En todos los hogares españoles se respira Vox, y no precisamente porque comulguen con los postulados ideológicos de la formación de Santiago Abascal, sino por la presencia, en sus estanterías, de los diccionarios del mismo nombre, Vox. Estaban ahí, acomodados y olvidados al mismo tiempo, cumpliendo casi exclusivamente la función de ornamento decorativo en la era digital —quién se sumerge ahora en las miles de páginas de uno de estos ejemplares pudiendo preguntarle a Google—, con una capilla de polvo. Vivían en un olvido impuesto por los avances del presente, pero ha sido ese mismo presente, de forma paradójica, quien les ha brindado una oportunidad ideal para relanzar su marca.
Diccionarios Vox y Vox España, homónimos, pero de significados (y valores) distantes. Los primeros, una editorial nacida en 1945 y especializada en la creación de diccionarios destinados al ámbito educativo y al aprendizajes de idiomas; los segundos, una formación política nueva que irrumpe con fuerza —12 escaños en las elecciones andaluzas— en el panorama nacional, escorada a la derecha de la derecha. No solo han conseguido Abascal y compañía canalizar en su programa nacionalista el voto desencantado de los que se abrazan al trumpiano España, lo primero; también, a consecuencia de su resultado, devolver a primera fila de debate a sus compañeros de nombre.
"Nos toca las narices llamarnos igual", clamaron los editores de los diccionarios en la jornada de resaca de los comicios en Andalucía. "Nos llamaron de una agencia de noticas para preguntarnos y, si te planteas la coincidencia de nuestro nombre con el de un partido político, no nos podíamos esconder, teníamos que explicarnos", dice a EL ESPAÑOL Antoni Vallés, director de Vox y Larousse, la comercializadora de la marca editorial de los diccionarios.
No fue ningún mensaje de reivindicación ni nada por el estilo. No recibieron tampoco ninguna arenga en su contra, pero los memes compartidos en las redes sociales no gustaron en Vox, los originales. "El ruido da a veces una visión de la marca que no es buena", explica Vallés. El nombre es el mismo y el logo guarda ciertas similitudes; había que levantar un muro imaginario —no como el que Abascal quiere construir en Ceuta y Melilla— para diferenciarse: "Ahora todo es Vox, Vox, Vox y mucha gente utiliza esa homonimia para hablar de política. Nos preocupa que la marca se pueda ver contaminada y fuera de nuestro alcance".
Por lo tanto, abstenerse de cualquier tipo de relación con el partido que se califica a sí mismo de "extrema necesidad", pero sin pisar el fango de las valoraciones políticas. "Entrar en ese campo, viendo cómo está el mundo y las redes sociales, es meterse en un sitio donde, como empresa, no nos va a beneficiar nada", expone Vallés. Por esa misma razón decidieron también no iniciar un litigio contra el partido por copiarles el nombre, cuyo significado en latín es voz, tras las elecciones europeas de 2014.
200.000 diccionarios al año
La marca editorial Vox fue creada en 1945 bajo el paraguas de Publicaciones y Ediciones Spes para distinguir sus glosarios y obras lingüísticas del resto de títulos. Esta última empresa, originaria de Barcelona, sería adquirida en 1964 por Biblograf. A Vox, ahora integrada en el grupo Anaya, se le conoce en toda España por sus diccionarios monolingües y bilingües de lenguas cooficiales (gallego, euskera o catalán) y extranjeras (inglés, italiano, alemán, francés, portugués, chino, latín o griego).
¿Se les puede calificar, entonces, como una editorial multicultural? "No me incomoda que nos definan así porque siempre que pones en contacto dos lenguas, como puede ser a través de un diccionario bilingüe, estás creando un puente entre dos culturas, herramientas de traducción", explica el director de Vox y Larousse, en cuya empresa trabajan 13 personas.
Pero este sector, de la misma forma que el resto de la industria editorial, se enfrenta a los retos que supone amoldarse a la revolución tecnológica, a la pérdida de la preeminencia del papel. Si la gente consume cada vez más libros en soporte digital —según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2017, el 76,3% de los lectores consumen en dispositivos móviles, 18 puntos más que en 2012—, los diccionarios también se han visto afectados: se calcula que en los últimos diez años el mercado se ha reducido en todo el mundo en torno a un 50%.
Pese al retroceso de los grandes formatos y la amenaza de la piratería, Vox sigue vendiendo unos 200.000 ejemplares al año sumando todas sus gamas, tal y como explica su director. Los compradores van desde particulares hasta instituciones educativas como colegios o universidades. Además, hay que sumar todo lo que no se ve: los diccionarios también están instalados en los motores de búsqueda, en los dispositivos móviles o en algunos eReaders. Y es que estos repertorios de palabras y definiciones no solo se han digitalizado trasladando las definiciones y traducciones a la página web.
Lejos queda ya aquel 1945, el año de publicación de uno de los primeros y grandes pelotazos de Vox, el Diccionario general ilustrado de la lengua española, obra del gramático, lingüista, lexicógrafo y pedagogo Samuel Gili Gaya y que Ramón Menéndez Pidal calificó en el prólogo de la primera edición como "el diccionario que deseamos". Los diccionarios latino-español y griego-español también han sido dos habituales e imprescindibles de la colección de la editorial, los que mejor llevan el desembarco del mundo digital.
"Necesitas un Vox"
En la década de los 70, la empresa, que en la actualidad edita unos cien títulos, entre ellos obras divulgativas para el público infantil como Los Superpreguntones, lanzó un eslogan que ha sobrevivido hasta la actualidad: 'Necesitas un Vox'. El lema concretaba la aspiración de la editorial de ofrecer una amplia gama de diccionarios adaptados a las necesidades de sus usuarios en cada etapa educativa.
¿Subiéndose a la ola de la coyuntura presente, se plantean en Vox un nuevo enfoque a esta consigna? "No tenemos a nuestro alcance grandes campañas de marketing e inmediatamente no vamos a reaccionar. Lo que sí igual hacemos es dejar más claro qué son los diccionarios Vox", responde Antoni Vallés.
Tampoco es capaz de vaticinar si esta exposición en los medios a raíz de la relación homónima con la formación ultraderechista les beneficiará. "De entrada es una cosa no prevista. Somos unos frikis de la lengua y lo que queremos es seguir estando presentes en los centros educativos, que el profesorado nos tenga en cuenta. Preferiría que nuestra marca siguiera siendo de diccionarios y que no compitiera con un refresco o un partido que se llama Vox", concluye Vallés.