Planeta da por muerta la Cultura de la Transición
El presidente del grupo editorial pide la “revisión de la Constitución”. Planeta ha sido el pilar cultural del 'milagro' español, gracias a su papel en la integración del nacionalismo catalán en aquel régimen constitucional.
15 octubre, 2017 12:30El poder económico ha hablado y ha certificado la muerte de la Transición, cuarenta años después. Y ha sido desde el mismo altar cultural catalán que bendijo y difundió el régimen que había nacido para no serlo. La maniobra política debía ser breve y transitoria, apenas un suspiro entre el fallecimiento del dictador y la aprobación de la nueva constitución, y acabó convirtiéndose en la norma.
Ayer, la Santa Sede Cultural, que había funcionado hasta este sábado como refuerzo contra la desmembración española en democracia, dio carpetazo a la Constitución de 1978. Planeta, en palabras de su presidente José Creuheras y de la familia Lara, advirtió que el nuevo paradigma político inaugurado desde la derogación del Estatuto y la Constitución por el Parlamento de Cataluña debe resolverse con una nueva constitución.
El mayor grupo editorial y de construcción de opinión pública, en lengua castellana y catalana, que aupó y fortaleció la amnistía y la amnesia de aquel estado transitorio, ha pedido un cambio en la situación de la que ellos mismos son responsables. Creuheras habló de “sociedad democrática madura, con una democracia fuerte” para justificar la resolución del conflicto nacional promovido desde las estancias independentistas catalanas.
Sin embargo, hay una razón mucho más importante que avala la petición de creación de una nueva constitución española: la “estabilidad empresarial” y la preservación de los “intereses económicos” del grupo. Ante los medios de comunicación, en multitudinaria rueda de prensa previa a la edición del Premio Planeta, aclaró que estos son los motivos que han llevado al grupo de los Lara a abandonar Cataluña. Una decisión “dolorosa”. Esas son las razones para dar solución a una situación que ha llevado al grado máximo de estrés del régimen del 78, incapaz de seguir avanzando.
Diseñar el proceso autonómico
Planeta ha sido el pilar cultural del milagro de la Transición. Una empresa creada en 1949, que cruza de la dictadura a la democracia, adecuándose al orden político e intelectual del momento. Empresa, política y pensamiento fundidos en la maquinaria del consenso para superar las discordias civiles españolas. Ahí residía el papel bisagra de Planeta, en la parte más complicada, la de la integración definitiva del nacionalismo catalán en el nuevo régimen constitucional. Había que “diseñar el proceso autonómico de tal manera que los nacionalistas se sintieran cómodos dentro del Estado”. No funcionó.
Como el mismo Creuheras acaba de reconocer: “Hace unos meses la revisión de la Constitución era impensable”. De esta manera, y tan nítida, el responsable de la multinacional validaba la sucesión de acontecimientos que han llevado, en los últimos meses, al final de la Transición: “Hoy creo que hay acuerdo sobre la creación de una comisión que pueda revisar la Constitución. Y creo que desde ese acuerdo y esta revisión, dentro del marco de la ley, se abre una vía que hace unos meses podía ser impensable”.
La situación era insostenible desde hacía años, tal y como denunció, en 1994, el filósofo Rafael Argullol: “Se asumió colectivamente una identidad falseada que obvió cualquier tipo de análisis en profundidad, incluso sobre nuestro pasado histórico más inmediato. Y se asumió porque se puso en primer lugar el elemento político que requirió esta especie de pacto de complicidad del silencio”. Así fue como se canceló la historia en aras de la convivencia.
Una vanguardia aburguesada
Como señaló Manuel Vázquez Montalbán, en su ensayo La literatura y la construcción de la sociedad democrática (de 1992), la complicidad entre la clase política y la intelectual se había fraguado gracias a las condiciones materiales para que “el supuesto milagro político de la Transición consistiera simplemente” en “la conformación de una sociedad fundamentalmente burguesa, cuya vanguardia, militara en la socialdemocracia o en los centros democráticos”.
“La Cultura de la Transición sería la consecuencia natural del masivo alineamiento de la clase intelectual y cultural del país con ese proyecto”, explica el crítico Ignacio Echevarría sobre el cambio de paradigma, en CT o la Cultura de la Transición (publicado en Penguin Random House, la competencia de Planeta). Muchos de esos intelectuales están al servicio de Planeta, han sido premiados por el grupo y forman parte de sus jurados. Las palabras de Creuheras suponen el final de la amnesia de todos ellos.
Los representantes del establishment al que se refería Vázquez Montalbán fijaron “el gusto de lo cultural y políticamente correcto”. “Y lo culturalmente correcto, por aquellos años, consistió en el arrinconamiento de toda actitud abiertamente crítica en aras de un espíritu conciliador y ecuménico que celebraba la cultura como fiesta, es decir, como ámbito segregado de las tensiones sociales y políticas, como un lugar de encuentro y no de confrontación”, apunta Echevarría. Tras décadas de corrección y ceguera milagrosa, el poder económico y cultural pide una “revisión de la Constitución”.