A Omar Hernández lo llaman “el gurú de la noche neoyorquina” -cada local que se deja tocar por su gracia se convierte en el club de moda-, pero es mucho más: una suerte de Scott Fitzgerald orquestando, entre el lujo y la bohemia, las fiestas de la ciudad que nunca duerme, un anfitrión inolvidable, un hombre elegante y cálido que trabaja con material sensible: la felicidad. Él construye momentos con la precisión de un ingeniero y la imaginación de un novelista. Él sabe que, aunque en esta feroz era de Instagram no paremos de sonreír en las fotos, la procesión y los hastíos van por dentro: así que su oficio es crear hogar, crear alegría, crear entusiasmo. Hacer de la vida otra vez un lugar cool, una broma habitable.
Quien lo probó, lo sabe: Omar, con un solo café en la mesa -el que bebemos mientras se sucede esta entrevista- edifica una velada piedra a piedra, como quien construye una catedral. Todo es extrañamente agradable y estimulante. Ese es el don que llevó al éxito a su restaurante La Ranita, en Manhattan, y el que ahora se ha repicado en Omar’s, situado en el Upper East Side. Lo mismo acoge a Michael Cohen que a Spike Lee. Igual da Madonna que Al Pacino. Todo el mundo quiere ir a casa de este carismático venezolano y empaparse de su filosofía. Mientras, él abre los brazos, como Rick en Casablanca, y no juzga, aunque a ratos trata de esquivar la superficialidad. El lujo, dice, está tanto en el falafel de 5 dólares como en la velada de 50.000. Sólo hay que saber mirar.
Soy ingeniero eléctrico. Me creerás loco, pero de ahí aprendí el sentido y la importancia de la comunicación. Mi especialidad es Telecomunicaciones. Quizá sea un poco nerd, un poco friki, pero decidí que iba a adaptar el sentido de las comunicaciones a la vida real, y así lo hago en mis restaurantes. Lo hago en el área de la hospitalidad, de los servicios… Conecto a la gente adecuada, creo momentos. De todas maneras, ya tu carrera no te define, te define lo que vos hacés, tu pasión.
Dices que hay mucha gente que no tiene la suerte, como yo, de dedicarse a su pasión. Así es, y creo que esta es una de las grandes tragedias de la sociedad moderna. Hay costes, hay sacrificios… pero yo creo que en algún momento la vida te da la oportunidad de hacerlo, ¿sabes?, de apostar por ello. Y ahí tienes que estar, pero no todo el mundo es capaz de pagar el precio. Yo soy un yonqui de lo increíble, de lo extraordinario, y eso es lo que todos los días busco, hasta en lo más sencillo, en lo cotidiano. Eso lo traslado a mis clubs, a mis restaurantes. La rutina para mí es la muerte lenta. Me preguntas si se puede vivir siempre en la sorpresa, en el reto. No. No para un ser humano normal. Pero yo no soy normal en ese sentido. Yo estoy conectado con el hombre ingeniero y con el hombre impetuoso, y lo voy gestionando. No, no estoy agotado.
¿Los cinco comensales más importantes que he tenido...? Mira, te voy a decir los que me han brindado mejores experiencias. Por ejemplo, alguien familiar español… Marta Sánchez. Marta me dio un momento muy interesante. Yo tengo un restaurante totalmente americano y viene clientela de todas partes del mundo. Hablábamos, y, de broma en broma, le dije “Marta, hay una canción que me encantaría que me cantaras”. Colgando en tus manos. Y se la puse y todo el salón se sabía la letra. Ella la cantó, e influyó ahí de manera mágica. Pienso también en una bailarina, Misty Copeland, que es la primera bailarina del American ballet, la más importante. En una cena yo le digo: “Ay, anda, hazme unos pininos… tráete los cosos”. Y me bailó. Julianne Moore también es divina. Le pidieron autógrafos, cosa que yo nunca dejo hacer, y ella los dio todos… muy generosa. Hace dos años preparé una fiesta de Año Nuevo y mi anfitrión fue Al Pacino. Le pedí que me leyera el monólogo de Scarface. Fue un momento especial.
¿Que cuánto es lo máximo que se puede gastar alguien para pasar una noche perfecta en uno de mis restaurantes… hasta dónde pueden llegar? Yo creo que el gastar por gastar es relativo. Puedes pasarla muy bien con cinco dólares. Te puedo llevar a un sitio donde como el mejor falafel con té helado y la vamos a pasar de maravilla. En mi sitio, que yo recuerde, suena un poco pretencioso, pero fueron como 50.000 dólares. Una mesa de quince personas. Unos tres mil por cabeza. Yo no guardo vinos de 200.000 dólares, pero si lo tuviera se lo hubieran gastado. Para mí eso se hace una vez. Esto son gente que realmente son billonarios, y para ellos 50.000 es una noche buena saliendo, sin más. En EEUU es muy fácil gastarse cinco o gastarse un millón. No sé cómo será en España. Pero para mí el dinero no define todo.
En mi zona en EEUU gastarse 150 dólares en una cena es lo normal. Pueden hacerlo varias veces a la semana. ¿De qué habla la gente de la alta sociedad, me preguntas…? Yo siempre digo que hago fiestas de niños ricos. Y pasa que algunos de ellos están divorciados y otros están buscando pareja, pero al final hablan de lo mismo que habla todo ser humano, de la felicidad, de conseguir a la persona perfecta. No varía eso. El dinero no te compra nada de eso. Y esos problemas existen siempre, eso no distingue nada. He tenido la oportunidad de estar con muchos billonarios. No millonarios, billonarios. Pero tienen los mismos problemas. “No consigo el hombre ideal, tal...”. Tener gente honesta que te quiere y te aprecia por quien eres es difícil. Hablamos de la cotidianidad, del vivir. “¿Qué hacemos para el verano?”… como todo el mundo.
La superficialidad no me interesa. Y la gente sabe cuándo algo no me interesa. De una manera elegante me salgo de la conversación. Hay superficialidad en todas partes: ver a todo el mundo pasándola bien, todo es muy visual, ver al resto disfrutando pero no ser capaz de experimentar el dolor humano… Sé que mi círculo de gente que tiene acceso a mucho… sufre, ¿sabes? Y es triste verlo. El dinero no te define, te define quién eres, cómo ves la vida y cómo has sido criado.
Una de las cosas de las que más orgulloso me siento en mis clubs y restaurantes es que nadie está atento al teléfono. Eso es algo que ya no pasa. Da igual que tengan 15 años o 60. La gente realmente la pasa bien y se desconecta, pero no porque haya reglas. ¿Que si yo prohibiría el móvil? No, pero lo pensé: “Voy a poner un bloqueador”. Luego me di cuenta de que es ilegal en EEUU. Te pueden hacer una demanda: “¿Sabés qué? Me hicieron una llamada de urgencia de vida o muerte y no me llegó”.
Todas las noches me pongo la chaqueta de director de orquesta y pienso: “Comienza el show”. Mis empleados han entendido muy bien lo importante que es eso para mí: cómo se mueven por el restaurante, cómo atienden a la gente, lo fundamental que es que las personas se sientan en su casa… ¿que qué tiene que tener una velada perfecta? Lo más importante, a nivel personal, para mí, es la buena compañía. Lo supera todo: la mala comida, el mal servicio… gente cómplice. La alta camaradería puede con todo. El “aunque se nos venga el mundo al frente, estamos aquí y no vamos a dejar que nada nos joda”. Eso es lo que trato de crear en mis sitios, todo el tiempo: alta camaradería. Digo: tú tienes que presentarte con éste, tú vas a hablar con este otro, y los voy moviendo, a veces sin decir nada… y se van conectando. Nosotros somos los guardianes del buen momento. Es algo casi monástico.
Me dices que la gente ya no quiere ir a psicólogos, quiere ir a restaurantes. ¡Claro! Esa es la gran verdad. La única cosa a la que yo tengo cero tolerancia es al acosador, al baboso, al tío que se te acerca y te dice “ay, pero qué linda que estás”, pero como de guarro, ¿no? Se pierde la cordialidad y todo se convierte en algo burdo y abusivo. Eso es capaz de matar una noche de restaurante. Esa persona daña la experiencia de todos. Yo ahí soy radical. Me ha pasado, y le digo a un camarero: “Por favor, remuévelo del salón de una manera elegante”. Y lo hacemos. Ha pasado que hay un chico que de repente dice “ay, qué tetas buenas que tienes”, y yo lo largo inmediatamente. Mi audiencia, en su mayoría, son mujeres. Porque se sienten seguras, libres, sexys, y para mí es un homenaje eso. Vienen a Omar’s muchos hombres que entienden que si vienen acá a conocer a mujeres interesantes, hay ciertas reglas.
La gente se enamora allí muchísimo. Se han encontrado y se han acabado casando. Se han encontrado hasta dos primos de segundo grado separados por el Holocausto: una de las familias vivía en Francia y otra en EEUU, y allá en Omar’s coincidieron, y yo sentí de forma intuitiva que se conocían de algo. Yo tenía una gran amiga, una de mis clientas predilectas, de otra ciudad de Chicago, que venía mucho a visitarme. El año pasado vino y me dijo: “Mira, quiero pasarla bien contigo. Quiero pasarlo divino, divino, quiero emborracharme, quiero…”. Y era una mujer ya grande, de setenta y algo. Su hijo es muy amigo mío. “Quiero que ésta sea una noche inolvidable”, me pidió. Y le dije: vamos. Al salir me dice “me quiero despedir porque me estoy muriendo”. Suena fuerte. “Estoy ya terminal, pero quería pasar una noche en Nueva York maravillosa. Y te quiero dar un abrazo, porque te adoro, y quería pasar mi última noche en NY contigo”. Para mí eso… guau. Eso me abrió tanto los ojos. Ella era como un Jackie Kennedy. Aplomada, exitosa, multimillonaria. A las tres semanas se murió. Ser parte de ese momento me marcó como profesional y como ser humano. La gente quiere pasarla bien, aunque las circunstancias vengan en contra.
Me dices que yo con mi alegría levanto todo el proyecto y me preguntas qué hago yo cuando no estoy bien de ánimos. Dirás que estoy loco, pero raras veces me pasa. Y cuando me pasa… yo no tengo miedo a la melancolía, a la tristeza… no lo interpreto como un sentimiento definitivo. De hecho, me encanta experimentar a veces eso de estar down. Si vienes a un viaje conmigo en carro, verás que pongo mucha música melancólica, de cortarse las venas. Le encuentro mucha belleza. Hay que llorar, y expiar, y soltar… y lo haces como parte de la experiencia. Yo entro en la tristeza pero sé salirme muy rápido. Simplemente, la paso. Ay, te voy a contar otra cosa un poco triste. Parece esto una novela de Corín Tellado (risas). Mira, mi abuela era asmática de toda la vida y yo de chiquito me la pasaba en el hospital. Y ella me decía: “Mijo, lo más hermoso del ser humano, la gran ventaja, es tener aliento de vida”. El inhalar. Ese acto tan básico para ella era un mundo, claro. Para mí el despertarme y estar vivo me condiciona a estar feliz. Y le echo bolas a lo que venga.
El mundo necesita más diversión. Nos hemos olvidado de lo que es realmente divertirse. Tenemos películas, series, Instagram, acceso a todo… pero hemos perdido la habilidad innata de pasarla bien, aunque sea sentado en un banco viendo pasar a la gente. Por eso estamos intentando regresar. Hace cinco años buscábamos la modernidad, lo más nuevo, pero ahora en los restaurantes los platos son como los que tenían nuestros abuelos, ¿ah?, y en vez de hacerte una foto te hacen un dibujo. Culturalmente hay un ajuste. Les adoro a ustedes los españoles porque viven en lo ultratradicional pero a la vez son súper volados, súper creativos. Mira la marca más famosa del mundo. Gucci. El caligrafista es español, por ejemplo. Esa idea de lo viejo y lo nuevo y saber mantenerlo. Siempre están a la vanguardia sin querer quererlo. Como Adriá y El Bulli. Cambió la gastronomía internacional. Yo creo que un plato casero y bien hecho va a funcionar hasta el día en que dejemos de ser seres humanos.
Mi principio es que quien entra a mi restaurante tiene que salir restaurado. Esa debe ser la idea. En Francia se hacían caldos. Tú estabas con una gripe y te tomabas un caldo de pollo. Eso era un restaurante, y evolucionó a todo lo que tenemos ahora. Pero si tú no consigues que la persona salga mejor de lo que entró, estás fallando.
Me preguntas si alguna vez en EEUU he tenido problemas o he notado discriminación por ser venezolano. Bueno, en Nueva York no. Es la ciudad más multicultural y diversa del mundo. Tener un ángulo exótico y extranjero es una ventaja en NY. Ser americano tradicional en NY es una desventaja, pero ser un extranjero con ideas, creativo y trabajador… es lo más sexy que hay. La mayoría de la gente neoyorquina que es exitosa y trabaja mucho viene de alguna parte. Como latino, no me he sentido discriminado. Si hay algo en EEUU es la segregación racial en ciertas partes en las cuales nunca he pasado tiempo, como el sur. Pero en NY no: eres neoyorquino por un estado mental.
El neoyorquino no tiene un color, una raza o un credo. Me dices de Trump… bueno, es algo reciente. Nueva York tiene una cultura que abraza. Buena prueba de ello es el gran atentado de 2001… y hoy sigue siendo la misma ciudad que antes, ¿sabes?, se regeneró, está llena de tantas personas que se exigen a diario lo mejor de sí mismos… Todos los días luchas por superarte como parte de tu vivir. Siempre estás incentivado en NY: económicamente, emocionalmente, culturalmente… y a la vez, retado. El costo de vida es alto, la competencia es muy fuerte. Pero es parte del mantenerte activo. Tiene mucha veracidad eso de “si lo haces en Nueva York, lo haces en cualquier parte”.
¿EEUU es más racista o clasista, me preguntas? Es más racista, sí, seguro. Pero los momentos de racismo que he experimentado nunca han sido en California, ni en Miami, ni en NY. Y clasismo, nunca. Nueva York, como te decía, es meritocrático. Yo he sentado en mis restaurantes a Madonna en un lado y en otro a sir Alex Ferguson, el Papa del fútbol inglés. Y en medio puse al hombre de la compañía que me recoge la basura. Yo sé que este señor tiene el mismo mérito que tienen ellos, porque en 40 años ha trabajado muchísimo para recoger toda la basura de NY con su compañía; y ese día cumplía 30 años casado con su mujer. Si pones mérito contra mérito… ves que son los mejores cada uno en su ámbito.
¿A quién no aceptaría en mi restaurante, me dices que si tal vez Maduro…? Guau, la tiraste fuerte. No lo he pensado hasta el momento, pero yo soy de everybody comes to Omar’s. Yo soy como Rick, el de Casablanca. Es una disposición que tengo. Tengo que estar en ese momento para saber cómo reaccionaría, pero hasta que pase no sé… hoy por hoy Maduro entraría, sí. Se trata de desmitificar a todos los personajes. De alguna manera, Trump representa mucho la idiosincrasia americana hoy por hoy, es obvio. Si no no hubiera ganado, si una gran cantidad de gente no se identificase con él. Es un reflejo de lo que está pasando culturalmente. Pero hay gente que uno respeta a nivel espiritual: tus verdaderos líderes. Yo he conocido a gente de diferentes alturas. Por ejemplo, tuve una entrevista privada con el Papa y nos sentamos a hablar. Y hablamos de fútbol y de los indigentes. Me dijo “siempre ayuda a los indigentes en lo que puedas”. Hablamos como personas normales. Pero también disfruto hablando con quien sea, con gente que igual tú dices “no le doy ni la hora del día”.
Los prejuicios dejan de afectarte. Me pasó una vez esto: estaba parando el carro y hay que poner monedas para aparcar. Estaba un mendigo sentado al lado de la máquina, y yo buscaba y no conseguía una moneda para ponerle. Y me dice: “Toma, tienes aquí, ponle a la máquina”. Y me dio una vergüenza… Y le dije: “No, no se preocupe, yo voy y cambio”. Y se molestó, para que veas las lecciones. Dijo: “Ah, no me la aceptas porque soy mendigo, pero si fuera otra persona me la aceptarías”. Me lo tomé tan mal, me llegó tanto… y se lo acepté y le dije “gracias, perdona, tienes razón”. Yo ya he aprendido a respetar eso.
¿Que quién me gustaría que viniese a mi restaurante que aún no ha venido? Tengo La Ranita abierta desde hace cinco años, y llevo cinco años con la fantasía de que un día se presente Obama y venga a cenar. Nunca pasó. Sus hijas han venido a mi restaurante, pero él no. Hoy por hoy de repente me gustaría sentarme a comer con Michelle Obama. Es la persona que más me interesa ahora mismo.