En la brillante (pero poco conocida) Nadie está a salvo de Sam (Spike Lee, 1999), un jovencísimo Adrien Brody ejerce de punk oficial en un popular barrio de Brooklyn. Comunica al mundo su enemistad y disconformidad con el sistema mediante parches, pantalones ajustados, botas militares, el pelo de pincho y, en definitiva, todos y cada uno de los clichés que nutren la estética punk; incluyendo un enorme collar de pinchos que lleva atado a su cuello.
Sus conocidos y compañeros de vecindario, jóvenes de clase obrera obsesionados en seguir los cánones estéticos dictados por la industria cultural (lo cool en ese momento es la música disco y por tanto las americanas brillantes y las camisas de cuello de pico alargado), y cuya máxima aspiración en la vida es que llegue el sábado noche para quemar sus problemas en la pista de baile a ritmo de Bee Gees, se mofan constantemente de sus pintas y hacen escarnio de su rebeldía estética. Entonces nos encontramos con una escena bellísima en la que sus antiguos amigos le dicen entre risas que “pareces un perrito con ese collar”. A lo que Adrien, reivindicando a Adorno sin saberlo, responde sin inmutarse: “Tú también llevas un collar, sólo es que el tuyo no se ve”. Y se hace el silencio.
¿Hasta dónde hay que moderar el discurso para conseguir atraer a la gente sin terminar desdibujándose hasta ser irreconocibles?
El debate se puede presentar de Errejonistas contra Pablistas, de Coldplay frente a Bruce Springsteen, de Los Chikos del Maíz versus Vetusta Morla o de incluso, para los más nostálgicos, de bolcheviques frente a mencheviques. Pero el debate, aunque se quiera disfrazar de innumerables (y a cada cual más estrambótica) referencias culturales, es tan viejo como la izquierda y de nuevo tiene muy poco: ¿hasta dónde hay que moderar el discurso para conseguir atraer a la gente sin terminar desdibujándose hasta ser irreconocibles?
¿Amoldarse a la realidad o transformarla? Y en el interior de esa informe e inacotable masa de grises e innumerables gradaciones, se configuran las políticas concretas y las propuestas que, como tales y en última instancia, serán más o menos radicales. Como es obvio, a quienes se les ubica en la moderación se empeñan en insistir en que esa gradación que va del gris oscuro radical al blanco moderado, sencillamente no existe. Pero por mucho que se niegue una cosa, no deja de existir. Claro que hay propuestas radicales y propuestas moderadas. Y claro que existen formas agresivas de comunicación y formas más amables y comedidas. Y por supuesto que encontraremos distintas formas de relacionarse con el PSOE.
Despertar al cómplice
Si el problema fuera ese, el clásico radicales versus moderados, tendría fácil solución: la opción mayoritaria se haría con las riendas. Pero el problema es algo más complejo. En el clásico debate de la izquierda "revolución frente a reformismo", ambas partes tenían claro que, fuera por la vía insurreccional o por la vía de las urnas, la meta última y el nudo gordiano del asunto era convencer, concienciar o seducir a las masas obreras y campesinas, asumiendo por tanto la alienación brutal a la que eran sometidas por parte de la clase dominante. Aquello que Simone Beauvoir nos dijo de forma brillante: "El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos".
Los oprimidos se convierten en cómplices de los opresores y que lo son gracias a trabajos alienantes mal remunerados
Se trata pues de despertar, de quitar la venda, de concienciar desde ese afuera (porque hay una afuera y porque Marx nos dijo que la conciencia no brota en las mentes como la hierba en el jardín y hay que inculcarla desde un afuera) a todos aquellos que, siendo oprimidos, se convierten en cómplices de los opresores y que lo son, tampoco se nos olvide, gracias a trabajos alienantes mal remunerados, un ocio unidimensional e uniformador que nos satura y una serie de dispositivos e instituciones tales como los medios de comunicación, la Iglesia o la Familia. Surgió entonces la figura del agitador político, del sindicalista abnegado que hace trabajo de hormiga entre sus compañeros de fábrica, del líder estudiantil que arenga al resto de alumnos.
Traducido a nuestros días sería Matrix, donde una mayoría no es consciente de su condición (la realidad adulterada), frente a las cloacas del sistema por donde transita la nave Nabucondonosor de Morpheo donde unos pocos resisten (la realidad verdadera y tangible). El problema es que cuando el postmodernismo se convirtió en hegemónico, todo lo sólido se diluyó como lágrimas en la lluvia y donde antes había verdades incuestionables, ahora hay relativismo extremo.
El problema del debate en Podemos es que, sencillamente, escuchamos voces que niegan que exista un afuera: se niega que existe una realidad adulterada (Matrix) y de alguna manera se niega la verdad científica, la alienación.
Ser uno más
Por tanto, bajo ese punto de vista en el que no existe un afuera, no hay que convencer, concienciar o seducir, sino sencillamente ser uno más en el corpus social y el circo institucional. Ese afuera sólo se analiza en clave electoral: el afuera son únicamente los que no nos votan. La perspectiva cultural e histórica queda fuera de la ecuación, olvidando que existía un afuera antes incluso de la aparición de Podemos.
Como son pueblo y son de abajo, nos tienen que gustar y debemos promocionarlo. Cuestionarlo sería "enfrentar" a los que ya hay con los que faltan
Podría decirse que la derrota ha sido tan brutal, son tantas décadas sumidos en la oscuridad neoliberal que, sencillamente, algunos se han acostumbrado a esa oscuridad. Por tanto la alienación -elemento fundamental en toda teoría transformadora de corte emancipador- es negada, barrida por la ola relativista que tanto ha servido a los poderosos y tantos cargos en la academia ha generado. Bajo esta premisa que nos convierte en un partido más y nos aleja de posiciones transformadoras, el pueblo siempre tiene la razón, lo más terrible, no porque la tenga sino porque es el pueblo. Eso es un disparate. Y de un paternalismo que da náuseas.
Así, no nos sorprende cuando encontramos con voces influyentes recomendando a artistas que alientan sin disimulo alguno la violencia física contra las mujeres. Y como son pueblo y son de abajo, nos tienen que gustar y debemos promocionarlo. Cuestionarlo sería "enfrentar" a los que ya hay con los que faltan. Escuchad trap nos dice Jorge Moruno, una de la cabezas más clarividentes de Podemos. Hagan la prueba. Entren en Youtube y tecleen “TRAP”: culos, tetas, ostentación de todo tipo de bienes de consumo, violencia entre ellos, contra las mujeres, marcas comerciales, sexismo, etc.
Y Moruno (porque ya hemos tenido este debate 100 veces) me dirá que mira el grupo este (se le olvida decirme que es un grupo entre 500), que tiene esta canción (entre las 15 canciones de su álbum que habla de su polla y de las llantas de su descapotable), hay una frase que puede ser interpretada como odio frente a los poderosos. Fantástico. Errejón le respondió de forma muy brillante que para pasarse al trap nos harían falta tres NEP’s. A lo que añado varios Ejércitos Rojos y cinco reediciones de La Primera Internacional.
Nos encontramos con concejalas que nos invitan a escuchar a Beyoncé “porque es feminista”
También vemos cómo se niega ese afuera alienado, cuando los peronistas de Jóvenes en Pie suben a las redes sociales su foto con la pulsera rojigualda si hay partido de la selección. Una forma un tanto torticera y desesperada de gritarle al mundo: “¡Mira! ¡Soy pueblo! ¡Soy como tú!”. De la misma forma, nos encontramos con concejalas que nos invitan a escuchar a Beyoncé “porque es feminista”.
Ser o no ser Beyoncé
La misma Beyoncé que explota a niñas de 14 años en sus fábricas de Bangladesh, escribe letras heteropatriarcales centradas en la absoluta dependencia y el amor romántico y está casada con un reconocido maltratador cuyo hit más famoso reza “Tengo 99 problemas y ninguno de ellos es una zorra”. Además, alisa su pelo rizado y lo tinta de rubio, usa lentillas de colores para clarear sus ojos y blanqueó su rostro, primero mediante cosméticos, después mediante un potente tratamiento clínico: no vaya a ser que alguien piense que eres negra. Un caso claro de endofobia: odio a tu propio pueblo. Pero como es lo que escucha el pueblo masivamente estamos en la obligación de defenderlo. Y de nuevo planea el cóndor paternalista: mira soy como tú, escucho a artistas de moda. Soy como tú… ¡Vótame!
Debatiendo en un grupo de Telegram de Podemos Valencia y proponiendo ideas para hacer actos en la nueva La Morada, alguien (estudiando de cerca a las cabezas pensantes de la razón populista madrileña), soltó: “Tenemos que un traer un grupo de trap”. Me dieron ganas de contestarle: “Perfecto. ¿A quién traemos?”. Se tratara de quien se tratara, sería muy difícil que no entrara en conflicto con los y las compañeras feministas. ¿Se imaginan qué ocurriría si en el próximo acto masivo de Podemos, Jóvenes en Pie aparecieran uniformados portando la bandera nacional? Primero se generaría un conflicto; segundo, se constataría que el Estado Español no es Argentina (ni Grecia).
¿Actuaría la feminista Beyoncé en un acto de Podemos? No, nunca lo haría. Sí lo hizo en cambio para Muamar Gadafi, por varios millones de dólares. Cuando la gente se le echó encima lo donó a los afectados por el terremoto de Haití. Qué tierno.
¡Escucha trap! (Cuando no podrías traer a ningún grupo a nuestros actos). ¡Cómo mola Beyoncé! (Cuando no sabe ni que existimos y no mueve el culo del sofá por menos de dos millones de dólares). ¡Qué divertido es ponerse una pulsera con la bandera nacional! (Cuando España es plurinacional y no es Argentina).
La debilidad de la popularidad
Consignas a la desesperada que generan ruido, no pueden materializarse y que, de forma un tanto cutre, nos acercan a los gustos populares de una manera artificiosa, impostada y muy poco natural. Y que no hacen más que poner de manifiesto una cosa: nuestra debilidad. Y cuanto más gritamos ese: “¡Mira! ¡Soy como tú!”, más crece el cartel que reza “somos débiles y buscamos votos”. Y más rechazo generamos entre aquellos a los que pretendemos acercarnos: no se puede tomar a la gente por imbécil.
En realidad, un dirigente de Podemos alentando a escuchar trap o artistas mainstream, me recuerda dolorosamente a cuando en la inauguración de unas obras, el político-casta de turno, se pone un casco de obrero y coge una paleta. Y con una torpeza inusual, echa los primeros pegotes de hormigón mientras el pueblo en el salón de casa se regodea en la imagen patética al grito de: “!A ese lo ponía yo a picar piedra!”. ¿Queremos convertirnos en eso?
Una forma velada y nada elegante de decirnos que las jóvenes adolescentes que escuchan a Beyoncé serían incapaces de comprender a Simone Beauvoir
Lo que se nos plantea es claro y se propone fulminar de golpe casi 150 años de teoría crítica: lo masivo es bueno per se. Lo mayoritario es bueno. Lo que gusta a todos debe ser nuestra guía. Una forma velada y nada elegante de decirnos que las jóvenes adolescentes que escuchan a Beyoncé serían incapaces de comprender a Simone Beauvoir. Pareciera que la teoría crítica, las vanguardias artísticas, el goce estético, etc, fueran un campo vetado a la multitud, por lo visto incapaz de sentir empatía por nada que no esté destinado al consumo masivo. Lo que viene a ser elitismo de manual y de toda la vida.
¿No sería más idóneo y aprovechando una posición de poder (que amplifica nuestra voz) que nuestras concejalas o nuestras cabezas pensantes recomendaran a artistas femeninas como Gata Catana, Tremenda Jauría, Anita Tijoux o a las inefables e indomables Klitosoviet? Eso sería reconocer que existe la alienación y hay un afuera, pero algunos no están en esas. En su búsqueda incansable de significantes vacíos que llenar de contenido y en su obsesión por disputar términos, quiere convertir a la artista texana en algo que no es.
El culto al cuerpo, el lujo, el hedonismo, la adquisición desenfrenada de todo tipo de productos de consumo y el sexismo
De la misma forma que se quiere disputar el concepto patria (cosa muy saludable por cierto), se pretende disputar a Beyoncé, un producto de masas fabricado en serie por la industria cultural destinado a perpetuar un modelo de ocio alienante basado en el individualismo, el culto al cuerpo, el lujo, el hedonismo, la adquisición desenfrenada de todo tipo de productos de consumo y el sexismo. Que es, a grandes rasgos, lo que viene promocionando la industria cultural desde que, en los años ochenta, apareció el videoclip mainstream.
El mito del éxito
Por consiguiente, los laclaunianos amables, en su búsqueda frenética de parecer pueblo (excepto en la ropa, en eso parecen cada vez más casta) y no cuestionar desde un afuera una serie de gustos y modas impuestas —alejadas de lo intrínsecamente popular y muy cercanas a lo que Herbert Blumer teorizó como imperialismo cultural— de alguna manera apuntalan y refuerzan ese mismo sistema que “prohíbe directamente la actividad pensante del espectador y reprime la imaginación”. Y en donde “las masas sucumben al mito del éxito, tienen lo que desean. Por eso se aferran sin dudarlo a la ideología con la que se les esclaviza”. (Theodor Adorno dixit).
Narrar las bondades de ser rico, blanco y heterosexual en el Occidente avanzado, están predestinados al éxito, serán masivos siempre, se empeñe o no Rita Maestre en promocionarlos
Se convierten pues, en una suerte de colaboracionistas de la industria cultural, en mensajeros y portadores de un modelo cultural e ideológico que impide la toma de conciencia, negando la posibilidad de emancipación. Un trabajo inútil e innecesario por otra parte: los productos como Beyoncé, Rihanna, Drake, Justin Bieber y otros intelectuales orgánicos destinados a narrar las bondades de ser rico, blanco y heterosexual en el Occidente avanzado, están predestinados al éxito, serán masivos siempre, se empeñe o no Rita Maestre en promocionarlos. Campañas millonarias a través de multinacionales del entretenimiento (en los mismos oligopolios que luego criminalizan a Podemos) y una omnipresencia en redes y medios de comunicación, se encargarán de ello incansablemente. Entonces entra en escena Bertín Osborne.
César Rendueles nos recordaba el papel de intelectual orgánico que juega Bertín Osborne para la derecha. Es un tipo querido, que gusta, que cala entre las multitudes. Daniel Bernabé nos recordó que no tenemos que volvernos locos con la dichosa hegemonía, que Bertín no tiene mérito o virtud alguna, que sencillamente gusta por la cantidad de horas que aparece en televisión. Es decir, el medio en el que aparece (masivo y hasta la fecha es más potente a la hora de generar imaginarios) es el que otorga, en última instancia, la capacidad de influencia.
Pero eso no es lo más interesante, lo interesante sería preguntarse si Bertín Osborne tendría esas cantidad de horas en una televisión pública si en lugar de estar enamorado de los paseos por el campo, la buena mesa y las mujeres bellas, fuera un agitador feminista contra la banca y los poderes fácticos.
Libertad de expresión
José Ignacio Torreblanca es el autor de la esperpéntica encuesta en El País que preguntaba si estábamos dispuestos a apoyar al loco antisistema de Pablo Iglesias frente al moderado talante de Íñigo Errejón. Tras discutir con Jorge Galindo sobre lo grotesco y manipulador de la encuesta en Twitter y discutir sobre libertad de prensa, me dijo sin sonrojarse que él en El País escribía lo que quería. Tuve que hacer esfuerzos para no caerme de la silla de la risa.
Le recordé que ya vi cómo guardó silencio tras los despidos de Carnicero, Escolar y Fernando Berlín. Entonces se hizo de nuevo el silencio. Me recordó a cuando un periodista de la BBC, entrevistando a Noam Chomsky, le espetó al lingüista norteamericano que él, como periodista en la BBC, decía siempre lo que pensaba. A lo que Chomsky respondió: “Yo no digo lo contrario. Lo que digo es que si usted pensara de otra manera, no estaría sentado donde está sentado”.
Y esa es la clave, el mismo motivo, la misma lógica. Se trata del mismo hilo azul que hace que Galindo escriba con asiduidad en El País, Bertín Osborne goce de una presencia desmedida en la televisión y Beyoncé suene en los cascos de millones de adolescentes por todo el globo.
¿La culpa es de Bertín Osborne y Beyoncé? No estúpido
No perdamos el norte. No neguemos la alienación. No olvidemos nunca de donde venimos. No somos un partido más. Quizá, llamadme loco, es la permanente presencia de este tipo de productos culturales destinados al consumo masivo, los que evitaron el sorpasso, desde luego Adorno lo firmaría sin dudarlo. ¿Ellos solos? ¿La culpa es de Bertín Osborne y Beyoncé? No estúpido, junto a otra serie de dispositivos, organismos y centros de poder que forman parte del mismo entramado global destinado perpetuar el status quo existente.
Y no, no es que ahora haya que dejar de escuchar a Beyoncé o las rancheras de Bertín Osborne, los gustos (aun condicionados) no dejan de ser gustos. Yo escucho mucho trap. Y rock machista (los Rolling sin ir más lejos) o rock de derechas (Iron Maiden o David Bowie) y desde luego no voy a dejar de ver cine de John Ford, Clint Eastwood o John Wayne por muy del partido republicano que sean. Lo que no haría nunca es ponerlos como ejemplo político de nada, por muy mayoritarios y masivos que sean. Las contradicciones (inevitables siempre) están para ser cabalgadas o ser escondidas debajo de la alfombra, no para hacer virtud de ellas.
Nuestra tarea histórica es recordarle, hacerle ver que ella también lleva uno, pero que no se ve y que cuesta mucho más de quitar
No sería de extrañar que, en cualquier instituto español, una joven obsesionada con Beyoncé, su móvil Iphone 7 y Hombres, Mujeres y Viceversa, le espetara a otra joven quizá con el pelo verde, una camiseta de Klitosoviet y un collar de pinchos al cuello, aquello de “pareces un perrito con ese collar". Nuestra tarea histórica es recordarle, hacerle ver que ella también lleva uno, pero que no se ve y que cuesta mucho más de quitar. Por ello es tan importante la militancia; por ello hay que cavar trincheras. Por ello hay que tener una pata en las instituciones y el resto del cuerpo en la calle; en los centros de trabajo, en las asociaciones de vecinos, en las universidades, en los bares.
*Ricardo Romero (Nega) estudió comunicación audiovisual, es vocalista y productor en Los Chikos del Maíz y ha escrito varios libros.