La historia está repleta de decisiones equivocadas. Algunas son el resultado de preferencias lógicas, bien meditadas y, sin embargo, desacertadas. Otras constituyen corazonadas infalibles que, con el tiempo, se revelan poco afortunadas. En muchos casos, únicamente media una moneda lanzada al aire. Una de esas que suele caer por el lado erróneo un número indeterminado de veces. Aproximadamente, la mitad.
Todavía en vida de John Kennedy Toole, el editor de Simon & Schuster, Robert Gottlieb, rechazó publicar La conjura de los necios porque “el libro, a pesar de su buena trama, no tiene una razón de ser. (...) No trata realmente acerca de algo”. Durante años, varias compañías se negaron a producir Los siete samuráis argumentando que era demasiado occidental para el imperio japonés y, durante la ocupación aliada, demasiado oriental. El Real Madrid descartó insistir en el fichaje de Andrés Iniesta cuando tenía doce años tras destacar en el torneo infantil de Brunete. En 1886, habiendo hallado una pepita de oro, un minero australiano llamado George Harrison vendió por diez libras sus derechos de explotación sobre lo que resultó ser un filón de más de 100 kilómetros de largo y del que proviene casi la mitad de todo el oro jamás extraído en el planeta.
El talento ignorado
Todos cometemos errores. Robert Gottlieb debió de comprenderlo en 1981, cuando La conjura de los necios fue galardonada con el Premio Pulitzer un año después de su publicación. Los productores que cerraron la puerta a Kurosawa se habrán mortificado a conciencia cada vez que Los siete samuráis ha sido elegida entre las mejores películas de todos los tiempos. Puedo imaginar la cara de Lorenzo Sanz cuando Iniesta de mi vida marcó el gol de la victoria en el minuto 116 de la final del Mundial de 2010. De George Harrison no se supo nada más desde el día que abandonó Witwatersrand con sus diez libras. Durante un tiempo, no obstante, se rumoreó que se lo había comido un león. Algo es algo.
Otro George Harrison, nacido en 1943, se dirigía hacia Londres la tarde del 31 de diciembre de 1961 en una furgoneta Commer conducida por Neil Aspinall y en la que también viajaban sus compañeros Pete Best, John Lennon y Paul McCartney, batería, guitarrista y bajista de una banda todavía desconocida: The Beatles. Habían salido de Liverpool a las doce de la mañana, pero Aspinall, un colega del instituto que hacía las veces de road manager, se había perdido. Tardaron diez horas en recorrer un trayecto de trescientos cincuenta kilómetros. Cuando llegaron a su destino, apenas faltaban dos horas para la medianoche de Fin de Año. “Justo a tiempo para ver a los borrachos saltando en la fuente de Trafalgar Square”, bromearía John.
Gracias a la labor de Brian Epstein, su recién nombrado manager, el grupo había concertado una cita para realizar una audición el lunes 1 de enero de 1962 a las once de la mañana en los estudios de la compañía Decca Records, al norte de Londres, junto con una banda local llamada Brian Poole and The Tremeloes. Salvo desastre, aquel podría ser el mejor Año Nuevo de sus vidas. Por aquel entonces, Decca era una de las discográficas más potentes del mundo y The Beatles, ídolos locales en The Cavern y acostumbrados a dar conciertos en los locales de Hamburgo, se sentían muy capaces de impresionar a sus productores.
Actuación y deliberación
Tocaron durante una hora. En el repertorio, de quince canciones, se incluyeron versiones tan variadas como Crying, Waiting, Hoping de Buddy Holly, Memphis, Tennessee de Chuck Berry o Bésame mucho de Consuelo Velázquez, así como tres temas originales de Lennon y McCartney: Like Dreamers Do, Hello Little Girl y Love of the Loved. Tal y como relata Mark Lewisohn en The Complete Beatles Chronicle, Mike Smith, entonces productor de Decca, prometió a Brian Epstein que en unas semanas se le comunicaría la decisión que tomase la compañía respecto al fichaje de la banda. Consultado acerca de si era posible grabar la sesión, Smith contestó que no veía ningún problema —hoy se sospecha que Epstein tuvo que desembolsar cierta cantidad a cambio—. Esa miserable cinta en la que se registró la primera audición de The Beatles fue subastada por The Fame Bureau en el año 2012. Su comprador, un coleccionista japonés, pagó por ella 35.000 libras.
Algunas semanas después, Decca Records comunicó a Brian Epstein su decisión de rechazar a The Beatles. En su lugar, habían preferido fichar a Brian Poole and The Tremeloes. No se sabe quién tomó exactamente la decisión, aunque se sospecha que pudo haber sido el propio Mike Smith, el buscador de talentos Dick Rowe o el productor y miembro de The Shadows Tony Meehan, quien quizá también pudo encargarse de producir personalmente la grabación aquel 1 de enero de 1962, hace hoy cincuenta y seis años. Entre las razones alegadas por Decca, recogidas en The Beatles Anthology, destacan dos.
"Los Beatles no tienen futuro"
La primera hace referencia a las escasas posibilidades comerciales que, según la discográfica, tenían en aquel entonces los grupos de guitarras, ya que se encontraban “de capa caída”. La segunda es mucho más concreta y alude directamente a la banda: “The Beatles no tienen futuro en el mundo del espectáculo”. Como videntes, desde luego, no tenían precio. Tres meses más tarde, uno de los productores de Parlophone, George Martin, ofrecía a The Beatles un contrato discográfico con su compañía. El resto es historia.
Tener la posibilidad de fichar a Iniesta y no hacerlo es quizá uno de los peores errores de la historia del fútbol. No producir Los siete samuráis, por el motivo que sea, es quizá uno de los peores errores de la historia del cine. Considerar que La conjura de los necios no está a la altura de tu editorial es quizá uno de los peores errores de la historia de la literatura. Vender los derechos de explotación del mayor filón de oro jamás conocido por diez libras es merecerse que lo devore a uno un león. Hoy se considera la decisión de Decca Records de no fichar a The Beatles como uno de los peores errores de la historia de la música. Aunque puede que no todo el mundo esté de acuerdo. Habría que preguntar qué opinan al respecto Brian Poole and The Thremeloes.