Decían los escolásticos salmantinos, recuperando a Plinio el Viejo: nulla dies sine línea (ningún día sin una línea, en referencia a que, para aprender, no se debía dejar pasar ningún día sin leer o escribir al menos una línea). Pues bien, dejamos atrás todo un año 2017 en el que, si hacemos un repaso, hemos debido aprender muchas cosas.
Lo que propongo con estas líneas es hacer un recorrido por algunas de las principales lecciones que en el ámbito cultural hemos sacado del 2017. No es un repaso a eventos aislados o a hitos culturales. Más bien lo que busco es ampliar un poco la perspectiva para percibir así destacados movimientos culturales, algunos de baja intensidad, pero de gran capacidad transformadora.
Las mujeres quieren su parte del pastel…
…y no quieren ser ni ninguneadas, ni maltratadas, ni abusadas. Ha sido el año en el que hemos visto cristalizar una corriente reivindicativa que ya venía empujando los últimos años. En este año se ha revelado insoportable la poca presencia y en su defecto la poca relevancia del papel de las mujeres en el ámbito directivo de la cultura. A pesar de significar el 41% del empleo cultural1 (en algunos sectores incluso son mayoría), su papel en los puestos directivos de empresas, instituciones y organizaciones, todavía es muy insignificante. Ha sido el año del marcaje de las programaciones artísticas de festivales y equipamientos, de los concursos públicos de dirección, de la denuncia de la falta de representatividad de los patronatos, etc…
Insostenible también es el silencio (ya roto) frente a los abusos sexuales y ahí queda ya abierto el filón de denuncias que amenaza con sacar mucha basura a la luz.
El terremoto de Cataluña deja sus secuelas
No hay duda de que el evento del año a escala nacional ha sido el denominado “conflicto catalán”, y éste ha dejado secuelas en el mundo de la cultura. Cataluña es una de las comunidades punta de lanza en temas de cultura por lo que todo lo que en ella ocurra, se deja notar antes o después, en el resto de España. Y lo que ha sucedido es que Cataluña, culturalmente hablando, se ha parado. Su tradicional liderazgo profesional se ha ralentizado en espera de acontecimientos. Algunos profesionales se han posicionado, tanto fuera (recordemos la dimisión de Alex Rigola como director de los Teatros de Canal) como dentro. Es dentro de Cataluña donde más se han sufrido las consecuencias del procés: artículos periodísticos, manifiestos, cadenas de mails o whatsapp, peticiones que han provocado que el sector cultural catalán tomase posiciones frente al conflicto. ¿A qué coste? Durante los próximos años lo veremos.
Las brechas generacionales y de renta
A pesar del aumento del consumo cultural por parte de los hogares y los individuos (una media del 6,47%2 entre el 2015 y 2016), el gasto cultural privado no se ordena de manera socialmente uniforme, constatándose así unas brechas que, lejos de disiparse van acrecentándose con el paso de los años, sobre todo como consecuencia de la crisis. Una de ellas es la generacional: los jóvenes no consumen igual que las generaciones precedentes: no consumen periódicos, compran menos libros, apenas discos… y su consumo cultural lo canalizan hacia cultura digital.
Otra de ellas es la de renta. Como ya expliqué, la desigualdad incide agudamente en el consumo cultural. Los hogares más pobres consumen menos que los hogares más ricos, tanto en términos absolutos como en términos relativos. Estas variables que se han consolidado durante el 2017 son el resultado de dos cambios sociales ya cristalizados en la sociedad española: la brecha económica y la brecha generacional por una parte, ambas mezcladas con el fenómeno de la digitalización cultural por otra. Un caldo de cultivo frente al que la industria cultural española permanece aún noqueada, incapaz de plantear respuestas eficaces.
Aparición de Netflix
2017 ha sido el año de la consolidación de Netflix y de la aparición de otras plataformas on-line (HBO, …). Este hecho está cambiando no sólo la producción y la difusión de productos audiovisuales sino también la forma con la que distribuimos nuestro tiempo de ocio. Son tiempos de ver series, pero también de libertad de horarios: ahora elegimos cuando queremos ver los contenidos. Esto está arrastrando a los grandes agentes hasta ahora dominadores del panorama audiovisual a adaptarse. Las teles admiten la fragilidad del otrora tiránico prime-time. La industria del cine va asumiendo el poderoso motor de difusión que son estas plataformas, no sin sonadas y extemporáneas reacciones como la del Festival de Cannes. Y el mundo de la gran empresa de medios de comunicación se reestructura para hacer frente a lo que parece una revolución industrial, no en vano esa era la razón de fondo de la fusión de Fox con Disney.
Los titubeos en política cultural de las grandes ciudades
Ha sido un año muy convulso para los dos Ayuntamientos más grandes de España y particularmente en lo que se refiere a las políticas culturales que despliegan. Madrid cesaba a su concejala de cultura, la alcaldesa, Manuela Carmena, asumía las competencias y se producía una reorganización con no pocos costes internos. Todo ello sin hablar de los pleitos, las demandas y las desconfianzas generadas en el equipo de gobierno.
Barcelona, por su parte, rompía, como efecto colateral de las turbulencias del procés y porque así lo decidían las bases del partido de Ada Colau, el pacto de gobierno con los socialistas, que hasta esa ruptura se responsabilizaron del área de cultura. Un cambio de rumbo más en esta área (van tres) en el corto periodo que llevamos de legislatura.
Si Madrid y Barcelona son relevantes es por su significación como posibles alternativos modelos de políticas culturales de orientación progresista. Pero también hay otros ejemplos, mucho más discretos, algo más estables y exitosos diseminados a lo largo de la geografía política nacional: Valencia (tanto Generalitat como Ayuntamiento) consigue apaciguar y ordenar sectores culturales otrora muy esquilmados. Navarra exhibe una discreta innovación en política cultural. Zaragoza ciudad renueva sus programas culturales locales con definición y contundencia. Y como estas, muchas otras iniciativas que pasan desapercibidas pero que engrosan la lista de experimentos exitosos.
La música reclama su protagonismo
El año comenzó con la consolidación del musical La La Land en todas las ceremonias de premios (Globe, Oscar…). Un canto, más allá de las críticas, a un género como el musical, que de vez en cuando nos recuerda que la vida se hace más llevadera si se hace cantando. Quizá ese optimismo (musical) sea el que reside detrás del fulgor con el que ha rebrotado la edición 2017 de Operación Triunfo, o el apabullante éxito del reggaetón como género de masas eminentemente latino. Pero si el río música lleva, suena. Los festivales de música en directo siguen en su progresión positiva, año tras año, Youtube se consolida como la radio musical de los jóvenes y, aunque Eurovisión haya sido ganada por una canción modélicamente sosa y sencilla, todo indica que esa victoria se debe más por la música que por el espectáculo.
El virus de la melancolía y del pesimismo sigue presente
A pesar de constatar que culturalmente somos/vivimos en una sociedad dinámica, abierta y en constantes cambios, muchas son las tendencias melancólicas o nostálgicas que miran hacia un pasado que ya no volverá o a un futuro que ni siquiera reticentemente se espera. Basta echar un vistazo a la prensa para descubrir artículos pesimistas y quejicosos, a la edición para leer libros de profunda crítica al presente, o al cine y la televisión para corroborar que muchos de los productos culturales se dirigen a esa generación nostálgica que compra. La transición y toda su iconografía cultural, los felices ochenta (la EGB), la comunión con la modernidad que supusieron las olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla y de los que el año pasado celebramos 25 años… todos son productos culturalmente emocionales.
El lector digital
Independientemente de donde el lector lea estas páginas, lo estará haciendo en un medio digital. 2017 ha significado un paso más en la consolidación de la prensa digital como medio para analizar y profundizar los acontecimientos de la realidad. Un hecho aún más claro en lo que se refiere al análisis cultural. Los medios digitales se han revelado como los más diligentes y eficaces a la hora de analizar los hechos culturales, independientemente de dónde se produzcan, de su alcance o de su complejidad. Aunque algo hemos ganado, en pluralidad de enfoques, en inmediatez, en accesibilidad, etc… mucho nos queda aún por corregir y avanzar para mejorar la calidad, el rigor y la profundidad. Tarea inminente.