Las películas de Sexo en Nueva York están tan estereotipadas, tan cargadas de lugares comunes y tópicos prehistóricos sobre la sociedad, las relaciones de pareja, el sexo y el amor, que, a veces, por fuerza, resulta inevitable que encierren algo de verdad. Se parecen bastante, de hecho, a la vida misma.
Paradójicamente, en la segunda entrega, de título Sexo en Nueva York 2, hay una curiosa escena sobre los contrastes derivados del tradicionalismo de la sociedad árabe y su impermeabilidad al proceso histórico de liberación de la mujer.
Durante toda la película, una de sus protagonistas, Samantha Jones -interpretada por Kim Cattrall-, viene siendo corregida de forma muy molesta por sus compañeras en cuanto a su forma de hablar, su conducta y su modo de vestir, censurando sus vestidos y su comportamiento por ser demasiado escandalosos para el marco sociocultural en el que se hallan: el de la ciudad de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes.
Tras visitar una tienda del zoco, unos dependientes creen erróneamente que Samantha les ha robado un bolso e intentan arrancarle el que lleva colgado del hombro. El bolso se rompe y de su interior caen docenas de preservativos, que se desperdigan por todo el suelo ante la mirada indignada de un grupo de hombres. Al final, cuando estos comienzan a reprochar a voz en grito la indecencia de Samantha, ésta estalla y les grita: "¡Yo follo!", acompañando su argumento con un gesto inequívoco. Como de estar esquiando.
Una realidad muy simple
La profundidad intelectual de Sexo en Nueva York 2, su verosimilitud y vocación analítica, es más o menos la de una patata cocida. Al fin y al cabo, se trata de una ficción histriónica construida sobre una visión muy simplista de la realidad. Sin embargo, su proximidad con la caricatura no sólo no invalida el retrato de la mentalidad conservadora y poco aperturista de una sociedad, la de Oriente Próximo, tan ligada a la sharia, sino que lo constata mediante la exageración de sus tópicos.
Y es precisamente debido a ese contexto por lo que me ha llamado la atención el estreno ayer mismo, domingo 5 de marzo, de Vogue Arabia, con base en Dubai. La edición de la que quizá sea la revista más conocida sobre moda, tendencias y actualidad en un escenario en el que la moda, las tendencias y la actualidad no se enseñan, sino que se esconden.
La publicación nace para adaptarse al mundo árabe. Para pegarse a su realidad sin perder su esencia, del mismo modo que Vogue España o Vogue Japón se ajustan a la idiosincrasia de los países en los que se publica. El ámbito geográfico de distribución de Vogue Arabia será Oriente Próximo, y para su primera portada se ha elegido a la modelo Gigi Hadid, de madre holandesa y padre palestino. En ella, el rostro de la modelo aparece semicubierto por un velo, entroncando con el sentir mayoritario del público al que va destinada.
Código de conducta
Y resulta extraño. La revista no pretende ser una pasarela de velos y hiyabs, amoldándose a la postura más estricta o rigurosa de las pautas de decoro en Oriente Próximo. Los contenidos serán los de siempre, pero mucho más relacionados con su ámbito geográfico. Sin embargo, ese es un mundo en el que, hace apenas unos días, en una televisión se tiñó de negro el cuerpo de Charlize Theron durante la entrega de los premios Oscar para que no se mostrase demasiada piel femenina.
Un mundo en el que, incluso en su versión más occidentalizada, como puede ser Dubai o Abu Dabi, la población autóctona cumple sin reservas con las recomendaciones de recato en el vestir previstas en la sharia, un código de conducta para cuya vigilancia de cumplimiento existe en lugares como Arabia Saudita una policía religiosa cuya función es el “fomento de la virtud” y que se considera fuente de derecho no solo en ese país, sino en otros como Bahrein, Irán, Sudán o los propios Emiratos. Resulta difícil determinar si Vogue Arabia constituye un pasito más en la línea del aperturismo o sólo es una evidente pero, con toda probabilidad, muy rentable contradicción.
En la película, cuando el mencionado grupo de hombres se encuentra reprendiendo a Samantha por su libertinaje, unas mujeres cubiertas de pies a cabeza acuden en ayuda de las protagonistas y las esconden en el bajo de una vivienda donde se hallaban tomando el té. Para sorpresa de las estadounidenses, sus benefactoras van vestidas bajo el hiyab con prendas de los más famosos diseñadores.
No se trata de una licencia narrativa. Suele ocurrir que en estos países las mujeres reserven sus simpatías por la moda y las últimas tendencias a la intimidad de su hogar. Tal vez, a fin de cuentas, ese sea el objetivo de Vogue Arabia. Una publicación nacida para ser consultada de puertas para adentro. Sin exhibicionismos. Da para una tercera entrega de la saga.