Había una vez un payaso que hacía reír a todo el mundo. No eran los de la tele. Esto ocurrió antes de que Gabi, Fofó y Miliki enamoraran a los niños de toda españa. Se llamaba Marcelino Orbés, y aunque nació en Jaca nunca triunfó en nuestro país. Sin embargo, aunque aquí pocos le recuerden, se convirtió en el mejor en lo suyo, que era sacar una sonrisa en los mejores teatros del mundo. Desde Londres a Nueva York, pasando por Ámsterdam, todos quedaban prendados de su vulnerabilidad y su torpe encanto.
También quedó prendado un niño que en aquella época -eran principios del siglo XX- no tendría más de diez años. Se llamaba Charles Chaplin y participó como extra en una función del gran 'Marceline'. El resto de la historia del que sería uno de los primeros genios del cine todo el mundo la conoce. La del español que se convirtió en su inspiración no, por eso la diputación de Huesca ha organizado una exposición de más de 300 piezas en las que se reivindica una figura olvidada. Fotografías, enseres personales y hasta los únicos segundos en movimiento del gran Marcelino se pueden ver en esta muestra que han comisariado Jesús Bosque y Víctor Casanova, que además ha escrito un libro (Marcelino, vida y muerte de un payaso) en el que cuenta su propia experiencia buscando en Nueva York el rastro de aquel payaso que echó la bronca a Chaplin porque no arqueó la espalda lo suficiente para amortiguar su caída.
Este movimiento por la recuperación de la figura de Marcelino surgió casi como un juego. Un cluedo que un amigo le propuso a uno de los comisarios de la exposición y autor del libro. “Yo llevo seis años en Nueva York, y cuando me iba a venir a estudiar un máster, un amigo cercano , que luego ha sido el otro comisario de la muestra, pero mucho antes de esto, me dijo que había leído una historia en el Heraldo de Aragón sobre este payaso que era de Jaca. Y me dijo, ya que vaspodrías descubrir si hay allí alguna huella suya, porque en Aragón no había nada. Así que cuando llegué empecé a investigar y a escribir, pero empezó como una misión de un amigo”, cuenta Víctor Escribano a EL ESPAÑOL desde EEUU, donde sigue viviendo en la actualidad.
Para este fan de la figura de Marcelino, ahora se paga una deuda histórica con el payaso que cree que vino provocada porque él “nunca hizo de español en el extranjero”. “He preguntado a mucha gente que estudia la diáspora española a Nueva York en aquella época, en la que hasta hubo un Little Spain aquí, y nunca habían oído hablar de él, porque no participaba y no era parte de la comunidad. Salió en la adolescencia de España y no regresará más, así que su mundo fue la patria itinerante del circo, y además no tuvo hijos y un legado para reivindicar su figura, pero al menos está llegando ahora con la exposición, que ha tenido un apoyo institucional, porque creían que merecía la pena poner a Marcelino en valor. El recuerdo llega tarde pero llega y hay interés”, apunta.
su suicidio lo hizo de una forma muy teatral, colocó todas sus fotos en una maleta encima de la cama, se afeitó… había una dramatización, él tomó la decisión y la realizó en sus términos
Mientras que en otros países existen escuelas de payasos y clowns, en España su figura no está tan institucionalizada ni defendida, pero Víctor Casanova no cree que esto haya provocado que haya menosprecio a los payasos. “Mira a los payasos de la tele, tuvieron un éxito brutal y son una de las figuras más queridas por todos los españoles. Es verdad que la gente no va al circo, es como una reliquia del pasado, pero la figura del payaso no creo que esté infravalorada. Creo que el que aquí no se le conociera tiene que ver con que nunca regresa a España, su vida se hace en oro idioma, su primera mujer es inglesa, la segunda de EEUU, actuó por todo el mundo y la vinculación se va perdiendo. Hay un momento interesante en el que un trío de marinos van al Hippodrome y uno de ellos es de un buque de la armada española, y es de Zaragoza, así que se se va a presentar y le dice que son compatriotas y le da un abrazo, y el New York Times hace una crónica y describe Zaragoza como un pueblo al lado de Barecelona”, recuerdo el autor.
La muestra también recuerda a Chaplin, que le nombraba siempre como uno de sus maestros desde aquel breve encuentro. “Le tuvo en un pedestal, y ya al final de la vida de Marcelino, cuando no actúa en el Hippodrome, sino por circos itinerantes, se acerca a tenderle la mano para ayudarle, y se encontró con un Marcelino ensimismado que no quiso saber nada de él. Porque él no sólo sufre la caída del olimpo, sino que tampoco se deja ayudar. El orgullo de quien ha sido una estrella y no sabe adaptarse y asumir que los tiempos han cambiado”, explica.
Un payaso de sonrisa triste, que no sólo mostraba lágrimas pintadas en su cara, sino que también las sacaba en la soledad de las habitaciones de los hoteles que recorría. Una vulnerabilidad que para el comisario de la muestra cree que era parte de su éxito. “Si te muestras frágil y desnudo en el escenario, hay algo ahí que es capaz de dar risa, pero también de mostrarnos cómo somos, con nuestras sombraas y flaquezas”, apunta.
La carrera de Marcelino acabó con un dramático número final, su suicidio, al que Casanova no ve “tanto como un fracaso, sino como una afirmación de su voluntad”. “El marcó sus tiempos, decidía con quién actuaba y tuvo mucha suerte en ese sentido, y al final no quiso que nadie le marcara el guion. Y su suicidio lo hizo de una forma muy teatral, colocó todas sus fotos en una maleta encima de la cama, se afeitó… había una dramatización, él tomó una decisión y la realizó en sus propios términos, y al día siguiente volvió a la portada de todos los periódicos de donde nunca quiso salir”.