Dice la canción que nació libre como las estrellas y el pensamiento, que robar es su profesión. Pero no porque él quiera, es que le enseñaron eso, que de pequeño sólo vio lo malo. También dice que es un fugitivo, que es feliz, un desertor de todas las leyes, un perseguido y enemigo de la Policía. Y mucho más: “Tú eres el Vaquilla, alegre bandolero / porque lo que ganas repartes el dinero”.
Juan José Moreno Cuenca era el Robin Hood de los cinturones industriales en los estribillos de Los Chichos. Los tres estaban ahí para ponerle música al chute sin futuro de la España negra, donde el Vaquilla, el Torete y el Pirri, los quinquis que siempre mueren, son como los centauros: una raza sin identificar, mezcla de payos y gitanos, que mantienen una forma de vida incompatible con los valores capitalistas que toca defender.
Los Chichos son un referente popular que hicieron del país un reflejo de ellos al tiempo que ellos eran reflejo del país. Eso quiere decir: 22 millones de copias vendidas. Puro mainstream de barriada.
“Tú eres el Vaquilla, alegre bandolero / porque lo que ganas repartes el dinero”. Y El Vaquilla les escucha desde la primera fila, rodeado por los suyos, cumpliendo condena. Nadie tiene frío en el patio del penal de Ocaña a mediados de noviembre de 1985. Hay concierto en honor al célebre delincuente, subido a los altares por el cineasta José Antonio de la Loma, fundador de una fantasía social, un fast&furious de Simago.
Cocaína y heroína
En el escenario canta Jero, le acompañan los hermanos Emilio y Julio González Gabarre. Ese día moderaron sus pantalones campanas, los colores pastel de sus trajes, incluso los cuellos de las camisas parece que han encogido algo. Las cadenas de oro tampoco asoman en la flora del pecho. El público animado pide otra y Jero les pregunta que quieren. “¡Cocaína!”, respondieron, tal y como se refleja en la biografía del grupo, documentada y escrita por Rosa Peña y Juan Antonio Valderrama, Nosotros, Los Chichos (Ediciones B).
Charlaron con Juanjo unas horas. Dicen que les dijo que nunca robaba un coche con un casette de Los Chichos. Al otro lado de los muros y las alambradas del penal, en un cine de la ciudad, se estrena Yo el Vaquilla, posiblemente la peor película con etiqueta cine quinqui, a pesar de la banda sonora de los del Jero.
Futuro descampado
Mientras en Occidente se bailaba con John Travolta en Fiebre del sábado noche (1977), aquí ocurría Perros callejeros, protagonizada por los sobrantes del modelo económico impuesto con la dictadura. José Antonio de la Loma iluminó el posfranquismo de extrarradio, donde el llamado “impulso desarrollista” hizo del progreso un descampado perfecto para llegar a la cárcel a 120 subidos en un Seat 124 blanco, tratando de sobrevivir a la miseria y convirtiéndose en héroes al cumplir con un deseo colectivo de las clases populares: “Darle la vuelta al orden establecido”, escribe el profesor de la Universidad de California, Luis Martín-Cabrera, en Fuera de la ley (Editorial Constelaciones).
Eran el desperdicio del modelo de los tecnócratas del Opus, que apoyado en el consumo y la industria turística, había tocado fondo con la crisis del petróleo en los setenta. Con la llegada del PSOE se ahondó en la dependencia de la inversión extranjera, la destrucción del tejido industrial y la subordinación a los intereses del capital financiero europeo, que generó un aumento de las desigualdades sociales y el desempleo.
Quinqui europeo
El modelo económico neoliberal de González produce las grandes masas de desocupados, que hace crecer la periferia hasta comerse al centro. Y así el quinqui se convierte en el primer marginado en democracia y el primer antisistema en transgredir la ley (racista y clasista). La Mina, San Blas, Vallecas, Las tres mil viviendas, Ortxarkoaga ven emerger el producto delictivo juvenil, en plena España de la modernidad, el diseño y el consumo. El quinqui es un personaje tan incómodo para un país que aspiraba a vitaminarse, mineralizarse y europeizarse, en el que los brillantes colores de Miquel Barceló habían tapado el gris dictadura. Y todo el mundo (exterior) miraba.
En la pantalla, la heroína y los picos, los maderos y las fugas, el futuro y la nada, los barrios y los pijos, el mito y el miedo. Héroes que no se dejan doblegar ni asumen la disciplina. Son la contrahistoria, que iban del porro al caballo y del paro al palo, y se dedicaban a interpretar a sus propios personajes. A sobrevivir y a morir en enjambres de protección y desencanto, en ciudades al margen de las ciudades crecidas deprisa, deprisa. Pozos de depresión y represión.
Y lo chungo
Yo busco en tí, sin saberlo, lo que tú sólo puedes darme. Hace tiempo que te conozco y tienes penas y alegrías. Vas matando poco a poco. Sólamente oír tu nombre causa ruina. Me cogiste bien cogido en tus invisibles rejas. Yo quiero escapar de ti, pero me arrastras y no me dejas. Más chutes no. El estribillo de Los calis cantando por Heroína. No, la ruina nunca viene sola.
El resto del país sonríe y estrena democracia. Los márgenes crecen a cara de perro y con banda sonora. Algo es algo. Tras Los Chichos llegan Los chunguitos, Bordón 4 y Los calis. Allí, sin noticias del bienestar o del progreso, todos cantan a lo chungo, al amor, a la falta de libertad y a alguien más: un diablo vestido de ángel que hacía volar sobre la mugre.