La casa que Ernest Hemingway poseía en Ketchum, Idaho, vio los últimos años de su vida. A comienzos de los sesenta el escritor se volvió paranoico y pensaba que el FBI lo espiaba, sus alucinaciones llegaron hasta tal punto que llegó a hacer guardia con una escopeta vigilando el exterior de su casa. En el verano de 1961 el escritor falleció de un disparo en la cabeza, todas las pruebas apuntaban al suicidio.
Años más tarde, un jovencísimo Hunter S. Thompson fue a investigar la muerte para un periódico local hoy ya desaparecido. Visitó la casa donde el escritor había fallecido y paseó por el pueblo buscando pistas y testimonios. Sin embargo, cuando se fue de Ketchum se llevó algo más que un reportaje. Thompson había cogido de la casa de Hemingway una cornamenta montada, fruto de las múltiples cacerías del escritor.
Admiraba mucho a Hemingway y se sentía avergonzado
Thompson pasó su juventud de cárcel en cárcel por los robos que frecuentemente cometía. Después creó el periodismo gonzo donde el reportero se vuelve sujeto y catalizador de la acción. Thompson contaba historias metiéndose de lleno en ellas, pero sobre todo viviéndolas. El libro que lo lanzó a la fama Ángeles del Infierno cuenta el año que pasó el periodista con la banda de moteros norteamericanos que representaba un ejemplo de rebeldía juvenil. Thompson bebió cientos de litros de cerveza, se compró una moto y acabó con la nariz rota. Pero el libro fue un éxito. Años después lo mandarían a Hawai para hacer un reportaje sobre una maratón, una excusa para el periodista para correrse una buena juerga con sus colegas destroyers y, de paso, contar a través del dios Lono la idiosincrasia, desigualdades e historias de la isla. A Thompson se le conoce por su trabajo, por no entregar los reportajes a tiempo y por una vida canalla que marcó historia.
Su viuda, Anita Thompson, afirma a BroBible que su esposo cuando robó la cornamenta “se hizo un lío en ese momento”. “Admiraba mucho a Hemingway y se sentía avergonzado”. De hecho, según cuenta la viuda no colocó la cornamenta en un lugar llamativo de su casa de campo, en Aspen (Colorado), por el contrario, la puso en el garaje. Nunca fue un tema de conversación para el periodista ni las mostraba a sus amistades, ya que Thompson no se sentía orgulloso de su gesto impulsivo. “Hunter se dio cuenta de lo que había hecho cuando reflexionó sobre el lugar de Hemingway en la literatura”, explica Anita.
Desde el momento del robo un cartel guardaba la casa del periodista: "Por favor, no robar en esta casa, de parte del administrador"
Ahora 52 años después la cornamenta ha vuelto a los Hemingway. El nieto del escritor, Sean Hemingway, conocía la historia y comentó con otros miembros de la familia que sería conveniente tenerlas. La viuda, a sabiendas del arrepentimiento de su marido por el robo, condujo durante 11 horas para devolverlas a sus legítimos dueños.
A partir de este momento se podrá quitar el cartel que colgaba desde los sesenta en casa de los Thompson: “Por favor, no robar en esta casa, de parte del administrador”. Anita afirma que su marido lo puso “porque no puedes esperar que nadie se comporte bien en tu propia casa si tienes una obra de arte robada”.