Eres un "mileurista", estás "desahuciado": diccionario para las víctimas de la crisis de 2008
Hace diez años cayó Lehman Brothers y el empobrecimiento nos llenó de palabras nuevas para entender la que iba a ser nuestra sociedad: de "nini" a "desahucio", con muchos "cinturones apretados" de por medio.
10 septiembre, 2018 02:56Hace diez años que la “desaceleración acelerada” -como la llamaba Zapatero- no tuvo más remedio que empezar a ser pronunciada como lo que era: “Crisis, como ustedes quieren que les diga”, verbalizó en julio de 2008 el presidente socialista. Al ciudadano se le culpó explicándole que había “vivido por encima de sus posibilidades” y que ahora tenía que “apretarse el cinturón”; algo más tarde se le infantilizó a golpe de eufemismo, para que no pudiese barajar el impacto real de la situación: al “rescate” se le apodó “apoyo financiero”, a los “recortes” les bautizaron como “reformas” o “ajustes”, y a los despidos en masa se les llamó, amablemente, “planes de saneamiento y viabilidad”.
Sonaba mejor para los empresarios “devaluación competitiva de los salarios” que “bajadas salariales”, igual que los políticos preferían el “crecimiento negativo” a la “recesión”. Más allá de los conceptos desdramatizadores -que no eran otra cosa que engañosos- lanzados al pueblo por el eslabón más fuerte, también el ciudadano de a pie aprehendió un rosario de palabras nuevas que tuvo que incorporar a su vida diaria, cuando cada día las malas noticias llegaban con el periódico o, sencillamente, abriendo la nevera.
Mileurista: se dice del currito español cuyos ingresos suelen rondar los 1.000 euros al mes. El mileurista se caracteriza por ser una persona con estudios superiores -amén de másteres e idiomas- que nunca llega a ver remunerada su preparación y acostumbra a trabajar en empleos que le exigen alta formación y rendimiento pero con los que a duras penas llega a fin de mes. El mileurista ha tenido, encima, que dar las gracias por serlo: es un joven que ha entrado mal y tarde a la vida laboral -en la que le exigían más de tres años de experiencia que tuvo que suplir siendo becario y trabajando gratis-, pero al menos, como le dice su familia, “está colocado”. El mileurista dejó de cenar fuera de casa, empezó a fumar tabaco de liar y a hacer malabares para poder pagar el precio del alquiler de su zulo.
Austeridad: consiste en vivir como un monje pero pagar más impuestos, a la vez que se reduce el gasto público. Fue la exigencia clave del presidente Rajoy durante muchos años. En sus propias palabras, ser austero iba de “trabajar con camisa remangada” mientras caían las ayudas sociales, la cultura, la educación, la sanidad, los sindicatos, las pensiones, la investigación y el desarrollo. Todo para favorecer que el Gobierno pudiese cumplir con sus obligaciones de deuda.
Nini: dícese del joven que “ni estudia, ni trabaja”. El término se introdujo por primera vez en los años de bonanza, allá en 1999, y se usaba de forma peyorativa -culpando al adolescente de “vago”, “torpe” o “improductivo”-, pero estalló con la crisis y pasó a bautizar a los chicos cuya vida laboral se topó con un mercado que hacía aguas. Ya habían estudiado. Eran la “generación más preparada de la historia”, pero acabaron siendo la “generación perdida”. Colas interminables de jóvenes buscando trabajo, haciendo entrevistas, rellenando formularios y recibiendo negativas en un contexto de paro altísimo. Chavales que no podían permitirse -por la situación económica de sus familias- seguir pagando másteres que no iban a llevarles a ningún lado, y estaban obligados a mantener una situación forzada de ocio frustrante que rayaba en el hastío y la depresión.
Subprime: también llamadas “hipotecas basura”. Se concedieron a personas de escasa solvencia a altos tipos de interés. Sus beneficiarios cobraban por debajo de los mínimos legales, tenían malas condiciones sanitarias o carencia de seguro médico; mientras, el mercado de la vivienda seguía engordando sin sentido. Fue una de las grandes razones por las que estalló la crisis, dejando, como siempre, desvalidos a los más débiles.
Preferentes: manzana envenenada, gran fraude bancario sostenido en el tiempo. Desde 1990, los bancos y las Cajas de Ahorro españolas emitían y vendían acciones preferentes sin transparencia. Los clientes aceptaron sin entender el producto y fueron engañados, sin ser defendidos nunca del riesgo que acarreaba esa adquisición. La jugada se incrementó en 2003 y alcanzó su punto álgido en 2009-2011, coincidiendo con la burbuja inmobiliaria y la crisis económica.
Bernando Carrión las definió así: “Lo que en realidad se está haciendo no es más que financiar a esa entidad comprando un título de discutible rentabilidad, escasísima liquidez y mucho riesgo, sin disfrutar de los derechos sociales que otorga la Ley al tenedor de acciones de una empresa con forma societaria. Es decir, se convierte en un accionista de segunda y acaba siendo el banco de su propio banco”. 700.000 clientes fueron defraudados al depositar su confianza y sus ahorros en manos de los directores y empleados de las sucursales. Hoy puede decirse que es una de las patrañas más miserables perpetradas en España.
Precariado: nueva clase social surgida por la crisis. Son los proletarios del siglo XXI. A ojos del economista británico Guy Standing, creador del término, la solución no puede ser otra que la “renta universal”. Sus integrantes se caracterizan por sufrir precariedad laboral y por vivir sin ningún tipo de seguridad económica. Ni hablar de derechos laborales: el empleo es intermitente, insuficiente, mal remunerado o incluso gratis. Cada mes es el mes del ahogo, lo que afecta también al equilibrio psicológico. Según los expertos, el “precariado” sólo está un escalón por encima de los extremadamente pobres, de los indigentes que mueren en las calles.
Prima de Riesgo: los telediarios se llenaron de este término. Nadie sabía bien qué significaba, pero había una cosa clara: cuanto más alta, peor. Los políticos se amenazaban con ‘la prima de riesgo’, y fueron subiendo el tope hasta el que podía llegar. Diez años después nadie ha descubierto qué significa. La gente de la calle sigue sin saber que realmente es ‘la diferencia en la tasa de interés que a un inversor se le paga al asumir una determinada inversión con una menor fiabilidad económica que otra’. Daba igual, porque la prima como llegó, se fue. Nadie se acuerda de ella, y parece un término que se fue, igual que nuestros ahorros.
Brotes verdes: hasta la llegada de la crisis los brotes verdes eran lo que algunos cocineros echaban a una ensalada. Pero llegó el PP y sus medidas de austeridad. Tenía que mostrar resultados inmediatos, y no llegaban al ritmo que se esperaba. Así que cualquier cosita mínimamente positiva se vendía a bombo y platillo se hablaba de ‘brotes verdes’. Diez años después los brotes verdes siguen siendo una ensalada.
Rescate: el coco. A los niños se les asusta diciendo que viene el coco. A los políticos se les asustó durante años diciendo que Europa nos iba a rescatar. El PP lo tuvo en su boca mucho tiempo, y luego fue el PSOE el que intentaba meter terror con el rescate bancario. Al final llegó, pero en un giro lingüístico el gobierno lo negó para decir que simplemente nos habían exigido una serie de medidas. Vamos, que nos habían rescatado como luego confirmó Luis de Guindos en una entrevista televisiva.
Desahucio: una palabra que parecía sacada de historiad de terror y que llegó de golpe a nuestras vidas. Echar a patadas a alguien de su casa no parecía posible en el paraíso de la clase media, pero la crisis hizo que nos habituáramos a oírla todos los días y a leerla en todos los periódicos. Una palabra insolidaria, triste y dramática que se ha luchado por eliminar del diccionario diez años después, aunque los bancos sigan usándola a escondidas.
Fondos buitre: un buitre es aquel animal que aprovecha la muerte o la indefensión de otro para atacarle y comer su carne putrefacta. Cuando a alguien le decimos que es un buitre, es que es una persona que está acechando para ir a por el más débil, y la crisis nos trajo un nuevo término, el fondo buitre, que son fondos que se aprovecharon de la situación del país para forrarse. Compraban activos, vivienda a los ayuntamientos ahogados por la deuda, y cualquier cosa que les saliera barato porque la gente tenía necesidad de vender. Su misión: venderlos después al mejor postor.