La Guerra Civil la ganaron "los alemanes, los italianos y los moros, no Franco", asegura Manuel Gallego-Nicasio, de 101 años, uno de los pocos supervivientes de la Batalla del Ebro, la contienda que comenzó el 25 de julio de 1938.
Gallego-Nicasio (Herencia, Ciudad Real) fue un voluntario de la leva de 27.000 hombres que hizo el Ejército Republicano entre nacidos poco antes de 1920, es decir, al menos tres años antes de lo que les correspondía, un "adelanto" por el que les bautizaron como "la Quinta del Biberón", los únicos supervivientes 80 años después de la mayor batalla de la Guerra Civil.
Fue siempre soldado raso, "un socialista de corazón" que primero combatió en la Batalla del Jarama -del 6 al 27 de febrero de 1937-, luego en Brunete -6 al 25 de julio de 1937-, donde perdió un ojo, y de allí a la ofensiva de Zaragoza -24 de agosto a 7 de septiembre de 1937", donde una bomba "de los fascistas" le voló la mano derecha a la altura de la muñeca.
Tuerto, manco y sin el dedo corazón de la mano izquierda, combatió en la Batalla del Ebro porque él quería, a toda costa, acabar con Franco: "Volvería a hacerlo. Si lo pillo, lo mato. ¡De hambre!", asegura en una entrevista con EFE desde casa de su hijo Gabriel, el menor de los seis que tuvo con Agustina Gómez- Calcerrada, ya fallecida.
Y es que el hambre fue "lo peor, lo más duro" de la guerra, tanto que uno de sus recuerdos recurrentes no es el tiempo de trincheras en la zona del Ebro, ni las bombas, ni los muertos, ni el asedio de las tropas franquistas sino el entierro de un vecino "¡a la una de la madrugada en pleno mes de enero!" que había muerto de inanición.
¿Qué hizo cuando terminó la guerra?. "¡Pasar hambre! Franco nos quitó la paga a todos. Nos dejó a todos tirados. Ni había agua, ni había luz. Ahora hay de todo. Franco no ganó la guerra. La guerra la ganaron los extranjeros. Los alemanes, los italianos y los moros. Franco no ganó la guerra, ¡eh!", insiste.
Cuando volvió a su pueblo, él y su mujer entraron de guardeses en una finca, "sin sueldo, casi como esclavos", apostilla su nieta Loli, hija de Monchi, una de los seis hijos que tuvieron. Allí vivieron "lo peor de la guerra: ¡la gente se moría de hambre! Yo a Franco no lo quiero ni ver", recalca Manuel.
Su nieta revela que los hijos de Manuel, mientras él caminaba kilómetros recogiendo leña, tenían que salir al campo "a rebuscar lo que hubiera. Se comían hasta las cortezas de lo que le daban a los animales, y de las cortezas de las patatas hacía mi abuela guisos. Han penado bastante".
Luego, "con Suárez" -Adolfo Suárez, presidente del Gobierno entre 1976 y 1981-, le dieron "una paga" y más tarde otra como excombatiente, lo que le permitió dejar la finca "de los señoritos" y vivir en su propia casa en Herencia.
Está seguro de que si no hubiese habido guerra, tampoco habría habido hambre, "ni hubiera muerto tanta gente: ¡Lo que lió Franco, lo que lió!", se duele. Desde que acabó la guerra no ha tenido relación con ninguno de sus compañeros de filas porque, aclara, aunque tenía muchos amigos, los pocos que sobrevivieron "están todos muertos ya".
Él sigue cada día las noticias en la radio, su mayor afición, aunque ya no da los paseos que hasta el año pasado le llevaban a los bancos de su calle a hablar con la gente "de lo que fue aquello y de política": "Desde que se murió Franco está todo hecho pero antes no había de nada", resume.