Me da pena Donald Trump. No me produce compasión, pero sí pena, en el sentido patético del término. El pobre tiene tantas cosas que le resulta inevitable extrañar las que no tiene. Es como ese hueco enorme que deja la pieza que falta en un puzzle completo. Resulta imposible no ver su silueta vacía. No obsesionarse con ella. Hay una extraña y nociva forma de poseer que suele provocar la sensación de no estar satisfecho jamás. Aunque ya se posea casi todo. Le suele ocurrir a quien está convencido de que las únicas cosas que vale la pena tener son las que se pueden tocar y contabilizar. Cuando las cosas que vale la pena tener son, en esencia, todas las demás.
El ruido de algunas certezas haciéndose añicos al comprender que hay cosas que no se pueden adquirir con dinero
No debe de ser fácil atesorar todo el dinero del mundo, vivir en una torre de oro y mármol que lleva tu nombre, ser presidente electo del país más poderoso del planeta y, aún así, sentir que sigues necesitando algo y no ser capaz de conseguirlo. Para alguien que entiende el presente como un acopio innegociable de poder y riquezas, aceptar que no se puede tener aquello que se ansía no debe de resultar sencillo. En algún rincón de esa vida tiene que producirse un estallido. El ruido de algunas certezas haciéndose añicos al comprender que hay cosas que no se pueden adquirir con dinero.
Sobre todo cuando su predecesor en el cargo sí obtuvo lo que él ahora anhela. Y sin necesidad de remunerar a nadie. En el año 2009, durante la investidura presidencial de Barack Obama, celebrada frente al Capitolio de los Estados Unidos ante más de un millón de asistentes, varios artistas de talla mundial quisieron unirse al presidente en su toma de posesión. Stevie Wonder, Aretha Franklin, Mariah Carey, Alicia Keys, Beyoncé. Dos días antes, otros como Bruce Springsteen, James Taylor, U2, o Jon Bon Jovi celebraron un concierto en su honor.
A la investidura de Donald Trump, sin embargo, no quiere asistir nadie. Y él agita un fajo de billetes desde una ventana de su torre para quien esté dispuesto a cantar a su lado el próximo 20 de enero.
Proposición indecente
En cierta forma, Donald Trump es como John Gage, el millonario interpretado por Robert Redford en Una proposición indecente, pero al revés. Gage lleva al extremo la convicción de que todos tenemos un precio, pone a prueba su teoría y, finalmente, obtiene lo que quiere. Trump, sin embargo, quien durante la campaña electoral ya comprobó cómo muchos artistas le pedían que no usase sus canciones durante sus mítines, ha tenido que llegar a un punto en el que nadie puede negarle nada, en el que su poder es tan grande que no puede ser rechazado, para seguir escuchando que no. Pague lo que pague. Cueste lo que cueste.
Hay en él ciertos rasgos de villano cómico. Como el Pingüino de Batman o Yosemite Sam. De niño podría haber sido el compañero de clase rancio y egoísta al que todos los demás alumnos detestan y que se dice a sí mismo que algún día será tan rico que ninguno de los que hoy le repudian podrá negarle su amistad. De niño, de hecho, podría haber sido Artie Ziff, el eterno enamorado de Marge Simpson al que ella rechaza en el instituto y que, una vez se ha hecho millonario gracias a un aparato que convierte el ruido del módem en música, se viste de John Gage y decide plantear a Homer y Marge su particular proposición indecente. Desgraciadamente, su dinero y popularidad no son suficientes. Por lo que se ve, la aprobación y la simpatía son algunas de esas cosas que el dinero —o las llaves de la Casa Blanca— no puede comprar.
La revista The Wrap ha publicado recientemente que el equipo del futuro presidente de los Estados Unidos ha estado tanteando a diferentes representantes de artistas —Bruno Mars, Justin Timberlake y Katy Perry, entre otros— y está dispuesto a pagar los honorarios que sean necesarios con tal de que no parezca que el mundo del espectáculo le da la espalda a Trump. “Ni en un millón de años habría imaginado una locura semejante”, dijo uno de los representantes. “Ese fue el instante en que les colgué el teléfono”.
El fiestón
Al final, el pobre y despechado Donald, que también ha recibido la negativa de Andrea Bocelli, Elton John y Céline Dion, ha conseguido por fin que algunos artistas quieran asistir a su fiesta. Se trata de la compañía de baile The Rockettes —contra la voluntad de algunas de sus bailarinas—, el coro mormón Tabernacle y la concursante que quedó en segundo lugar en el programa de televisión America’s Got Talent, Jackie Evancho. Va a ser un día para recordar.
Como decía, me da pena Donald Trump. Siempre habrá por ahí algún Simpson pasando de algún Ziff. Ser el compañero de clase raro al que ningunean los niños guays no es nada fácil. Y todo por el minúsculo detalle de haberse esforzado en obtener el apoyo electoral de la mayoría de los grupos de odio de su país. Quién podría haber imaginado que al final habría gente a la que no le caería bien. Qué mundo de locos.