semanas en las que aguantó estoicamente los interrogatorios, repentinamente escribió a lápiz "he sido un comunista internacional desde 1925" y rompió a llorar. Ott seguía sin poder creérselo.
El 7 de noviembre de 1944 fue ejecutado con solemnidad; en el momento de morir ahorcado gritó en japonés por el Ejército Rojo, el Partido Comunista Internacional y el soviético. Ni rusos ni alemanes quisieron saber nada de su cadáver, y fue enterrado en el patio de la prisión de Sugamo, en Tokio. En 1949, Hanako Ishii, su amante japonesa más duradera, hizo que exhumaran su cadáver, lo incinerasen y lo enterraran en el cementerio de Tama. Conservó sus gafas y su cinturón y se hizo un anillo con el puente de oro de su dentadura, que portaría hasta su muerte en el 2000.