Era un Times Square en blanco y negro: remoto, por fin alegre, y, después de tanto dolor, hasta lúbrico. Corría el año 1945. Un marinero celebra el fin de la II Guerra Mundial besando a una enfermera mientras los viandantes les miran, curiosos, y sonríen: ya es mítica la mano del hombre en la cintura de ella, su manera de reclinarla sobre su brazo izquierdo y besarla con pasión nueva, como si no recordase nada de la muerte y las bombas, de la sangre y la lágrima, o quizá precisamente por eso. Hoy ha muerto George Mendonsa, el hombre que protagonizó esa fotografía con reconcentrada intensidad de símbolo.
Con tantas aventuras y desventuras a cuestas, Mendonsa ha fallecido a los 95 años tras caerse en una residencia de mayores. Sin embargo, nunca dejó de ser aquel chico de flequillos rizados y nariz poderosa que regaló un beso a la historia -hasta se sometió a un reconocimiento facial para demostrarlo, después de que muchos intentasen apoderarse de esa identidad tan celebrada-. Él mismo se hizo cargo de la anatomía de ese instante, que, para disgusto de los románticos, no fue lo que pareció: “Fue hace años en Times Square, cuando estábamos celebrando el final de la guerra. Yo llevaba unos tragos… no sabía a quién había agarrado. Sabía que ella llevaba el uniforme de enfermera”, relató.
George Mendonsa había estado en el Pacífico dos años. “Acabábamos de tomar Okinawa y nos iba a llevar unos seis meses sacar al ejército americano de Europa. Algunos barcos, como los Sullivans, habían estado allí un tiempo, así que supongo que dijeron ‘enviemos a estos chicos a EEUU’. Por eso en julio del 45 recibí mi autorización para volver a casa”. Aquí la historia paralela -el verdadero cuento de amor-: “Mi hermana se había casado con un tipo de la Marina de Newport, pero él era originariamente de Long Island. Me contaban que sus padres iban desde Long Island a visitarlo y que llevaban a su sobrina. Cuando vi la foto de ella dije ‘dios mío, es hermosa’, así que mantuve contacto con ella por teléfono”.
La cita en Nueva York (y el beso con otra chica)
“Más tarde, cuando mi permiso se estaba acabando pero la guerra continuaba, decidí ir a Nueva York a conocerla. Fui allí durante los últimos días de mi licencia, y ya en el último momento tuvimos una cita. Fuimos al Radio City Music Hall. Estábamos allá viendo los Rockettes y todo eso… cuando en medio del espectáculo se escuchó una gran conmoción en las calles. La gente golpeaba las puertas del Radio City Music Hall”, recordaba. “Pensábamos: ‘¿Qué demonios está pasando?’. Pararon el show, encendieron las luces, y dijeron: ‘Los japoneses se han rendido, la guerra ha terminado’. La gente se puso tan feliz… todo el mundo fue a Times Square a celebrar. Había un millón de personas allí. Mi cita y yo entramos en el Childs Bar y el camarero puso todos los vasos en la barra y volcó alcohol en todos. Yo bebí todo lo que sirvió”.
Ese fue el calentamiento del momento épico. Iba el marine un poco tocado de alcohol por Times Square cuando vio a una enfermera y, de golpe, le vinieron a la cabeza los recuerdos más duros de su etapa en el Pacífico. Los aviones explotando. Las vidas ardiendo. Los hombres atrapados en el Bunker Hill. Y la encomiable labor de las enfermeras. Todo lo que hicieron por ellos. Con ese cóctel de emociones espinosas dentro, Mendonsa se acercó a la joven y, sencillamente, la besó. “Si no hubiera tenido puesto ese uniforme, jamás lo habría hecho”, reconoció más tarde, justificándose por lo fortuito del encuentro -que nunca contó con consentimiento ni cortejo previo-. “Pero lo hice por todo lo que recordaba. Después del beso, seguí mi camino y ella siguió el suyo, no pensó en nada más…”.
Por cierto: la que acabó siendo su esposa fue su cita de aquel día. La joven con la que se telefoneaba y a la que vio por primera vez en el Radio City Music Hall. Se casaron y vivieron juntos setenta años en Middletown, Rhode Island. Fueron razonablemente felices, tuvieron hijos. El auténtico mejor beso del marine nunca salió en la foto.