Estoy borracha. No he bebido ni una gota de alcohol, pero tras 24 horas de bacanal teatral estoy borracha sensorial, intelectual y emocionalmente. Entré en los Teatros del Canal el viernes a las 19.00 y he salido un día después. ¿Una obra de teatro de 24 horas? En sentido estricto sí, pero el Mount Olympus de Jan Fabre es mucho más. Es otro universo en el que convive la performance, la danza, el teatro, los olores, el tacto, el sexo explícito, el sueño, el delirio y el éxtasis.
Empecemos con la parte más mediática. Sí, hemos visto sexo explícito. Fisting, besos negros, penes en movimiento, pubis decorados... y el sexo ha sido lo de menos. Como en la vida, una parte más. El sexo pesa menos que la belleza y si algo es Mount Olympus es un espectáculo bello y metafórico.
Este carnaval de la crueldad llamado Mount Olympus empezó con una rave con perreo incluido y ha acabado igual hoy con una ovación de más de 15 minutos y más de tres cuartos de hora con el público de pie bailando, aplaudiendo y jaleando a los 27 actores que literalmente se han dejado la piel sobre las tablas. Catarsis, locura y desmesura han sido los ingredientes de este viaje que tiene una máxima clarísima: éxtasis.
Fabre es el maestro del exceso, provoca y hace un trabajo tan bestia y, a la vez, tan medido que hace de esta obra un acontecimiento único. O como decía el actor Israel Elejalde al terminar la obra: “Ahora tenemos que hablar de año uno después de Mount Olympus”.
Buena parte de la profesión ha vivido las Dionisiacas griegas del siglo VI a.C. El director de cine Pedro Almodóvar, el de escena Luis Luque, actores como Israel Elejalde, Irene Escolar o Ricardo Gómez y dramaturgos como Borja Ortiz de Gondra o Lucía Carballal. Tampoco faltó el jurista Antonio Garrigues Walker, que se acercó a ver las 33 tragedias griegas. Edipo. Medea. Orestes. Hércules. Fedra. Héroes que son en sí mismos tragedia y humanidad.
Viernes. 19:00. Comienza la rave.
Los nervios atraviesan la Sala Roja de los Teatros del Canal. A las 19.20 con una ovación se abre la función. Dos hombres desnudos se sitúan en los extremos del escenario mientras otros dos hombres-animales les soplan en el ano para transmitir sus palabras. Malos augurios salen de la boca de los hombres. Fabre resuelve el morbo sexual en el minuto uno. Y, de repente, Mount Olympu es una rave teatral que empieza a las siete de la tarde. Los actores convierten el twerking, al ritmo de música electrónica, en un baile metafórico. De sus cuerpos van cayendo trozos de vísceras y carne cruda. Es el poder del hombre. El poder de la carne. Segunda ovación de la jornada. “Solo les di una pizca de locura”, la suficiente para que hicieran una “orgía en mi honor. Les arranqué el sentido de la lógica”, dice Dioniso, el maestro de ceremonias de este viaje al bosque más salvaje.
Viernes. 20:00. El peso de las cadenas.
Arranca el primer capítulo dedicado a Eteocles. Y lo hace sobrecogiéndonos. Es una marcha a la guerra. Los actores saltan sin descanso a la comba, pero no es una cuerda sino cadenas que chocan amenazantes contra las tablas del escenario. Casi 20 minutos seguidos saltando. Hay tirones. Tienen que parar. Sacar fuerza. Se ve el dolor. “¿Cuál es el daño que más duele?”, cantan en esta marcha militar que acaba con una gran ovación y el público en pie. Si el espectáculo empieza con este desgaste en la primera hora, cómo van a terminar los actores, nos preguntamos. “Es el momento para que os levantéis y defendáis lo vuestro”, nos espeta el héroe. “Es el momento de despertarse de una puta vez. Es el momento en el que la indiferencia es un delito. Es el momento de dar rienda suelta a la libertad para defenderla”. Y el de la conciencia política.
Viernes. 21:00. Los guerreros de la belleza.
El Mount Olympo de Fabre continúa entre cuadros muy plásticos, repeticiones y cadencia. Por momentos te clava en el asiento. Por momentos, resulta repetitivo. En esta hora pasan por el escenario los guerreros de la belleza, de la pasión, de la violencia y del sexo, Hécuba, con un precioso monólogo, y Odiseo. En el patio de butacas comienza el baile: se ven las primeras salidas y los primeros murmullos.
Viernes. 22:00. Creonte 'Clown'
La danza gana enteros en el montaje del director belga, que llega a Madrid tras pasar por 17 ciudades, por encima de las partes de texto. Esta hora arranca con Odiseo agonizando y el sueño de Hécuba. Sigue el movimiento entre el público. En la puerta, entre cigarro y cigarro, se oyen comentarios como “es que yo no sé cuándo está socialmente aceptado salir”. La función gira en el tercer capítulo dedicado a Edipo. Lo abre un Creonte en modo clown luchando contra una corona que pesa demasiado. El trabajo físico está medido al milímetro. La evidente metáfora funciona, y la política sigue inundando la tragedia griega. “¿Gobernar con terror o sin miedo? Un rey jamás es libre. El miedo a perderlo todo se apodera de sus sueños. Es mejor reinar sin corona, entre bastidores, escondido entre las faldas del rey”, dice este maquiavélico Creonte.
Viernes 23.00 h. Orgía vegetal.
Masturbaciones, felaciones, penetraciones, bondage, el primer fisting de la noche y los primeros orgasmos llegan en una orgía vegetal. Los actores simulan tener sexo con pequeños arbustos que sacan de sus macetas como si los desnudaran. Dioniso observa atento el inicio de la bacanal. Antes, con una sala en constante movimiento de entradas y salidas de espectadores, un Edipo ya ciego comparte escenario con su madre y mujer, Yocasta. Es la cima de la tragedia griega y la burla del destino.
Sábado. 00:00. Sirtaki integral.
Edipo lucha contra sí mismo, contra su pasado y sus raíces, contra esa tartamudez que hace más patente su intención de afearse y afear al mundo su arrogancia. Después vendrá otro de los momentos más aplaudidos de esta primera media jornada de la bacanal de Fabre: el sirtaki integral. Al son de la mítica canción con la voz de Anthony Quinn, siete actores desnudos (más Edipo) contonean sus cinturas y genitales al ritmo de la danza griega. "¡Todos los hombres necesitan un poco de locura!", terminan gritando a un público que ha vuelto a la sala y se acaban rindiendo a la belleza plástica de la escena.
Sábado. 1:00 A.M. Que comience la bacanal.
El cuarto capítulo son Las Bacantes de Dioniso. Es hora de estirar las piernas, comer algo y cambiar impresiones. Mientras las Ménades se embadurnan de vino impregnando el ya cargado (durante toda la obra hay vísceras y carne cruda en el escenario) ambiente oloroso del teatro y gimen desaforadas de placer, en el exterior corren los bocadillos, los cafés, los refrescos y la nicotina. “Estoy intentando no agobiarme pensando que tengo que mantenerme despierto. Me quiero dejar llevar”, cuenta el actor y músico Nacho Aldeguer. “La danza me está encantando, pero la figura de Dioniso tendría que aparecer más dignificada. No me gusta que siempre a los bailarines gordos les pongan un movimiento burlón”, reflexiona el actor Alberto Velasco. Dentro, ya hay ojos cerrados y cuellos torcidos y en el escenario la vanidad y el éxtasis toman la palabra. Una preciosa y delicada danza de Narciso queriendo ser mujer cierra este capítulo.
Sábado. 2:00 A.M. Sueño reparador.
El maratón se toma un respiro. Cincuenta minutos para dormir. Los actores se tumban en el escenario revuelto entre vísceras, sangre, tierra y restos de todo tipo. Se meten en inmaculados sacos de dormir blancos y el público para a comer, charlar y dormir. Mientras un solitario Jan Fabre espera en una mesa para firmar ejemplares de sus obras, las dos salas de descanso con mullidas colchonetas y bien de calefacción se llenan. Otros se van a casa a dormir prometiendo volver por la mañana. Ya lo había dicho antes Edipo: “El sueño es la almohada del cansancio”. Y sólo llevamos siete horas.
Sábado. 3:00 A.M. La hora femenina.
Fedra abre el siguiente tramo de la noche. Y con ella la celebración de la mujer. Cinco actrices se quitan la ropa interior, se abren de piernas y decoran sus pubis rasurados con pétalos de flores. Lo hacen con delicadeza. Con mimo. En su poética se convierten en un coro de resistencia ante la perfidia de los dioses. Esos que han elegido la indiferencia y mentirnos. El sueño, el que empieza a pesar en el público pero, sobre todo, el constante referente onírico que traza la obra de Fabre, se hace cada vez más presente. “Lo único que poseemos es el sueño y la muerte, dos dones que los dioses nunca tendrán”, recita este coro.
Sábado. 4:00 A.M. La noche de Fedra.
El sueño nos vence en la butaca. Apenas una hora, pero muy necesaria para reponer algo de fuerza. Mientras Fedra hace, nos cuentan, uno de los monólogos de la noche, aunque muchos nos lo hemos perdido. “Ha sido bestial”, resume Consuelo Trujillo a la par que explica cómo durante casi 40 minutos esta actriz ha ido desgranando, sin apenas moverse, la pulsión sexual hacia su hijastro. Abrimos los ojos en plena celebración del hombre. Están desnudos sobre mesas, igual que antes hicieran las mujeres, mientras son loados y decorados. ¿Estaremos soñando?
Sábado. 5:00 A.M. ¿Estoy despierta?
Despertar sobre las escenas que propone Jan Fabre aunque sea sólo tras una breve cabezada es hacerlo dentro una ensoñación. Comienza el sexto capítulo. Hipólito y Alceste son sus protagonistas. Ellas, insinuantes, se abren de piernas (la pieza se titula el Chocho de Tántalo) y se lanzan sobre el primer héroe. En la cafetería ya huele a café y churros. Se comenta que un señor no para de roncar en una de las salas de descanso y los servicios de limpieza se afanan en el exterior rematando el cuadro que deja la otra parte del espectáculo. Deben estar poniendo las calles. Nosotros volvemos para participar del sueño húmedo de Alceste.
Sábado. 6:00 A.M. Os enseñaré a no correros.
“Os enseñaré a no correros. Conozco vuestros sueños de éxtasis. (…) Y a las mujeres os enseñaré a anhelar lo imposible, y os lo estropearé”, recita Dionisio. Sigue hiriéndonos y provocándonos. “Vosotros creasteis a los dioses por vuestra obsesión por el castigo”, repite. El actor Ricardo Gómez (Carlos Alcántara en Cuéntame) confiesa que esa frase se le ha quedado grabada. En ese estado de duermevela comienza el siguiente capítulo, protagonizado por Hércules. Vuelve la marcha militar para, esta vez, jugar a la soga con una pesada cadena. Las imágenes de las ánforas y los frisos griegos cobran vida en el escenario. La plasticidad y belleza de los movimientos convierten en real la mitología. Se acerca el momento más esperado de la jornada.
Sábado . 7:00 A.M. 'Fisting' a Hércules
Después de 12 horas de espectáculo llega la primera escena de sexo explícito y real. Hércules lucha contra la serpiente, pero esta acaba destrozándole. El fisting recrea ese combate en una metáfora que, aunque provocadora, no es burda ni desentona. “Fue como si la serpiente hubiera devorado mi alma y convertido en un gran agujero negro en el sitio donde el amor habita”, dice el héroe con la respiración agitada. Esa serpiente es el puño de un actor que penetra su ano en repetidas ocasiones. Fluidos y lubricante cuelgan de esa serpiente de látex negra. En el patio de butacas la respiración se puede escuchar junto al relato de cómo Hércules mató a su mujer y a sus tres hijos. Es otra de las cimas de la tragedia clásica. Llevamos 12 horas escalándolas.
Sábado 8:00 A.M. Guerra de sacos.
Con las primeras y gélidas horas del sábado, el sueño aprieta. Arranca el octavo capítulo: Una noche Dionisiaca. Como la nuestra. Ya vamos necesitando refuerzos. Fabre lo sabe y ha instalado el laboratorio de Walter White en el escenario. Las drogas son naturales, eso sí. Fúmate un árbol y cuidado con los excesos, aunque uno más... Y cuando todos van a dormirla, una guerra de sacos de dormir vuelve a levantar al personal. Exhaustos, público y actores, emprendemos el viaje hacia el segundo descanso de una hora y cuarenta minutos.
Sábado 9:00 A.M. Tiempo de dormir y desayunar.
Mientras los actores duermen en sus sacos sobre el escenario, buena parte del público se va a hacer lo propio a las salas de descanso. Muchos se habían ido la noche anterior y empiezan a aparecer frescos. Huelen bien... y sorprende. Tenemos algo más de una hora para reponer fuerza. Otros hemos optado por hacerlo con un homenaje culinario: barrita de pan con tomate y jamón, tortilla de patatas, porras... Dioniso nos escribe por Instagram (!).
Sábado 10:00 A.M. Despertad a las Furias.
Volvemos a la sala. Los comentarios en la puerta siguen centrados en la impresionante escena del fisting. “Como guerrero de la belleza, mi estado de vigilia, mi necesidad de crear, ahí hago realidad mis sueños”, escuchamos para abrir fuego. Y eso resume esta obra. Dar forma al mundo más puro y radical, sin censura, de los sueños. La segunda parte arranca tan en alto como lo hizo la primera. Palmas, público silbando y rendido a la entrega de unos actores que no paran de moverse. Aquí son las Furias despertándose y contoneando sin parar la pelvis a ritmo de percusión. ¡Menudo despertar!
Sábado 11:00 A.M. El dolor del actor.
Segunda ovación consecutiva de la mañana. El público tiene ganas de participar. Este Mount Olympo es un auténtico pulso al espectador. Ifigenia y Clitmenestra se agotan haciendo deboulés alrededor de Agamenón. Empieza la Oreístada. Llevan ya ocho minutos sin parar de girar, desde hace cuatro acompañadas por aplausos. Están de exhaustas y nosotros con ellas. Vuelve a verse, a oírse y a sentirse su dolor físico. Cuando cesan los aplausos, un espectador se niega a parar y se unen todos los demás. Así varias veces. También otros piden silencio. Es la otra faceta de esta obra: no hay normas y la duda sobre qué hacer parece totalmente buscada y, sin duda, es parte de la experiencia.
Sábado 12:00. El Monte Olimpo apesta.
Tras una breve cabezada en la butaca, despertamos de nuevo en medio de un universo cada vez más adictivo. Cada escena es un cuadro de otro planeta. ¿Es real? ¿Es un sueño? Parece más lo segundo. Ahora nos enfrentamos a unos clowns manteando carne cruda y vísceras. En cada tiro la carne sube como queriendo alcanzar el peine del escenario. Huele a carne. Cae carne. Es macabro el contraste y el hedor. Por momentos, recuerda a Goya. Esa tela blanca teñida de sangre vestirá después a Clitemnestra. Necesitamos salir a respirar aire limpio.
Sábado 13:00. Clitemnestra es feminista.
Prosigue la OrestÍada dentro. Fuera compartimos las escasas horas de sueño y anécdotas como los ronquidos y las ventosidades que se han ido escuchando estas largas horas en el patio de butacas. Fabre sigue hablando de sueño y vigilia casi retando al público. Al menos así se siente tras apenas dos horas de sueño en una butaca. Es un 'a ver si aguantas'. La plástica del sueño de Agamenón contrasta con la contundencia de Clitemnestra. “Cuando el mal se ha cebado con la reputación de una mujer, todo lo que ella diga suena a falso. La mujer, como el hombre, está loca por el sexo. ¿Por qué negarlo? Cuando nuestros maridos desprecian el lecho, ¿qué podemos hacer sino buscar un amante? ¿Y a quién van a culpar? Los hombres nunca tienen la culpa de nada. Nunca son acusados de putones”, recita. Llevamos 18 horas sin parar. Toca el último descanso de 35 minutos.
Sábado 14:00. El sueño de la repetición.
La cadencia y la repetición, como contábamos en las primeras horas de esta escalada, son una de las señas de este Mount Olympus. No sólo en cada uno de los cuadros sino que volvemos a ver y escuchar parlamentos y escenas similares a las de la primera parte. Es el sueño de la repetición. Electra y Orestes protagonizan este tramo que arranca con dedos en V y lenguas simulando varios cunnilingus. Una actriz ataviada con unos genitales postizos da vida a Orestes en su súplica a Zeus por sus crímenes. Termina con otro sirtaki. ¡Todos los hombres necesitan un poco de locura!... y de sueño porque inevitablemente los párpados se van cerrando unos minutos.
Sábado 15:00. Medea Callas.
Durante todo el espectáculos hemos ido escuchando en directo varias arias de Bach, Händel, Mozart o Verdi. Ahora suena en off la impresionante voz de Maria Callas para arropar una delicada danza protagonizada por hombres travestidos. En el centro Medea, con peluca negra y taconazos, quiere morir. Reivindica a las mujeres ante el yugo de los hombres controladores. “Prefiero la muerte en tres batallas que dar a la luz”, dice. Y todas se abren la falda para exhibir su pubis y acto seguido dejar ver sus genitales masculinos entre aplausos. Después, otra orgía verde similar a la de la primera parte.
Sábado 16:00. Tiempo de tragedia.
Con un bocata encima y el enésimo chute de cafeína del ¿día?, encaramos la recta final. Antes nos topamos con Almodóvar en la puerta que vuelve al teatro y comentamos cómo ha ido la noche. Ha hecho fotos, le ha debido de gustar. Dentro, Jason llora ante la gélida Medea. Lo hacen en inglés y francés porque toda la obra es en cuatro idiomas (se suman alemán e italiano). La matricida Medea cede el paso a otra reina de la tragedia griega, y aquí hemos venido a ver nada menos que 33. Antígona reina en el capítulo 12. “Vuestras leyes no significan nada. (...) Solo esperan obediencia. ¿De quién? ¿En nombre de la libertad? ¿De la política? ¿De la economía? ¿De la seguridad?”, espetan tres Antígonas haciendo un doloroso equilibrio suspendidas en el filo de una mesa por una cadena que aguantan en el hombro. “Esta supuesta democracia sólo es el pretexto para un estado de sitio”, rematan. Los griegos nunca han dejado de estar actualidad. Acto seguido 12 actores se fustigan con más vísceras. Parecen una plañideras purgando sus pecados. Críspulo, el héroe olvidado, y Tiresias cierran esta hora en la que la carencia de sueño empieza a pesar considerablemente.
Sábado 17:00. Bostezos.
El patio de butacas está lleno de nuevo. Áyax es el encargado de firmar el penúltimo capítulo, el 13. Nos cuenta su historia, hay un coro durmiente que no para de bostezar y otro con apnea. No ayudan a los que llevamos allí desde el viernes por la tarde. Los bostezos se pegan y parece que el final de la escalada va a costar. “Ninguna obra me ha clavado tanto. Nunca he visto 12 horas de nada”, decía Ricardo Gómez un rato antes. Estamos de acuerdo. Pero como Áyax despertando a golpes a un pueblo que no reacciona a su realidad (ni a las manos de sus héroes que “han defendido vuestros derechos”), todos estamos impacientes por llegar a la recta final.
Sábado 18:15. Final y éxtasis.
Una batalla de torsos desnudos embadurnados en aceite abre el último tramo de la obra. El que todos hemos venido a ver. Arranca con una danza al amor violento y apasionado que se rompe con una abrupta cascada de arena. Los actores se ponen en pie y empiezan a correr. Otros compañeros les lanzan pintura, sangre, confeti, plumas, purpurina y demás ingredientes para ir tiñiéndolos. “Ahora dadme todo el amor que tengáis”, recitan repetitivamente. Y cada vez que lo hacen, el público estalla. El color ha llegado al Mount Olympus y, con él, el éxtasis.
El twerking del principio vuelve ahora más desaforado. Apoteósico. Catártico. Todos estamos de pie. Se baila en el escenario y en el patio de butacas. Hay aplausos, silbidos, móviles grabando y ganas de cerrar esto en la cima. “La verdad es locura”, rompe Dioniso. “Recupera el poder. Disfruta de tu propia tragedia. Respira, solo respira. E imagínate algo nuevo”, termina para la locura colectiva.
A las 19.12 comienzan los más de 15 minutos de aplausos ininterrumpidos. Nadie quiere irse. El cansancio y el sueño parecen no pesar. O, como han dicho hace muchas horas sobre el escenario, “ya dormiré en abundancia cuando muera”.