Igual que Renton con Begbie, Julien Sorel con la ambición o Santiago con el mar, existe una poeta andaluza que convive con una insistencia, tiene un timbre interior, una banda sonora que sólo escucha ella. Ojalá fuese literatura: el dolor que la agrieta es real y perenne, cavernoso, un goteo de entrañas, el redoble de un cuerpo que intenta decir algo y nadie descifra. ¿Qué te duele? “El vientre. El dolor está focalizado en la barriga”, contesta concreta y cortante, con cadencia de urgencias y voz fluorescente la muchacha de provincias que se retuerce en su puesto de trabajo en Madrid. “Este dolor vive como un injerto en mi vientre./ Trepa por el abdomen/ y crece, crece, crece/ sin que nadie sepa cómo llegó a mí/ tronco de mujer-raíz sin grito”, se desahoga Ana Castro, poeta cordobesa, que prefiere gritar escribiendo.
El dolor crónico y sin explicación ha exprimido a Ana en un conjunto de poemas recogidos en El cuadro del dolor, su primer poemario, donde describe lo que le sucede. También es un autorretrato. “En él está todo lo que sé y soy. No deja de ser un intento por darle un nombre al dolor que vive conmigo, que ha pasado de una consulta médica a otra sin que nadie sepa encontrar una causa o un nombre. El libro busca visibilizarlo”, reunir en torno a esa fogata a otros pacientes perdidos. Esta gavilla de textos ganó el tercer certamen de poesía Juana Castro. El premio, además del metálico, llevaba incorporado la publicación de los poemas por parte de la editorial Renacimiento. “Algunos poemas son antiguos. Se fraguó entre 2015 y 2016. Es el primer certamen al que lo envié. No pensé que podía ganar".
Ana Castro se licenció en periodismo en la Universidad Complutense y trabaja en el departamento de comunicación de una inmobiliaria. La vida práctica es un paisaje desolado. “En la poesía encontré mi medio natural. He tenido siempre necesidad de expresarme con la escritura, por lo que escribir sobre lo que me ocurre fue algo normal”. El coqueteo con los versos la llevó a algunas antologías y a Cosmopoética, el ciclo anual de poesía que se celebra en Córdoba. “Participé como poeta invitada y he trabajado en el departamento de prensa y comunicación online algunos años”, describe la escritora-paciente.
La ruta por los hospitales, quirófanos y salas blancas comenzó hace tiempo. “Algo iba mal en mi interior. Me operaron y desde entonces vivo con dolor”, concreta. La cirugía desató “mi dolor normal:/ erupciones volcánicas de colores, un espectáculo pirotécnico privado”. La zona cero. ¿Pero cómo es el dolor? “Continuo, sordo. No llega a desaparecer nunca y tiene más o menos intensidad”. Las punzadas llegaron en el instituto. Aquella forma adelantada de estar en un mundo en transición, un peldaño más arriba, observando la pecera. “Estás con actitud de combate. Tomar decisiones es más fácil. Es más sencillo identificar lo importante. Cuando uno tiene dolor la vida es una batalla”. “Mi dolor es mi dolor y existe:/ existe más que yo”, escribe. Ella anda vuelta un poco hacia dentro. “Te hace madurar rápido. Ayuda sobre todo a priorizar y a saber valorar lo importante”, a relativizar. “Hace la vida pequeña pero más grande”.
En 2014 se enquistó el problema. Un suplicio en realidad. “Te acostumbras. Tienes que empezar a conocerte de otra manera, relacionarte contigo misma de otra forma. No puedes elegir. Lo vivo con entereza”. Hormigón armado es la muestra. “Mi rostro es muro de contención./ La mirada perdida./ El labio tembloroso. Intento que el dolor no se escape,/ que no se escuche, que no se vea”. Leer ha sido para ella el único analgésico eficaz. “He ido buscando mis asideros poéticos. La obra de Juana Castro, por supuesto, y otros poetas que ahondan en el dolor. Blanca Andreu, Lorca, Cristina Peri Rossi, Chantal Maillard”. La ciencia sin embargo aún no le ha dado una respuesta. “El quirófano es como otra habitación de mi casa. Tengo un poco esa sensación. Y de las salas de espera ni te cuento. He recitado una y otra vez la misma historia. Es tedioso, largo”, asume. Y se ve sola. “El apoyo que recibimos es escaso”.
En El cuadro del dolor -"Es la expresión comodín más usada./ Cuando tras consultas, opiniones, pruebas y/ más resultados clínicos no saben qué decir"- enfoca, además, a su porción de tierra, el barro de donde sale. El territorio está formado por mujeres, un reino femenino natural, sin imposturas y sólido. El feminismo que aterriza. “El vínculo con las mujeres de mi familia es en parte de lo que me nutro y cojo fuerzas día a día. Mi abuela y mi madre son mis mujeres raíz y entraña”. Del dolor se desprende otro ansia. “Tengo un fuerte deseo de ser madre, por continuar esa estela de matriarcado, de grandes mujeres de las que provengo. Me parecería imposible no tener una hija”, ataja.
Mientras espera una solución escribir ha sido una revelación. "Pese a todo siempre queda la belleza, algunos resquicios de luz para seguir”. ¿La poesía cura? “No, pero ayuda. Quizá a sentirse menos solo o entenderse. Ojalá sirva para que alguien que sufre lo mismo encuentre sentido en esta oscuridad”.