Anna Beljawska cumplió penosas jornadas de doce horas, sin descanso semanal, durante dos años hasta que en 1944 falleció de tuberculosis y su empleador se negó siquiera a pagar su entierro: era una de los cientos de trabajadores forzados en el aeropuerto de Tempelhof y cuyo drama exhibe ahora una exposición en Berlín.
Solo tenía 21 años pero su cuerpo no dio más de sí en las duras condiciones laborales impuestas por la Weser, el fabricante aeronáutico que montaba en el aeropuerto berlinés de Tempelhof los 'Junkers JU 87' que ya habían bombardeado la localidad vasca de Guernica en 1937 durante la Guerra Civil española.
El antiguo aeródromo de la capital alemana exhibe ahora documentos, fotografías y testimonios como los de Anna que ilustran una historia poco conocida del lugar, donde el régimen nazi instaló un campo de trabajos forzados y uno de sus primeros campos de concentración.
Tanto la Weser como la Lufthansa instalaron talleres de montaje en Tempelhof desde 1939 y allí empleaban a unos 3.000 trabajadores forzados, procedentes en su mayoría de países del Este de Europa, como Ucrania, origen de la joven Anna.
"Se trata de hacer recordar a la gente que aquí en esta zona donde ahora hay campos de deportes había trabajadores forzados", dice a Efe Nina Burkhardt, una de las comisarias de la exposición Un campo amplio, que se puede ver en las instalaciones del antiguo aerodrómo, dentro de la ciudad de Berlín.
"Para desayunar nos daban un panecillo, que nos repartíamos entre ocho personas, y un poco de mermelada y queso. El almuerzo era en el trabajo: un par de patatas asadas, un poco de salsa y de vez en cuando veinte gramos de carne", según el relato de otra de las trabajadoras forzadas, Stanislawa Michalowska.
En una carta escrita en 1997 por Michalowska y que se exhibe en la muestra recuerda que les alojaban de ocho en ocho en compartimentos en barracones en el terreno del aeropuerto y a cada uno les asignaban una cama de madera, un colchón de paja, una almohada y un edredón gris sin funda.
Trampolín profesional para las SS
Pero en la historia del aeródromo que ahora se documenta extensamente en Tempelhof, cuyos orígenes están en el siglo XVIII como campo de maniobras y desfiles militares, destaca el importante papel que desempeñó por alojar uno de los primeros campos de concentración nazis. A principios del verano de 1933 la Gestapo (policía oficial secreta del régimen de Adolf Hitler) comenzó a utilizar unas instalaciones de arresto militar en la zona norte de Tempelhof como lugar de detención para opositores políticos de los nazis.
Como se encontraba junto a la Columbiastrasse, al lugar se le denominó Columbia, y en 1935 quedó integrado en el sistema de campos de concentración del III Reich y sirvió de trampolín profesional para muchos miembros de las SS que sirvieron allí. Por el campo pasaron unos ocho mil hombres, cuya estancia frecuentemente era de solo unos días, y al cierre de la instalación en 1936 los que quedaban allí fueron trasladados al campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de Berlín.
"En general a estos campos de construcción temprana se les considera como lugares de ensayo porque el régimen nazi no tenía planeado con antelación cómo tendrían que funcionar, sino que eso cristalizó con la práctica", explica la comisaria de la muestra.
"Era un modelo quizás no en el sentido de que había sido pensado previamente, sino que estas estructuras con la práctica se ampliaron y se veía cómo se les podía hacer más eficientes", dice Burkhardt a propósito del campo de concentración Columbia.
¿Conocía la gente que vivía en las cercanías qué ocurría en el área del aeropuerto? Es una pregunta recurrente cuando se aborda la cuestión de si los alemanes supieron de los crímenes del régimen y que la comisaria aborda: "Era un terreno amplio, lo que daba la posibilidad de que no hubiera miles de personas viviendo al lado".
Pero "alrededor del aeropuerto había muchas empresas que eran suministradoras de las sociedades de montaje (de aviones) y otras que ya había de antes. Y casi todas las empresas alemanas empleaban a trabajadores forzados en aquel tiempo", comenta Burkhardt. La gente veía que había personas a las que diariamente se trasladaba a centros de trabajo y "en casi todas las empresas" había trabajadores forzados.
"Naturalmente estaba estrictamente prohibido acercarse a esos campos o tener contacto con los trabajadores pero alcanzó una dimensión tan grande que no se podía mantener en absoluto en secreto", concluye la comisaria.
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