Hacer memoria es espiar al pasado. El historiador es un investigador (siempre privado) de la memoria. Un espía que hurga entre los papeles y los testimonios, que camina de un archivo a otro, en busca de un documento nunca antes mostrado y que puede dar nueva luz a los acontecimientos pasados. Porque la memoria está viva gracias a los historiadores y a pesar de los políticos.
A España le cuesta recordar. España quiere olvidar. Lo mejor que le puede pasar a España es enterrar (la memoria). España pide cicatrizar. Son algunas de las frases repetidas por el ala política más conservadora de este país, empeñada en mantener la Historia reciente en una cámara congelada. Su esfuerzo por colocar estos eslóganes ha calado incluso en los que parecían enemigos de congelar la Historia.
Hay muchas fechas que podrían reivindicarse como el final de la prórroga de la Transición, pero una de las más claras es la creación y aprobación de la Ley de Memoria Histórica por el Gobierno Zapatero, hace una década. La Transición se había inaugurado mirando para otro lado, hasta que ya no se pudo más. Desde entonces, la contrarreforma de la memoria ha maniatado la ejecución de la misma y ha agitado a favor del olvido. Cicatrizar aunque supure. Incluso escritores de la izquierda, como Javier Cercas, califican la recuperación de esa memoria como puro marketing. Tampoco han faltado los que han hecho versiones light para niños.
Historia para la ciudadanía
Afortunadamente, tenemos a historiadores como Enrique Moradiellos, recién reconocido con el Premio Nacional de Historia, quien repite que “la Historia no es un frígido museo, es la trampa secreta de la que estamos hechos, el tiempo”. Somos herederos del pasado y no está lejos: “En el hoy están los ayeres”.
También fue galardonado con el mismo trofeo Roberto Fernández, para quien la patria del historiador es la verdad. El investigador aseguraba a este periódico que la Historia y los historiadores deben estar “al servicio de la ciudadanía y al margen de los intereses partidistas que la desvirtúan”. Porque deben servir al conocimiento objetivo del pasado, para que los pueblos se unan: “La Historia no debería ser un arma arrojadiza de unos contra otros”.
Pero faltaba un altavoz mucho mayor que la Academia y la industria editorial para demostrar que la Historia no es un frigorífico, que el pasado no está ni muerto, ni olvidado, ni enfermo, ni podrido. Y llegó a la televisión (privada) Dónde estabas entonces, dirigido y presentado por la periodista Ana Pastor, que en su estreno ha conquistado la perspectiva histórica y la batalla de las audiencias: ayer por la noche fulminó en número a Gran Hermano (Telecinco), que hizo tope en 1.531.000 espectadores, mientras que Dónde estabas entonces (La Sexta) llegó a los 2.037.000 espectadores.
Infórmame, no Cuéntame
Y lo más importante: Dónde estabas entonces no es Cuéntame. NADA QUE VER. Importante porque lo de la familia Alcántara fue el mejor producto de entretenimiento masivo que perpetuó el modelo del silencio impuesto por los padres de la Transición. La ficción fue complaciente con el poder; el periodismo, no. El periodismo -la Historia- que propone el producto de Ana Pastor ha demostrado que la información del pasado también es actual e interesa, que hay muchos capítulos ocultos e infinitas voces anónimas que participaron y sufrieron para que España fuera algún día democrática.
Cada capítulo recrea un año de los últimos cuarenta, partiendo desde 1977. Y a su vez, cada uno de ellos está compuesto por reportajes que se detienen en los testimonios que los libros no suelen reparar. En la primera entrega impactaron las declaraciones de los torturados por la Policía y condenados por el TOP o los hombres que vivieron escondidos durante la dictadura. Y se agradece el enfoque crítico con la cultura española, convertida en Marca España con el Nobel de Literatura a Vicente Aleixandre. Y la bomba de la ultraderecha contra de El Papus: cuántas reminiscencias con el atentado yihadista cometido contra el Charlie Hebdo.
El resultado de Dónde estabas entonces es una Historia profundamente periodística, cosida con el tipo de crónicas que tanto se echan de menos en la televisión (y algo menos en los periódicos). Porque esta es una tarea de periodista, no son lodos para el historiador. Ana Pastor se presenta con las ropas de ambos: en las del primero manda el porqué, en las del otro el qué. Arriba la Historia, abajo la falsa vida en directo.