Esta semana, la ciudadanía española ha sacado algo en claro: las palabras siguen importando. La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, ha levantado una zafarrancho mediático al proponer revisar el texto de la Carta Magna para que sea más inclusivo, recordando, como decía Wittgenstein, que “lo que no se nombra no existe”. “Tenemos una Constitución en masculino", de "ministros y diputados, que se corresponde a hace 40 años", ha lanzado. La RAE, institución receptora del encargo de Calvo, no se ha mostrado muy entusiasmada con la idea: los académicos siempre han manifestado su rechazo hacia el desdoblamiento de géneros -por una cuestión de economía del lenguaje- y tampoco perdieron ocasión de poner las banderillas al Gobierno socialista al recordar que “Consejo de Ministras” es incorrecto, aunque las mujeres sean mayoría en las carteras. La religión de la RAE es el masculino como género neutro, y de ahí no hay quien la mueva: eso sí, recomienda el uso de conceptos inclusivos como “ciudadanía” o “alumnado”.
¿Tiene sentido la propuesta de forma de Calvo? ¿Realmente puede incidir en el fondo del asunto: el machismo que campa en la vida, y que el lenguaje refleja? ¿En qué debe consistir una Constitución feminista? Es cierto que la España de 2018 empieza a despertar en cuanto a conciencia de la igualdad y que en 1978 se redondeaba una Transición orquestada básicamente por hombres. "Cuando el Gobierno fue a la toma de posesión, a algunas nos costaba trabajo prometer como ministros, fundamentalmente porque somos ministras", explica Calvo.
Sofía Castañón, poeta y secretaria de Feminismo Interseccional y LGTBI en Podemos, cuenta a este periódico que ella también tuvo que identificarse como “diputado” cuando entró a la Cámara. “La Cámara tiene praxis patriarcal desde su origen. De hecho, hay una parte de ella en la que puedes hablar sin microfonía”, alega, para expresar que sigue una lógica antigua. “La estructura no se ha modificado desde que las mujeres entramos en el espacio público. Nada se revisa desde que entramos, al principio anecdóticamente, en forma de tres diputadas”. Ahí Victoria Kent, Margarita Nelken y Clara Campoamor, en 1931. Ha llovido.
Esto no es un encargo para la RAE
La posición de Castañón se que “difícilmente podrá realizar ese encargo la RAE si la propia RAE no es inclusiva en la fijación del lenguaje”. Recuerda una polémica reciente, la de la empresa que no pagó el salario de seis meses a sus trabajadoras porque, decía, el convenio hablaba de trabajadores. “Fue un uso perverso y totalmente injustificado del lenguaje inclusivo. Un uso totalmente interesado por parte de los deudores de esta patronal. Y entonces la RAE aseguró que ese es el problema del lenguaje inclusivo, como si a las feministas se nos hubiese ido la mano con el tema. Como si muchas no fuésemos filólogas o no trabajásemos con el lenguaje. La RAE no es el organismo adecuado para hacer inclusiva la Constitución”.
Castañón sostiene que la RAE incumple Ley de Igualdad de 2007 y, con ella, “todo lo que se le exige como institución financiada con dinero público”. “Lo que debemos procurar es que la Constitución sea feminista tanto en su forma como en su fondo: lo fundamental es garantizar que nuestras vidas estén libres de la violencia machista, y garantizar la igualdad de derechos del 51% de la población”.
No se trata de que la Constitución siga teniendo sólo padres, subraya, sino también madres. “Muchas mujeres pelearon desde la sombra porque esa Constitución fuese efectiva. No sólo ahora en el 8-M, sino en los movimientos de finales de los setenta. Ellas lucharon contra los sistemas que nos estaban empobreciendo, oprimiendo y negando. Nombrar es importante, pero yo desconfío del usar ‘nosotras’ por defecto, porque muchos creen que así están haciendo algo por la igualdad, pero de qué nos vale ese plural femenino si siguen invisibilizando nuestras opiniones y peticiones”.
"Inclusivo" no es "desdoblado"
Un asunto crucial: “Asumir que el lenguaje inclusivo es sólo desdoblamiento es una simpleza. Hay muchos términos que nos engloban a todos. Yo prefiero hablar de ‘ciudadanía’ que de ninguna otra cosa. O de ‘alumnado’. O de ‘alcaldía’. Hay muchos términos colectivos. Hablar de una manera que no excluya no es tan difícil y hacerlo, o no, es voluntad”. Para ella, el recurso del desdoblamiento sólo tiene sentido para poner énfasis en lo que no se nombra. “Sirve para escenificar, desde la voluntad política. Pero para el uso continuado o estilístico prefiero términos colectivos”.
Cuenta Castañón que cuando los hombres empezaron a dedicarse a la enfermería el Colegio de Enfermeros pasó a llamarse rápidamente “Colegio de Enfermería”: “Pero no ha pasado lo mismo en el sentido contrario con el ‘Colegio de Abogacía’, cuando sería lo más lógico. Hay términos colectivos que se adoptan muy rápido y otros que no tanto”, guiña. “El foco no hay que ponerlo tanto en las peticiones feministas que se hacen como en la resistencia tan fuerte que hay. ¿Qué problema hay? ¿Qué sentido tiene que otra parte se resista a que se nos nombre? ¿Qué hay detrás?”, lanza.
La filóloga Gema Nieto está de acuerdo con Castañón en que “de poco serviría una ‘Constitución feminista’ que debiera esa definición únicamente a estar escrita en masculino o femenino”: “Yo no la consideraría así si después las leyes son machistas, seguimos sufriendo injusticias y menosprecios por ser mujeres, no existe visibilidad femenina en altos cargos o sólo hay 7 académicas en la RAE de un total de 45 sillones”.
¿Y el femenino plural como genérico?
Y continúa: “Entiendo el deseo de muchas de que el genérico en español deje de ser el masculino para aludir conjuntamente a ambos sexos, pero siento ser en esto muy academicista, por una razón puramente etimológica”. Por otra parte, Nieto explica que sí ve “absurdo” que la RAE considere prioritario, por ejemplo, dar por correcto el vulgarismo “almóndiga” antes que “admitir el uso del femenino en grupos mixtos con mayoría de mujeres, por ejemplo (de hecho, yo tenía un profesor en el colegio que aplicaba ese criterio y se dirigía a toda la clase en femenino, por ser mayor el número de alumnas)”.
Piensa que esto último sería un cambio “de gran envergadura”, pero “las lenguas tienen vida propia y las normas gramaticales no pueden imponerse por decreto, evolucionan como lo han hecho desde el latín”. Su propuesta es no limitarse a una labor de “maquillaje”, sino, mejor, incluir artículos “verdaderamente feministas” que abordasen, de forma “específica” la discriminación por género: ahí “la igualdad salarial, los mismos permisos de paternidad y maternidad que impidan el techo de cristal” o “las mismas cuotas de hombres y mujeres en todos los cargos administrativos y consejos”.
Una norma para unirnos a todos (y todas)
La posición del filólogo Carlos Mayoral es que “todo el mundo se reconoce en el neutro, de manera tácita, aunque de manera no tácita haya quien diga que no, que el ‘ministros’ no les representa”. Está en contra del desdoblamiento y recuerda que “la suma de integrantes del grupo no debe decidir si se usa el neutro masculino o no, porque la mayoría de las veces no sabes exactamente cuántos hombres y mujeres hay en un grupo”: “Se trata de crear una norma que sea genérica, no hecha para momentos ni casos concretos”.
Sí está en contra, como Carmen Calvo, de que una ministra tenga que jurar como ministro. “Estoy con ella. Eso hay que modificarlo. Si fuese un colectivo, vale, pero que de forma individual y concreta tenga que identificarse como si fuese un hombre… no”. Tiene claro que decir “Consejo de ministros” no es machista. Subraya que es “normativista” porque cree que es importante que haya normas que vertebren a todos los hablantes, pero eso no quiere decir “que uno no pueda salirse de esa norma”: “Lo importante a la hora de comunicar es llegar a la otra persona, y a veces se llega más y mejor hablando con elementos que están fuera de la norma. También es fundamental que se alimente el Corpus de la RAE. Por ejemplo, si el pueblo está diciendo ‘Consejo de Ministras’, debe registrarse normativamente. El pueblo es el que decide el diccionario. Es cierto que el léxico es más fácil de modificar que los cambios en la gramática, que no se actualiza desde 2010, cuando quitaron la tilde al sólo”.
Mayoral sostiene que es “absolutamente peligroso” que la política intervenga en el lenguaje. “La lengua es un arma para unir, para vertebrar, y se está haciendo todo lo contrario”. Cita a Savater: “Las lenguas tienen dos grandes enemigos: los que las imponen y los que las prohíben”.
Los "señores" de la RAE
Isabel Mastrodoménico, directora de la agencia Comunicación y Género y agente en igualdad, está totalmente a favor de que “el lenguaje sea inclusivo”. “Uno de los grandísimos fallos de los lingüistas cuando evalúan esto es que hablan desde la perspectiva del desdoblamiento de género. La crítica que hacen estos señores, muy pesados, es que no se diga ‘ciudadanos y ciudadanas’. Vale: están obviando que el español es una lengua muy rica que cuenta con un vocabulario muy amplio y con palabras que nos pueden permitir mencionar al total de la ciudadanía. Necesitamos construir un relato y, por supuesto, en un texto tan importante como es la Constitución de un Estado debe mencionarse a toda la ciudadanía”.
Mastrodoménico vuelve a referirse al fondo: “Sentencias como la de La Manada, y tantos otros casos, están poniendo en evidencia que tenemos normativas que perpetúan una serie de desigualdades intrínsecas en el sistema. Nuestra Constitución no contempla la necesidad de diferenciar a la población según sus necesidades, que no son las mismas”. Repite que el lenguaje que manejamos “es clave”, pero que no debemos centrarnos sólo en el color de las paredes sino en la estructura del edificio.
Ella es partícipe de usar los dos géneros de manera alterna, para que el femenino “también se use como genérico”. “Yo no llevo bien lo de la -e, me suena aún muy raro, pero en Suecia lo han incorporado y lo tienen como neutro. Pero claro, los suecos llevan mucho más tiempo revisando sus privilegios y la ciudadanía está más concienciada”. No le importan las reticencias de la RAE ante el lenguaje inclusivo: “Son señores que están anquilosados en unas formas que para ellos son inamovibles. No quieren revisar sus privilegios. Se han posicionado como los grandes defensores de la lengua, pero son conscientes de que la construcción de nuevas narrativas supondría acabar con sus privilegios. Éste es un debate muy viejo ya. Se niegan, mientras siguen incorporando palabras recientes. Se resisten, porque el lenguaje actual les sigue legitimando. Eso es prueba de que el lenguaje construye”.