Durante la Guerra de Secesión americana, cuando el ejército de la Unión liberaba una plaza, los esclavos capturados en ella pasaban a ser considerados como "contrabando". Se empujaba a los hombres en edad de luchar a que se alistaran, mientras que se aprovechaba también a las mujeres para que se unieran a las tropas en labores auxiliares.
Eso fue lo que hizo Cathay Williams, esclava nacida en 1842, hija de esclava y de su marido liberto, y que trabajaba en una plantación de Jefferson (Missouri) conquistada por el Norte en 1861. Con 17 años, Williams se unió al ejército y fue pasando por varios escenarios de la guerra, como la batalla de Pea Ridge o la campaña de Red River. Incluso llegó a trabajar en Washington para altos mandos como el general Philip Sheridan, para quien hizo de cocinera y lavandera.
Pero ese trabajo, casi un privilegio en un contexto en el que, a pesar de la abolición de la esclavitud con el avance del Norte, era muy complicado para un afroamericano encontrar una forma de ganarse la vida, se acabó con el fin de la contienda. Sin embargo, Williams no estaba dispuesta, como afirmaría años más tarde, a renunciar a su independencia: "quería ganarme la vida y no depender de mis conocidos o mis amigos”. Y para esta intrépida mujer, la forma de conseguirlo era alistarse en los Buffalo Soldiers.
Combatió para ser libre
Buffalo Soldiers ("soldados Búfalo") era el apodo que recibían los regimientos creados para dar acogida a los soldados negros, en un momento en el que era imposible que lucharan junto a los blancos. Tras la Guerra de Secesión, fueron destinados a combatir en las Guerras Indias. Williams, que tenía una gran estatura y una gran complexión, se presentó al reclutamiento junto a un amigo y un primo, los únicos que supieron su secreto.
En un momento en el que el ejército estaba desesperadamente necesitado de efectivos ante la sangría de la guerra civil, ni siquiera era necesario pasar un examen médico, y así Williams (que se alistó bajo el nombre falso de William Cathay, pues estaba prohibido que las mujeres lucharan) fue admitida en 1866. Se convirtió en la primera afroamericana en servir en el ejército, y el único caso conocido en todo el siglo XIX.
Williams fue enviada junto con su regimiento al Oeste, con el encargo principal de proteger los convoyes de colonos de los ataques de los apaches. Pero la salud no la acompañó: pasó la viruela poco después de enrolarse, y el duro clima de Nuevo México, el último de sus destinos, unido a las precarias condiciones de alimentación y aprovisionamiento que sufrían las tropas, hizo que encadenara un mal tras otro. Sin embargo, no fue hasta después de varias hospitalizaciones que un médico descubrió su secreto, lo que la llevó a ser expulsada del ejército en 1868.
Williams recuperó entonces su verdadero nombre y trabajó como cocinera en Fort Union (Nuevo México). Allí se casó, pero el matrimonio se rompió al poco tiempo, sobre todo porque su marido le robó todo su dinero y sus caballos. Se trasladó a Trinidad (Colorado), donde tomó la identidad de Kate Williams, y subsistió aceptando trabajos de costurera, cocinera o lavandera.
El rechazo del gobierno
Pero su salud no hacía más que empeorar. La diabetes le hizo perder varios dedos del pie, sufría de neuralgia y utilizaba bastón. En 1891 decidió solicitar una pensión al ejército, aduciendo que su estado de salud se había deteriorado durante su servicio, pero le fue negada.
Curiosamente, había existido el caso de otras mujeres que habían servido antes camufladas como hombres, y que habían igualmente solicitado posteriormente una pensión que finalmente les fue concedida. Pero en todos esos casos se trataba de mujeres blancas y, la mayoría, con conocidos influyentes que las ayudaron en el proceso.
Prácticamente se desconoce qué fue de Cathay Williams tras esa fecha. Los mayores detalles de su vida los sabemos por una entrevista que fue publicada en 1876 y los documentos oficiales del ejército. Pero ni siquiera está clara la fecha de su muerte; algunos historiadores la fijan en 1893, mientras que otros la extienden hasta 1924. Lo único cierto es que en el censo de 1900 ya no constaba como residente en Trinidad, pero no se puede descartar que hubiera vuelto a mudarse, quizá con una nueva identidad.
Hoy, en el momento de crisis de la memoria histórica que vive Estados Unidos, su historia vuelve a ser reivindicada para mostrar la difícil vida de las mujeres afroamericanas en el siglo XIX, un apartado de la lucha racial que no siempre ha tenido la atención merecida, ni siquiera por los propios líderes del movimiento. En 2016 se inauguró un monumento en su honor en Kansas City.