Lisboa

Entre jóvenes empresarios buscando financiación para sus start-ups y estrellas de fútbol promocionando sus nuevas aplicaciones para móviles, el obispo Paul Tighe (Irlanda, 1958) pasa desapercibido en medio de la Web Summit, la macro-conferencia de tecnología celebrada en Lisboa esta semana. No es un sitio en el que esperarías encontrar a un alto cargo del Vaticano de paseo, y pocos se fijan en este señor discreto de traje oscuro, pese a que el blanco de su alzacuello y la simple cruz de plata que lleva colgada sobre el pecho chocan con el entorno multicolor de pantallas interactivas y luces de neón.

En su función como Secretario del Consejo Pontificio de la Cultura del Vaticano, Tighe forma parte del grupo selecto que orienta las políticas del Estado vaticano en todo aquello relacionado con la cultura, entendido en su sentido más amplio como “la manifestación de los contextos sociales, éticos, económicos y etcétera que influencian los valores que ostentamos”. Como ex jefe de la Comunicación Social de la Iglesia, el obispo considera el universo online un escenario clave para fomentar la interacción cultural entre la religión y el resto del mundo.

La Iglesia tiene que amar a la ciencia porque lo que más valoramos es la verdad, y la ciencia nos ayuda encontrarla

Es en este contexto que Tighe acude a la Web Summit, invitado para participar en un coloquio sobre la comunicación digital de una Iglesia católica con una presencia online cada vez mayor. El obispo destaca novedades como la creación de The Pope App –que permite seguir todas las novedades sobre el Papa desde tu móvil–, y otra aplicación para móviles desarrollada por un cura italiano para facilitar el diálogo entre refugiados y personas locales dentro de una diócesis del sur del país.

El ministro de Cultura del Vaticano está muy orgulloso de la cuenta de Instagram del Papa. Enric Vives-Rubio

También celebra la popularidad del Papa Francisco en las redes sociales. “La cuenta del Papa Francisco en Twitter tiene casi 10 millones de seguidores y otros tres millones de usuarios siguen al Santo Padre a través de Instagram”, afirma. “Este Papa es muy expresivo y desde el principio supimos que sus gestos eran perfectos para este medio tan visual”.

El obispo Tighe habla con EL ESPAÑOL sobre la función de la Iglesia católica en un mundo cada vez más orientado hacia lo digital, en el que la institución quiere marcar una presencia destacada pero simultáneamente fomentar interacciones “entre iguales, y no desde una posición de superioridad”. El alto cargo del Vaticano también habla sobre los retos que acompañan la gestión de una riqueza cultural tan enorme como la de la Iglesia, y cómo Roma se posiciona ante temas tan espinosos como la propiedad intelectual y la piratería en la red.

¿Qué es el Consejo Pontificio para la Cultura del Vaticano?

Es la entidad sucesora al Consejo para el Diálogo con los No Creyentes, que fue creado por Juan Pablo II para explorar la interacción entre personas de otras religiones –y aquellos sin fe alguna– a través de la cultura. Buscamos formas de superar las diferencias que nos separan a través del arte, la música, las ciencias económicas, incluso el deporte, compartiendo puntos de vista. En tiempos de Jesús, cuando los judíos se congregaban en el Templo en Jerusalén para celebrar su fe pasaban por el llamado Patio de los Gentiles, un sitio en el que personas de otras religiones –o directamente sin fe alguna– se congregaban libremente e interactuaban para llegar a los acuerdos que permitían la convivencia en la ciudad. El Consejo para la Cultura se basa en esa idea: para beneficiar a todos es necesario hablar con todos, incluso con quienes tienen opiniones distintas a las nuestras. Afirmamos desde la humildad que la fe católica es fantástica, pero hay cosas magníficas fuera de ella.

Históricamente, la Iglesia intentó silenciar a muchos con puntos de vista distintos a los de Roma, especialmente en el ámbito de la ciencia…

En efecto, y somos los primeros en reconocer que la relación de la Iglesia con el mundo de la ciencia fue especialmente complicada en sus inicios. Eso queda en el pasado, pues en vez de silenciar vemos que es mejor conversar, para conocer los puntos de vista de otros, y compartir los nuestros: tenemos interés en que quienes trabajan para el bienestar de la humanidad lo hagan con ética. Apreciamos la labor que desempeñan los científicos y reconocemos que la ciencia nos da otra forma de ver el mundo. Consideramos que ver el mundo exclusivamente por el marco de la ciencia es limitar nuestra visión del mismo, y por eso invitamos a quienes trabajen en este contexto que también apliquen otros valores a su labor.

¿Y si no lo hacen? ¿Qué pasa cuando no hay margen para conciliar la posición de la Iglesia con las conclusiones del científico, como ocurrió con Galileo?

Pues nos tocará escuchar al otro y reflexionar sobre ello. La Iglesia tiene que amar a la ciencia porque lo que más valoramos es la verdad, y la ciencia nos ayuda encontrarla. Incluso aquellos descubrimientos que, a primera vista, pueden ser difíciles de compatibilizar con la fe pueden, con reflexión, ayudarnos tener una mayor apreciación de la verdad.

¿Este relativismo supone una revolución para la Iglesia?

Todo lo contrario, supone una vuelta a nuestros orígenes en entornos literalmente multiculturales. Jesús, el máximo representante de la fe católica, venía de un entorno judío y romano. Las costumbres y los valores de los griegos tuvieron una influencia tremenda sobre San Pablo cuando llevó el evangelio a esa parte del mundo. Tenemos que aprender de los otros. Interactuar no implica adoptar –siempre habrán valores que no serán conciliables con los nuestros, por ser excesivamente reduccionistas, por ejemplo–, pero siempre es bueno conocer lo diferente, de tú a tú, dejando atrás una posición de superioridad sobre el otro. Por eso apostamos tanto por la presencia en las redes sociales, donde podemos comunicarnos directamente con las personas.

El obispo Tighe asegura que la ciencia ayuda a la Iglesia a encontrar la verdad. Enric Vives-Rubio

Usted destaca por ser uno de los máximos representantes del uso de las redes sociales por el Vaticano. ¿Cómo es que llegó a ser tan fanático de ellas?

La Iglesia siempre ha apostado por la tecnología más nueva en el ámbito de la comunicación. Fuimos instrumentales en el desarrollo de la imprenta, y una de las primeras estaciones de radio fue la del Vaticano, instalada personalmente por el mismísimo Marconi. Las redes sociales son un paso adicional en ese acercamiento al mundo. Yo me adentré en el sector cuando trabajaba en la Secretaría de Comunicación del Vaticano, donde me tocó desarrollar el área de Comunicación Social. Nos influyó mucho la experiencia de los medios católicos de Estados Unidos, que hicieron la transición del papel al mundo digital mucho antes que llegara la crisis del periodismo a Europa. A través de ellos vimos que nacía un nuevo mundo en el que la falta de presencia online implicaría la falta de presencia real. La gente piensa que un grupo de cardenales lo decide todo, pero la realidad es que las políticas del Vaticano no vienen desde arriba, sino que son reflejos de lo que la Iglesia hace a pie de calle.

¿Y el Papa? ¿Participa en la toma de decisiones en este contexto?

El Papa lo decide todo personalmente cuando se trata de comunicación emitida en su nombre, y tanto Benedicto XVI como Francisco han querido estar en las redes sociales. Cuando se lanzó la primera cuenta de Twitter de un papa, bajo Benedicto XVI, le explicamos de qué iba la aplicación. Fue un poco complicado hacerlo, claro. Llevamos bastante documentación para enseñarle cómo funcionaba. No obstante, te sorprendería lo rápidamente que captó el concepto. “¿Esto vale para enviar mensajes cortos de esperanza dirigidos a personas con las que, de otra manera, nunca me comunicaría? ¡Adelante!”.

También son escenario de comunicación tóxica. ¿Hubo resistencia dentro del Vaticano cuando decidieron apostar por la presencia en estos ámbitos virtuales?

Sí, absolutamente, muchos dentro de la Iglesia estuvieron en contra. “¿Cómo podemos meter al Papa en un sitio con tanto fango?”, preguntaban. Pero la Iglesia tiene que estar donde esté la gente. Jesús acudía al mercado, pues era ahí donde se juntaban los mercaderes y las prostitutas, donde estaba la gente. La Iglesia no puede sacrificar su presencia en la vida de los otros para mantenerse "limpia". La vida es un peregrinaje en el que viajamos con todos –creyentes o ateos, curas o mercaderes, etcétera–. En Twitter comunicamos con todos. Estamos presentes con dignidad.

¿Cómo utilizan la web para avanzar con los objetivos culturales de la Iglesia?

La web es ideal para divulgar la cultura. Nosotros consideramos que la cultura tiene que ser gratis y accesible para todas las personas. Los Museos Vaticanos se crearon porque los Papas eran conscientes de las maravillas que poseían y quisieron compartirlas con el mundo. Esa labor de divulgación continúa hoy en día. Hay algunos que dicen que debemos aumentar el precio de las entradas para reducir el número de visitantes y así mejorar la experiencia museística. Yo estoy en contra: la cultura es de todos. Estamos trabajando con Google para digitalizar arte, libros, archivos, incluso libretos de música. Queremos que todos tengan acceso, estén donde estén.

Quiere liberar toda la cultura en propiedad del Vaticano vía Google.

¿Cómo hacen para proteger la propiedad intelectual de la Iglesia?

Es un reto complicado. Queremos que las reproducciones de estos elementos sean de buena calidad, y si son cosas escritas, queremos que las traducciones sean veraces. Debemos evitar que terceros se lucren con ellos, pues ese dinero se podría utilizar para causas dignas. Hasta ahora hemos intentado controlar la calidad trabajando con unas pocas empresas, pero cara al futuro tal vez la solución será apostar con la digitalización y divulgación de las obras con una fórmula legal semejante a la de las licencias de Creative Commons, que permiten la distribución de obras siempre que sea con atribución y para fines no comerciales.

¿Toman medidas para protegeros de hackers?

Hay ciberseguridad, pero tampoco consideramos que los hackers sean una amenaza. Todo lo contrario, hay personas dentro de la Iglesia como el jesuita Antonio Spadaro, un teólogo que ha escrito extensivamente sobre hackers y es un gran defensor de ellos. ¿Por qué? Porque los hackers son personas que buscan la verdad, son personas con curiosidad que quieren descubrir información y compartirla. Respetamos eso.

¿Cabe aplicar la ética católica a asuntos como la piratería online? ¿Es pecado descargar una canción de la web?

Creo que cada uno tiene que reflexionar sobre sus acciones. Por un lado, cabe preguntar si estás robando algo que legítimamente pertenece a otra persona. Pero también creo que cabe cuestionar la justicia del modelo económico según el cual se rige toda la industria. Robar es malo, pero se tendría que ver si realmente todo aquello que algunos llaman "piratería" es robar. Si es piratería a nivel industrial, entiendo que sí es robar. Pero si te bajas una canción no creo que sea nada que necesites comentar cuando vayas a confesarte. No hay pecado en eso.

Entre los Museos del Vaticano, los archivos, el arte de las iglesias y las colecciones literarias repartidas por incontables monasterios por todo el mundo, la Iglesia católica acumula una de las mayores riquezas culturales de la humanidad. ¿Cuál es el mayor reto de cara a la gestión de esa fortuna?

La manutención de tantas obras de arte. El público piensa que la Iglesia es rica, pero no hay mucho dinero para este tipo de cosa. Es un proceso de restauración constante. En muchos casos vivimos de la filantropía. La iluminación de la Basílica de San Pedro fue subvencionada por una fundación, como también financiaron el sistema de climatización actualmente en uso en la Capilla Sixtina. Es curioso porque tanto católicos como ateos reconocen el valor de estas obras y dan dinero para mantenerlas.

¿Cómo valora la estrategia de algunas diócesis, que cobran las visitas a sus iglesias?

No soy para nada partidario de ello. Las iglesias tienen que ser sitios en los que todos son bienvenidos y la entrada siempre debería ser gratuita. Entiendo el modelo que algunas iglesias han adoptado, dejando acceso libre a una parte del recinto y cobrando para entrar en partes reservadas, pero creo que si se va a optar por cobrar como si ese espacio fuese un museo, los contenidos que estén ese espacio se tienen que organizar según criterios museísticos serios. Se tiene que ofrecer algo real, no se puede cobrar sólo por estar dentro de una iglesia. El Papa ha dejado claro que ese modelo nunca se aplicará en el Vaticano. Las puertas de San Pedro tienen que estar abiertas a todos.

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