La linterna que Lara Croft usa para iluminar los pasadizos mientras explora tumbas no sirve para dar luz a las dudas sobre a dónde le está llevando su vida como saqueadora de tumbas y su lucha contra la Trinidad. Sobre todo si por con decisiones ha provocado todo un apocalipsis, con desastres naturales que se llevan vidas, como ocurre en Shadow of the Tomb Raider.
La mitología maya e inca son las protagonistas del título. En su paso por México y , sobre todo, Perú, Lara tiene que enfrentarse a sus errores, que podrían haber puesto en peligro a otros, y aprender una lección: no se puede salvar a todo el mundo. Esta pugna de la arqueóloga consigo misma ayuda a dar profundidad al mito, alejándola de esa imagen de superheroína que tenía el personaje antes de su reinicio y convirtiéndola en una protagonista con la que se puede empatizar mejor.
El juego de Eidos Monreal cierra la trilogía que comenzó en 2010 para dar nuevos matices a uno de los personajes más icónicos de los videojuegos. Y lo hace siguiendo los pasos de su anterior entrega, Rise of the Tomb Raider, en la que se dieron los primeros pasos para introducir escenarios de mundo semiabierto. Estas zonas requieren paciencia a la hora de explorarlas, ya sean pequeños poblados o zonas de jungla. Están repletas de coleccionables, comerciantes y lugareños que tienen misiones secundarias por encargar.
Esto supone una modernización de la saga, acentuando lo que ya hizo la entrega anterior, pero fallando en su ejecución al no aportar ninguna variedad ni entretenimiento real. Afortunadamente es algo opcional y es el jugador el que marca el ritmo. Son un ejemplo de que el juego se enfoca más que nunca en la exploración, aprovechando incluso zonas de agua donde bucear.
Por el contrario, el título tiene sus mejores momentos, los más espectaculares, cuando se cierra en secuencias lineales, donde explota la espectaculatidad de la destrucción de escenarios mientras Lara intenta llegar de un punto a otro. Es ahí donde más divertido resulta.
Las tumbas ocultas, también opcionales, suponen uno de los elementos más divertidos del juego, con acertijos que resolver para poder completarlas y que sirven para que la aqueóloga disponga de nuevas habilidades.
En el lado contrario de la exploración está el combate, que queda casi como algo anecdótico. En la primera mitad del juego queda bastante relegado. Y ello a pesar de las nuevas habilidades de Lara para acabar con sus enemigos con sigilo, saliendo desde las sombras, ya sea escondida con barro entre matorrales o desde un árbol. En ambos casos aprovecha los entornos de selva que dan personalidad a esta entrega.
Lara no solo evoluciona en su carácter durante el trasncurso del juego, también lo hace en sus capacidades. A medida que gana experiencia, puede conseguir distintas habilidades a elección del jugador, que puede decantarse por tres ramas diferentes.
Shadow of the Tomb Raider se suma un tanto al dar al jugador la posibilidad de elegir la dificultad en distintos apartados, diferenciando en exploración y combate. Así, puede haber enemigos fáciles con exploración más complicada, sin guías visuales para saber a qué saliente hay que agarrarse.
Tiene algunos fallos técnicos que resultan algo molestos en pleno 2018, ya sea en alguna colisión no demasiado realista o especialmente en saltos casi automáticos que no funcionan como deberían.
El cierre a la trilogía sirve para ver cómo Lara se convierte en ese icono de los videojuegos y para comprender sus motivaciones. Lo hace a través de una historia que no se sale de lo estándares, con secundarios que aportan poco más que ser un espejo para mostrar el desarrollo de la arqueóloga y las dudas sobre si misma. Al final, tras acabar este reinicio sólo queda una por resolver: ¿y ahora qué?