Un guardia de seguridad recibe 12.500 dongs vietnamitas, el equivalente a 50 céntimos de euro, y deja pasar de extranjis a Dietmar Eckell al interior de un parque acuático abandonado. Así es cómo Eckell, un fotógrafo alemán especializado en tomar fotografías de ruinas contemporáneas, comenzaba a trabajar hace unos días en el pequeño país asiático. “Esos cincuenta céntimos fueron mi tique de entrada”, dice con ironía a EL ESPAÑOL este artista germano metido en la cuarentena y originario de Ludwigshafen (suroeste germano). “Viniendo de Alemania, el país del romanticismo, veo belleza en la decadencia”, comenta Eckell, quien vive a caballo entre Berlín y Bangkok.
Lo normal es que Eckell no soborne a nadie para entrar en los lugares ruinosos que fotografía.“Suelen ser lugares abandonados, donde no hay nadie para proteger porque eso sería demasiado caro”, aclara. Así, ha firmado, por ejemplo, impactantes imágenes de las instalaciones abandonadas que acogieron los Juegos Olímpicos de Invierno de Sarajevo de 1984. En la pista utilizada para el bobsleigh aún se aprecian los disparos de las balas de la Guerra de los Balcanes de finales de finales del siglo pasado.
Sí, a veces tengo que saltar barreras, pero yo no estoy interesado en el riesgo, hay gente que está enganchada al riesgo
Sarajevo y su población sufrieron el mayor asedio de la historia militar moderna. Duró tres años y ocho meses, entre abril de 1992 y diciembre de 1995. Hay estimaciones que sitúan entre algo más de 15.000 y unas 19.000 el número de víctimas mortales de aquel asedio. La mayoría eran civiles. Las instalaciones de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984 fueron escenario de enfrentamientos. En su día estuvo plagado de minas anti-persona. Por eso “aún hoy hay carteles que alertan de que hay minas en la zona”, cuenta Eckell. “Aunque se supone que está limpio, no lo está al cien por cien”, agrega Eckell.
Para hacer sus fotos, Eckell suele hacer caso omiso de esos carteles. Ha llegado a jugarse la vida, entrando en peligrosas zonas militares rusas. Así ocurrió cuando entró este año en las instalaciones del Cosmódromo ruso de Baikonur, en la estepa del sur de Kazajistán, empleado en su día por la Unión Soviética para el desarrollo del programa espacial Buran. Allí, Eckell pudo fotografiar dos de las cinco naves espaciales del mayor proyecto de exploración espacial que concibió la Unión Soviética. En 1991, el programa Buran fue cancelado. Las instalaciones que visitó Eckell quedaron abandonadas, aparentemente de un día para otro.
“Sí, a veces tengo que saltar barreras, pero yo no estoy interesado en el riesgo, hay gente que está enganchada al riesgo, a mí lo que me interesa en la fotografía es el Buran en sí, porque algún día eso va a desaparecer. Todo eso acabará derrumbándose”, dice Eckell. “Uno de los centros de mantenimiento ya se ha caído, por eso me dije que tenía que capturarlo, antes de que ocurra lo mismo”, añade.
Jugarse la vida
Eckell es, junto al ruso Ralph Mirebs y el francés David de Rueda, uno de los tres fotógrafos que ha logrado tomar imágenes de los restos de aquella frustrada aventura espacial soviética. “Somos una comunidad de personas las que somos capaces de hacer este tipo de cosas. Allí no puedes cruzar la valla y ya está, porque si lo haces y te ven, te matan, yo soy un profesional de esto”, asegura Eckell. También tomó imágenes de los restos de la carrera espacial estadounidense durante la Guerra Fría, en Cabo Cañaveral. Pero lo hizo sin correr riesgos como en Kazajistán. “En Estados Unidos hice las fotografías estando allí en un Tour”, dice este artista, que no tiene nada de turista convencional.
“Lo que intento capturar son objetos abandonados con una historia, quiero capturar la historia de esos objetos antes de que desaparezcan”, subraya. Hasta cierto punto Eckell es un arqueólogo de la historia reciente. “Pero en lugar de ocuparme de cosas realmente antiguas, me ocupo de los últimos cincuenta años, la mayoría de mis objetos datan de los últimos 50 años”, abunda.
Aterrrizajes de emergencia
Eckell amplió la horquilla temporal hasta los 70 últimos años para retratar las historias de una quincena de aviones abandonados en plena naturaleza después de haber realizado aterrizajes de emergencia. Ese trabajo dio lugar al libro que autoeditó en 2013 gracias a una campaña de crowdfunding y que lleva por título Happy End: Miracles in Aviation History Abandoned in the Middle of Nowhere – “Final feliz: milagros en la historia de la aviación abandonados en mitad de ninguna parte”.
Lo que intento capturar son objetos abandonados con una historia, quiero capturar la historia de esos objetos antes de que desaparezcan
En él puede verse, por ejemplo, qué queda del avión militar modelo Douglas C-47 Skytrain empleado en las tareas de búsqueda de otra aeronave desaparecida en enero de 1950 no lejos de la región fronteriza de Estados Unidos y Canadá, en el sur del estado de Alaska. El piloto del C-47, con diez personas a bordo, no pudo controlar los efectos de las bolsas de aire de aquella zona montañosa. Se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia cerca de los picos del lago Aishihik. No hubo que lamentar víctimas. En su libro Eckell cuenta hasta quince historias de este tipo distribuidas por cuatro continentes. Ese proyecto le ha hecho viajar desde Alaska y Canadá hasta el Sahara, pasando por Centroamérica, Hawai, Australia e Islandia.
En este trabajo es donde más brillan sus dotes de “arqueólogo”. “Hago mucha investigación, en bases de datos y en informes de seguridad, para encontrar estas historias, no quiero viajar hasta el final del mundo para luego no encontrar nada, eso sería muy decepcionante y a nivel financiero muy caro”, explica Eckell.
En el desierto con la pierna rota
La historia de esas aeronaves tiene mucho que ver con un aterrizaje de emergencia que el artista tuvo que hacer en el desierto de Mojave, en California (Estados Unidos). Eckell aprendió a volar con un paramotor, una aeronave compuesta de un motor de hélice y un parapente. Su idea era poder fotografiar el mundo desde el aire, pero un día una avería de su equipo le obligó a tomar tierra abruptamente. “Tuve la suficiente suerte de sobrevivir y volver a la civilización con una pierna rota”, se lee en Happy End: Miracles in Aviation History Abandoned in the Middle of Nowhere.
En sus primeros días como fotógrafo, Eckell viajaba en moto por desiertos, como el de Mojave o el del Sahara, tomando fotos a los vehículos o casas allí abandonados. Su curiosidad por esos objetos le llevaría a interesarse por otras reliquias modernas abandonadas que escondían historias como la del parque olímpico de Sarajevo, la parte abandonada del Cosmódromo de Baikonur o los aviones de su libro.
Ahora está trabajando en la publicación de otro volumen con el que mostrar diez de las numerosas series que ha realizado. Ha fotografiado, en lugares olvidados de todo el mundo, templos religiosos, instalaciones ferroviarias, hoteles y residencias vacacionales, parques acuáticos y de atracciones, barcos, monumentos, carteles publicitarios y gasolineras, entre otras cosas. Todos esos espacios están marcados por cómo la naturaleza se acaba apoderando de ellos. “Sé que son cosas que desaparecerán, es una cuestión de tiempo, la naturaleza reclamará el espacio que es suyo. Pero yo quiero ir para inmortalizar esos lugares”, expone Eckell.
El auge del nacionalismo
Él desearía que sólo la naturaleza y la inaccesibilidad de los objetos o espacios que quiere fotografiar fueran las únicas barreras a las que enfrentarse. Sin embargo, para alguien que se mueve por el mundo como “un parque de recreo”, según sus términos, el planeta parece estar girando en la peor dirección posible. Eckell ve barreras en la victoria de populistas como Donald Trump en Estados Unidos o el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKP) en el referéndum sobre la permanencia británica den la Unión Europea.
Sé que son cosas que desaparecerán, es una cuestión de tiempo, la naturaleza reclamará el espacio que es suyo. Pero yo quiero ir para inmortalizar esos lugares
“Ahora veo muchas regulaciones, medidas que impiden viajar, me imagino a Estados Unidos impidiendo que se pueda viajar con un dron, porque piensan que con un dron puedes coger una bomba y transportarla o algo sí”, dice Eckell. “En Estados Unidos tienden a pensar que los extranjeros son tipos malos, pero yo sólo quiero hacer fotos del desierto con mi dron”, agrega.
A Eckell le da pena haber visto triunfar a Trump y al 'brexit'. “Estoy triste por la evolución de 2016, como la mayoría de los viajeros y de la gente abierta”, afirma. “Hace 25 años se rompieron las fronteras de la Guerra Fría. Al poco de aquello, viajé en coche desde Alemania hasta Moscú. Fue magnífico, porque hace 30 años no se podía”, agrega.
Pero a pesar del auge de otros partidos populistas que juegan la carta de la soberanía y la reivindicación del regreso al tiempo de las fronteras en Europa, como el Frente Nacional (FN) en Francia o Alternativa para Alemania (AfD) en suelo germano, Eckell mantiene el optimismo. “Espero haya más cooperación entre los países, que se termine con ese pensamiento nacionalista que está creciendo incluso en Alemania. Tenemos que encontrar la manera de mantener las fronteras abiertas”, afirma. “Soy optimista. De no serlo, no trabajaría viajando”, concluye.