Está de moda despreciar al periodismo digital desde un señoritismo culto y melancólico. A medida que los periódicos en papel naufragan y las cabeceras digitales se expanden y multiplican, es cada vez más común darse aires criticando su superficialidad, su velocidad, y la supuesta falta de escrúpulos de los editores para atraer al lector con titulares impactantes que no dan lo que prometen. No está bien visto destacar el ingenio y la intuición que hacen falta para construir y titular historias atractivas en medio de la maraña interminable de opciones de lectura a la que estamos expuestos.
Creo que este desprecio por la superficialidad digital es indisociable de cierta idealización del viejo periodismo y del lamento por la paulatina desaparición de la costumbre de leer (u ojear) el periódico entero, con todas sus secciones, de principio a fin. El empeño especial de los periodistas de hoy por enganchar al lector desde el titular de cada artículo es consecuencia del acceso mayoritario a las noticias a través de las redes sociales, donde los artículos se consumen aislados del resto del periódico, como fragmentos deslavazados que deben seducir por sí mismos. El viejo periódico del XIX y el XX representaba “EL mundo” o “LA realidad” como un todo, como una unidad en la que el ciudadano-lector se sumergía cada día página a página, desde la portada hasta la contraportada. Es esa unidad de lectura la que se resquebraja sin remedio en las arquitecturas caprichosas e irrepetibles de cada uno de nuestros muros y timelines.
El viejo periódico del XIX y el XX representaba “EL mundo” o “LA realidad” como un todo, como una unidad en la que el ciudadano-lector se sumergía cada día página a página
En realidad, la contraposición entre el antiguo acceso a las noticias a través de la lectura (más o menos) integral del periódico y el actual a través de clics aislados es un caso específico de la contraposición más general entre una cultura de lo inmediato, lo fragmentario e hipersubjetivo (la cultura digital) y una cultura supuestamente más consistente, profunda y universal (la previa al advenimiento de internet). Hay toda una manada de sociólogos pesimistas contemporáneos (Nicholas Carr, Jaron Lanier o Byung-Chul Han, más muchos otros anónimos que pontifican cada día en las propias redes) legitimando con sus teorías el desprecio reaccionario a la comunicación digital.
Periodismo como plegaria
Pero más allá de esta aversión a la nueva cultura, ¿tuvo siempre tanto prestigio como institución cultural el periodismo clásico? ¿Desde cuándo la lectura del periódico representa un ideal de unidad, consistencia y profundidad frente a lo fragmentario, deslavazado y subjetivo? Es interesante ver hasta qué punto, en su momento álgido de expansión, el periódico clásico representaba exactamente lo contrario de lo que los nuevos conservadores parecen añorar en sus quejas contra los vicios del periodismo digital.
Según el gran profesor de filosofía Leo Strauss, dentro de su brutal crítica a la democracia industrial de masas, Nietzsche solía subrayar cómo en el siglo XIX la lectura del periódico había reemplazado a la lectura matinal de la plegaria. Si en la plegaria con la que el hombre medieval amanecía ocurría cada día lo mismo, el mismo llamado al deber absoluto y al destino sublime del hombre, en cambio en la lectura del periódico con la que amanecía el hombre moderno ocurría más bien cada día algo nuevo, sin llamado alguno al deber o al destino sublime. En palabras de Strauss, para la sombría mirada de Nietzsche, la experiencia de la lectura del periódico representaba el drama superficial de “la especialización, es decir, un saber siempre mayor respecto de algo cada vez menor; la imposibilidad práctica de concentrarse en las poquísimas cosas de las que depende la integridad humana; la estimulación sin verdadera pasión de todo tipo de intereses y curiosidades, el peligro del conformismo”
Nietzsche solía subrayar cómo en el siglo XIX la lectura del periódico había reemplazado a la lectura matinal de la plegaria
Dispersión frente a concentración, mera estimulación y curiosidades frente a verdadera pasión, conformismo frente compromiso. Los argumentos de Nietzsche para despreciar la lectura del periódico en el siglo XIX no parecen demasiado distintos a los argumentos de los nuevos conservadores para criticar la cultura digital en el siglo XXI.
En todo caso, y más allá de las mil formas que el desprecio conservador pueda adquirir a lo largo de la historia, si somos capaces de comparar la plegaria matinal pre moderna con la lectura del periódico decimonónica y con el típico repaso mañanero actual a las redes sociales y a sus artículos estridentes, es porque los tres hábitos constituyen distintos tipos de inmersión simbólica en lo común, distintas formas de conexión con la comunidad con los que los hombres necesitamos purgarnos cada día antes de zambullirnos a trabajar en nuestros destinos individuales.
Aun así, está claro que dentro de unos años añoraremos la lectura de esos artículos digitales irrisorios, con sus titulares amarillos y tendenciosos que recordaremos como prodigios de profundidad y sabiduría frente a alguna nuevísima forma demoníaca de tecnología de la información post digital desintegradora de nuestra sagrada dignidad humana en eterno peligro de extinción.