Al bajar del vagón, en la estación de ferrocarril de Moscú, una estampa blanca recibe a María Teresa León y Rafael Alberti. No se trata de nieve cuajada, sino de una muchedumbre con mayoría de vestidos blancos. Es agosto de 1934 y el calor se funde en la URSS con el aparente bienestar de la gente. Los soviéticos "están tostados", relata la escritora. "Parece que llegamos a una playa de moda". Pero el rojo de la revolución, de la bandera, del Ejército, de los soldados que "van también impecablemente inmaculados", lo sigue inundando todo.
Fue ese el segundo viaje a Rusia del matrimonio, invitado por la Organización Internacional de Escritores Revolucionarios (MORP) al Congreso de Escritores Soviéticos celebrado en Moscú entre el 17 de agosto y el 1 de septiembre de 1934. La ciudad, en tan solo dos años, había cambiado de traje. León camina sorprendida topándose con las novedades que contemplan sus ojos a simple vista: hay de todo, desde tiendecillas rebosantes de víveres hasta zapatos lujosos y sombreros de paja, reflejo de la efectividad de los planes quinquenales.
"En la calle y en el teatro y en todos los sitios de reunión se siente esta igualdad moral de los hombres. Iguales auténticamente en la manera de sentirse ciudadanos soviéticos. Porque hay un nivel de vida y alegría auténtico también. Nosotros notamos la diferencia de las masas del invierno de 1932 y las actuales. La tensión del esfuerzo ha cedido", narra la integrante de la Generación del 27.
Las ocho crónicas que María Teresa León escribió para el periódico Heraldo de Madrid como enviada especial al Congreso de Escritores Soviéticos, en el que se discute sobre el realismo socialista, sobre una "literatura que educa a las masas", las recupera ahora la editorial Renacimiento en un pequeño volumen editado por la investigadora Ángeles Ezama Gil bajo el título de El viaje a Rusia de 1934. Se trata de un conjunto de relatos —al que se suma un reportaje en tres entregas para la revista francesa Regards— de las costumbres soviéticas, de los avances alcanzados en la URSS gracias al socialismo.
La infancia y el folclore, la relevancia de la aviación y los progresos económicos, las travesías por el Cáucaso y el regreso hasta el golfo de Nápoles... son todos estos temas que se encadenan en los textos de la autora de Memoria de la melancolía, y que conforman una imagen idílica del paraíso del comunismo, donde "las relaciones humanas se han acentuado a través de la lucha y el trabajo. Aquí no se piensa en qué clase social encasillar la amabilidad con el presentado. La mano se tiende a todas las manos". Una visión que comenzó a agrietarse años más tarde, tal y como reconocería en sus memorias.
El cara a cara con Stalin
En su primer viaje, en el invierno de 1932 y de tres meses de duración, Alberti y León ya habían quedado prendados de la revolución proletaria, de la realización física de las convicciones comunistas que se respiraban en las calles de Moscú. El destello no se apagó en sus dos siguientes periplos por la URSS, en 1934 y en 1937, cuando conocieron en persona al camarada Stalin, el líder que "habla para los que necesitamos fe, esperanza y paz", "aquel hombre extraordinario que sonreía (y) era la historia viva de cómo se forja un nuevo mundo".
El romance de Alberti y León con Stalin, el cabecilla del "país más próspero y lleno de posibilidades del mundo", fue total, según se desprende de los relatos de la escritora de novelas, obras de teatro, cuentos y guiones cinematográficos, que moriría combatiendo el olvido. "Stalin nos contemplaba atentamente, y yo miraba sus manos blancas, nobles, leales; manos de hombre de pensamiento, manos que decían, más que sus ojos, el carácter tenaz y perseverante necesario al jefe de un pueblo".
La visita del matrimonio al Kremlin se produjo en plena Guerra Civil, por lo que el recuerdo de la España fracturada estaba muy presente. En el despacho del líder soviético había espacio para un mapa de la Península, y conocía con precisión su geografía, desde Trijueque a Jarama, así como los nombres de los generales republicanos. "España está en la vanguardia del mundo", le confesó Stalin a Alberti y a León en una conversación que comenzó "como casi siempre es inevitable en un país de nieve cuando los viajeros vienen del sur, por alusiones al frío".
Al encuentro con Stalin dedicó María Teresa León varios artículos —tres en concreto, publicados en la revista francesa Ce Soir, en el diario Ahora y en la revista mexicana España Popular—, también recogidos en El viaje a Rusia de 1934. Estaba totalmente cegada por la emoción, deslumbrada por la figura del "hombre que se convierte en vuestro amigo en cuanto os ha estrechado la mano": "Los ojos nos miraban con bondad, como si esa afectuosa deferencia fuese dirigida muy a lo lejos al pueblo combatiente de España".
"Dos horas y veinte minutos permanecimos sentados frente a él", escribió León en 1937. "Dos horas y veinte minutos ante la viva lección política sin debilidades ni claudicaciones que representa el camarada Stalin". "Las dos horas más agudas de emoción para España" y para la pareja de grandes valedores de la democracia y la libertad.
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