El arte de esta comida se centra en el acto de vender la promesa de una digestión dorada, o tal vez el acto de producirla. Habíamos tenido noticias de una hamburguesa con pan de oro y langosta a 1.500 euros, de una tortilla con caviar Sevruga con un precio de 1.000 euros, o de un kebab con infusión de champán Krug y también oro comestible, con un coste de 1.200 euros. La excentricidad – casi obscena- de las comidas que baten récords de exclusividad no tiene límites. Los chef aseguran que el sabor del oro es insípido por lo que esta barroca mezcla pinta más como una fanfarronada que como una apuesta real por hacer un plato con calidad gastronómica.
La última excentricidad la podemos encontrar en The Ainsworth, en Nueva York, restaurante del mejor amigo de Kim Kardashian y participante de la edición británica de Gran Hermano Vip. Ha creado una nueva versión de alitas de pollo. La técnica consiste en ponerlas en una especie de salmuera durante 24 horas. Después se hornean y se fríen. Se mezclan en un glaseado de mantequilla de chipotle, miel y mantequilla fundida en con oro. Terminando su proceso con un rebozado en oro de 24 quilates. Cuarenta y cinco dólares por diez piezas.
Los alimentos de lujo son una táctica infalible de atracción y relaciones públicas para cualquier restaurante ávido de atención -incluso en tiempos donde Instagram no influía en la elección del menú del día- . No son nuevas las tortillas de mil dólares y los martinis millonarios, conformados por pétalos de rosas de Pitiminí y un centenar de ingredientes imposibles de encontrar en cualquier tienda de barrio.
El objetivo de comerse las alas de Ainsworth (o el buñuelo de hoja de oro que alguna vez se vendió en Brooklyn, o el rollo de maki vestido con dorado de nori en Tokio), por el contrario, es la lánguida extravagancia de la destrucción del valor. Es como hacer un perrito caliente con carne de Kobe o encender un cigarro usando un Picasso en lugar de un mechero. Los huéspedes adinerados que se alojan en el Burj Al Arab de Dubai pueden tomar capuchinos endulzados con cubitos de azúcar con motas doradas y espolvoreados con oro en lugar de nuez moscada.
Los comensales curiosos a la hora de comer el metal, deben tener en cuenta que el oro debe estar en su forma más pura: 24k o 23k. La mayoría de las tiendas que expenden estas clases de artículos, lo venden alrededor de nueve euros la pulgada. El consumo de oro data mucho antes de la era de la acrobacias: ha sido degustado por los alquimistas medievales, los egipcios faraónicos y los estetas victorianos. Es un metal inerte, no reacciona con el cuerpo humano. La FDA no ha estudiado rigurosamente los efectos del consumo de oro, pero la UE lo clasifica como inofensivo. No tiene sabor y es inodoro, y como dato curioso no se descompone durante la digestión. Tu Instagram lo usa y tu cuerpo lo come, lo metaboliza y lo excreta. Este último paso no es trivial: al igual que la tinta de calamar o las remolachas, el oro se da a conocer a la salida.