Si uno habla con Perra de Satán -Beatriz Cepeda para los amigos- entiende eso que escribía José Luis Alvite: “Eres un personaje, nena, y los personajes no se merecen un reproche, sino una crítica literaria”. Es una mujer arrolladora, de verborrea y transparencia imparable, que deja huellas de personalidad aquí en la tierra como en el texto; una filóloga conectada lo mismo a Tinder que a Azcona con el cordón umbilical del entusiasmo. Arrastra esa verdad -esa salubre incorrección política- de los que aman la palabra en cada morfema: no le teme al lenguaje porque sabe que lo único perverso es el mundo, no su vocabulario. En Es un escándalo (Ediciones Versátil), su segunda novela, vuelve a demostrar, como Frida Kahlo, que es profundamente quien es.
“Perra de Satán”, el nombre, la identidad, tiene diez años. Pero es como en los perros, que tienes que contar 7 por cada año vivido… es muy vieja ya. Me bauticé así cuando Fotolog, y de alguna manera tienes razón, es una declaración de intenciones. Soy zamorana, tengo 31 años y me educaron en unos valores religiosos muy fuertes. Estuve 13 años con monjas. Viví un contexto social muy estricto, con unas normas muy claras que no me convencían y cada vez me hacían más daño porque no me dejaban ser quien era.
Crear “Perra de Satán” fue como una salida del armario, me permitió expresar cosas que había reprimido muchos años. Me dices que en el libro hablo de por qué no existe una virgen de la excreción, y si me da miedo que me pase como a Willy Toledo. Bueno, es que hay vírgenes de cosas muy íntimas. Hay virgen de la leche porque Jesucristo se alimentaba de leche materna, pero ¿por qué no hay una virgen de la caca, si aquí defecamos todos? Yo no escribo sobre esto con ninguna intención de ofender, sólo trato todos los temas con naturalidad. Me gusta hacer reflexionar ahora que puedo hablar de ello, porque en mi adolescencia en Zamora se me echaban encima.
Es mi creencia personal y mi propia lucha: creo que las religiones está bien hasta que pasan cierta línea. Hasta que empiezan a aprovechares de la gente a niveles económicos y psicológicos. Cuando empiezan a manipularte y a decirte lo que puedes y no hacer… me parece peligroso. Yo lo he sufrido de verdad, y me hacía daño: ¡por eso me sentía satánica…! Pero parto de la base de que yo no tengo la verdad absoluta, no soy ningún mesías, y enmiendo que haya gente que no piense como yo. En un momento de mi adolescencia me liberé de todo eso, fue como cuando los Reyes Magos dejan de existir para ti.
Yo soy filóloga, y lo que más me entusiasma en la vida es el lenguaje. El manipularlo, el poder crear una impresión… el lenguaje todavía sigue siendo un acto de provocación. Aún digo “puta” y alguien me dice “hablas como un hombre”. En 2018, utilizar palabras como “coño”, “polla” o “maricón” sigue pareciendo una rebelión. Yo pienso en esos términos y quiero hablar también así. Decir “coño” se ha convertido en un símbolo, no sólo del feminismo o la mujer, porque también se ha extrapolado a los hombres. Pero estaba oprimido, o reprimido, o las dos cosas a la vez. Todos sabíamos que existía y no lo nombrábamos. Mi abuela decía “ahí abajo” o “tus partes”, porque cuando usabas la palabra “coño” recibías muchas risas o mucho rechazo, pero yo la he adapto totalmente a mi lenguaje cotidiano. Si le digo a mi madre “me sale del coño” no lo hago para ofenderla, es que forma parte de mí, y ya no sé expresarme sin decir “coño”. Yo soy muy maricón, y a los maricones les gusta mucho hablar de su coño. Es una palabra generacional, ha trascendido mucho más allá del coño físico.
Dices que en mi libro soy políticamente incorrecta y que hablo de temas que aún son tabú, como la depilación. “Depilarse por completo el coño siempre me ha parecido una ordinariez”, escribo. Sí. Es que por presión social lo hacía y sufría muchísimo, hasta que dije “se acabó”, en enero de 2015. Siempre hemos tenido esa preocupación, o esa presión social por estar perfecta a la hora de quedar con un chico, porque eso incluía repasarse los bajos. Yo no creo que la depilación sea un tema íntimo porque abarca a todas y cada una de las personas de este mundo. Por ejemplo, uno no puede hablar de que se corta las uñas de los pies, pero las de las manos sí. ¿Qué sentido tiene…? O un hombre puede hablar de sus cojones y una mujer de su coño no. Hay temas más aceptados que otros, pero para mí la intimidad es otra cosa: son mis preferencias sexuales, mis fantasías, mis sentimientos, mis lazos familiares… hablar de la depilación no solo no es íntimo, sino que es mercantil.
Me recuerdas que digo que siempre he querido ser escritora, pero que como tenía que hacer un currículum útil me licencié en Filología Hispánica, tengo dos másters y estoy en proceso de doctorarme. ¿Cómo me sienta lo de Cifuentes…? Pues es una putada personal que Cifuentes ha decidido hacerme a mí y a la gente como yo. Me duele, aunque no tiene ningún tipo de lógica. A mi generación le duele más lo que ha hecho Cifuentes que si hubiese robado, al menos emocionalmente, ¿sabes? Porque a mi generación, que es la del gran fracaso, se nos ha vendido que teníamos que esforzarnos y estudiar, que sólo con mucho trabajo íbamos a conseguir una posición social… y yo me lo tomé muy a pecho: siempre he sacado muy buenas notas en el instituto y en la carrera, aunque lo del doctorado ya lo estoy haciendo por gusto, porque dejé de creer en ese cuento. Cuando vemos lo de Cifuentes nos sentimos gilipollas. Nos han engañado. Hemos sido engañados, como dice el meme. Me he esforzado muchísimo, mis padres se han dejado mucho dinero en mi educación… y hoy tengo un trabajo bien pagado, pero hay mucha gente de mi generación que no. Ver que la presidenta de la Comunidad de Madrid hace esto, no reacciona, trata de quitarse el muerto de encima y demás… me hace sentir estúpida.
Hay mucho de autobiográfico en Perra de Satán, al menos en el trasfondo de la novela, quizá no tanto en las aventuras… el mensaje que intento dar es el que he aprendido a través de la experiencia. A mí Larra me fascina: me fascina esa capacidad que tenía de contarte la realidad muy llevada a su terreno, quizá muy exagerada, muy llena e literatura… Sólo que a él le salió estar triste y a mí, estar contenta. Si Larra hubiese sido feliz se parecería mucho a Perra de Satán, sólo que yo no me voy a suicidar ni nada, ya se me ha pasado la edad. Así que pa’lante.
Mi relación con la escritura comenzó muy joven, con 6 o 7 años. Al principio, en el colegio, nos daban a leer los libros de Barco de Vapor. Decidían por nosotros. Hasta que una profesora nos mandó leer Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, y me cambió la vida. Era completamente diferente a todo lo que conocía. Otro lenguaje, otra capacidad de humor… hasta entonces, para mí, literatura y humor no tenían relación. Pensé “esto es lo que quiero”, por eso dentro del personaje de Perra de Satán también está esa mirada divertida ante las cosas. No quiero ser como nadie, yo soy yo. A mí me gustan mucho los Beatles. Recuerdo que vi un biopic de John Lennon y él se frustraba por no ser Elvis. Hasta que le dijeron: “No eres Elvis porque eres John Lennon”, pues algo así: yo no voy a ser Eduardo Mendoza, ni Larra, ni Azcona, que para mí es un maestro total. Yo soy Perra de Satán.
La religión atraviesa un poco el libro, hablo mucho de eso, con total naturalidad… yo creo que soy muy morbosa por culpa de la religión, porque prohíbe tanto y hace ver que tantas cosas están mal… he descubierto a través de la experiencia que muchas de las cosas de las que me dijeron que eran malas o impúdicas, ¡me gustan! Mi educación religiosa ha sido tan fuerte que me ha dejado taritas. Por ejemplo, los pies de los hombres me encantan, y yo creo que es por Jesucristo, por todos esos pies atravesados, con la sangre cayendo… tan hermosos, tan bien esculpidos. Ahí los escultores además demuestran su bien hacer. En Zamora tenemos al Cristo de las Injurias y yo no puedo dejar de mirarle los pies.
Hablo mucho de mi cuerpo, sí. Ahora mismo mi relación con él es idílica, estamos encantados de conocernos, pero ha sido muy tortuosa. En la adolescencia empecé a sentirme mal porque entendí que “gorda” era sinónimo de “incorrecta”, así que me castigué mucho durante muchos años. He padecido un trastorno de la alimentación, que no es ni más ni menos que autodestrucción. Me castigaba a mí misma con la comida, pero por suerte y por todo mi trabajo (porque he trabajado mucho para poder superarlo) ahora es la primera vez que me siento a gusto con mi cuerpo y lo disfruto, lo exhibo con orgullo. No me molesta la palabra gorda ni creo que sea necesario reivindicarla. Lo que es necesario reivindicar es el que por ser gorda no tienes que tener nada de malo. Estar gorda no tiene nada de malo, pero la palabra lleva un prejuicio añadido con el que hay que romper. Yo he aceptado que estoy gorda, y que puedo adelgazar y hacer con mi cuerpo lo que me dé la gana. ¿Cómo me va a molestar ser gorda si es lo que soy? Así soy y así me presento.
Esta sociedad es gordofóbica, pero creo que algo está cambiando. Lento, pero sí. Yo viví una adolescencia con mi cuerpo en un tiempo donde no había tantos mensajes positivos: entonces el cuerpo era un tabú, a no ser que tuvieses el privilegio de estar buenísima. El cuerpo era para esconderlo. Es lo típico de ir de compras con tu madre y que la señora de la tienda te buscase ropa oscura porque estabas gorda. Mi madre no me dejaba llevar falda porque parecía una mesa camilla. El verano pasado me compré la primera falda de mi vida y me he quitado ese traumilla. En la adolescencia se le da demasiada importancia al aspecto, especialmente el de las mujeres.
¿Que cómo es el amor en tiempos de Tinder, me preguntas…? Yo he estado muy a tope con Tinder durante dos años, y todas las experiencias han sido malas, al final. A la larga, todas. A mí Tinder me parece muy divertido como experimento sociológico, y me encanta meterme en los perfiles de la gente y ver cómo se describen para gustar. A mí me gusta relacionarme, no sólo a nivel de amor, sino en todos los niveles. Pero ya últimamente digo: oye, si estoy buena y soy súper maja y súper lista, ¿qué fallará para llevar 4 años sin pareja estable? Antes tenía problemas de autoestima y se notaban mucho ahí, pero ahora, que estoy de puta madre, parece que sólo me falta eso. Estoy tan acostumbrada a relacionarme teniendo la autoestima destruida que ahora, que la tengo recompuesta, se me olvida querer a los demás.