Cuando el ser humano introdujo en cada una de las Voyager un disco de oro con canciones, saludos en numerosos idiomas y diferentes sonidos de aquel planeta de 1977, no estaba haciendo otra cosa que darse a conocer al universo, decirle hola y contarle grosso modo quién era. Como en una cita rápida. Al fin y al cabo, las sondas tardarán cuarenta milenios en aproximarse a la estrella más cercana y, tal vez, a lo largo de un recorrido tan extenso, a alguien le apetezca continuar la conversación.
Apenas han pasado cuatro décadas y todo aquello que entonces tanto decía de nosotros se ha ido desdibujando. Me pregunto en qué podrá representarnos dentro de seis o siete siglos el ruido de un tractor, la sirena de un barco o ‘Johnny B. Goode’. Cuánto menos en veinte o treinta mil años. Si me detuviese a pensar en cómo nos definiría hoy lo que, de haber podido, hubiesen elegido los romanos o los asirios como símbolos de nuestro mundo me sentiría un outsider.
Science Friday, en colaboración con Studio 360, lanzó a finales de septiembre una campaña para acordar, mediante una encuesta en internet, qué contenidos retratarían hoy mejor a la humanidad
Por eso el histórico programa de radio estadounidense Science Friday, en colaboración con Studio 360, lanzó a finales de septiembre una campaña para acordar, mediante una encuesta en internet, qué contenidos retratarían hoy mejor a la humanidad. Qué escogerían en la actualidad los seres humanos para reemplazar los sonidos y canciones que en su día seleccionaron los miembros del comité de la NASA que presidió Carl Sagan.
Y por fin hemos conocido el resultado. Si alguien, un ser extraño en algún lugar remoto del espacio, se sentase a dialogar con nosotros, sabría que nos sentimos identificados, por ejemplo, con el discurso que Martin Luther King pronunció el 28 de agosto de 1963 durante la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad. Ese sería uno de los momentos de nuestra historia que mejor nos representan, junto con la llegada del ser humano a la Luna y la proverbial frase de Neil Armstrong: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”.
Beethoven y Pink Floyd
Sabría también, porque así se ha votado, que el Benedictus de la Missa Solemnis de Beethoven sería la música que nos definiría como pueblo. Una pieza clásica a la que habría que añadir el álbum A Love Supreme de John Coltrane, la composición instrumental Fanfare for the Common Man de Aaron Copland, el disco Dark Side of the Moon de Pink Floyd y las canciones Good Vibrations de los Beach Boys y Ain’t No Mountain High Enough de Ashford & Simpson, popularizada por Marvin Gaye y Tammi Terrell.
Nos representa la tabla periódica, el canto de un pájaro al amanecer, el llanto de un bebé recién nacido, la Wikipedia, un poema de Pablo Neruda, El principito
Nos representaría, como no podría ser de otro modo, la estructura de los ribosomas, partículas macromoleculares en las que tiene lugar la síntesis de las proteínas en los seres vivos. También lo haría la tabla periódica. Y el canto de un pájaro al amanecer. Y el llanto de un bebé recién nacido. Y la Wikipedia, un poema de Pablo Neruda, El principito, el genoma humano, el número Pi, las cien mejores películas de la historia según el American Film Institute, una imagen de Nueva York desde mil pies de altitud y una representación digital del modelo estándar de física de partículas. Todo eso es lo que hemos elegido.
Y resulta un tanto chocante. Qué difícil es hablarle a un desconocido sobre uno mismo. Explicarle quién eres, a qué te dedicas, por qué estás allí. Retratar tu existencia en apenas una docena de pinceladas. Confiar en que no sea desagradable e interactúe contigo. Que no te haga sentir un poco idiota guardando incómodos silencios. Qué difícil es explicarle a un extraño tus gustos. La música, las películas y los libros con los que te identificas. Contarle qué es lo que te emociona. Reunir todo aquello que te define, lo bueno y lo malo, lo que amas sin remedio y lo que odias hasta lo irracional, introducirlo en un pequeño paquete y entregárselo a una persona que no te conoce de nada. Qué difícil y arriesgada es la verdad. Y qué fácil, qué condenadamente fácil es mentir como un bellaco.
La transparencia es una proeza escasa. Pocos son los que no se sirven de un llamativo disfraz cuando llega el momento de narrar su vida y obra. Te sientas frente a aquel que lo ignora todo sobre ti y comienza la función. Omites lo negativo, adornas lo ordinario, acentúas lo favorable y te inventas todo lo demás. Ante un desconocido siempre eres más culto, más sensato y más maduro. Te va mejor en la vida, tú mismo eres mejor persona, eres muy bueno en lo tuyo, aunque, ya sabes, tú tampoco te crees mejor que los demás, sólo faltaría, ante todo eres una persona humilde, pero qué diablos, es cierto que no te puedes quejar.
Ante un desconocido siempre eres más culto, más sensato y más maduro. Te va mejor en la vida, eres muy bueno en lo tuyo, aunque, ya sabes, tú tampoco te crees mejor que los demás
Has viajado mucho, eres amigo íntimo de tal y cual famoso, preparas un risotto de boletus espectacular y te llevas de puta madre con todos tus ex. A la hora de elegir qué queremos que sepa de nosotros alguien que hasta ese momento no sabía nada basta con ponerse a alardear. Aunque sea mentira. Cuánto más sencillo será cuando lo único que tienes que hacer es meter tu exagerado y fingido autorretrato en una botella y lanzarla a la infinidad del espacio. A quien pueda interesar.
La reformulación del disco de oro de las Voyager es la mentira más grande que jamás hayamos contado. Le gritamos al universo lo cojonudos que somos. Los estupendos libros que leemos, los discazos que escuchamos, las fantásticas películas que vemos, los muchos museos que visitamos. Nos inventamos una versión mucho más vendible de nosotros mismos y la sacamos a pasear. Como en cualquier cita rápida.
Fútbol, coches y alitas de pollo
A la humanidad no nos define el Benedictus de la Missa Solemnis. ¿En serio, en caso de existir una civilización alienígena, vamos a colarle que Beethoven es lo mejor nos representa como pueblo? Porque no es cierto. No nos representa Beethoven como tampoco nos representa Fanfare for the Common Man de Aaron Copland o A Love Supreme de John Coltrane. Tampoco nos representan los ribosomas, ni las cien mejores películas de la historia ni, por supuesto, el modelo estándar de física de partículas.
A los humanos nos representan ciudades enteras metidas en un estadio para ver un partido de fútbol. Nos representa Vin Diesel y las películas de coches y hostias. Nos representa lo mayoritario, sea bueno o sea malo. Nos representan las alitas de pollo, los donuts y los gintonics. Nos representan los realities sobre casas de empeño y hermanos gemelos un tanto siniestros que te reforman la casa. Nos representa el rock, el reggaeton y el electro latino. Es posible que nos represente el llanto de un niño recién nacido porque es el primer mensaje que todos enviamos en nuestra vida, pero, siguiendo esa lógica, también nos representan los pedos.
Nos representa lo mayoritario, sea bueno o sea malo. Nos representan las alitas de pollo, los donuts y los gintonics
La realidad es que no hemos elegido aquello que nos representa. Ni siquiera hemos elegido aquello que nos gustaría que nos representase. Lo que hemos hecho es reunir en una sola lista todo aquello que creemos que podría gustar más a nuestros desconocidos e inocentes interlocutores y fardar secretamente de disfraz.
Y supongo que, a fin de cuentas, si hay algo que represente a la humanidad es precisamente eso. Qué sorpresa me habría llevado si al finalizar la votación hubiese triunfado la sinceridad y me hubiese encontrado en la lista a Oprah Winfrey o quizá algo de porno. Espero que aquellos a los que les apetezca continuar la conversación, si se da el caso, ya nos hayan calado. Ya sólo resta que también nosotros mismos nos descubramos y aceptemos cómo somos. Que tampoco pasa nada, hombre.