Entrar en la casa de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) es como asomarse a una trinchera en pleno frente que alberga los secretos más íntimos de dos bandos enemigos. No hay casquillos de bala ni restos de la metralla de los obuses, pero la Guerra Civil palpita en todas las estanterías, donde se amontonan más de 20.000 libros y reliquias, casi todas leídas y destripadas. Ahí conviven Federico García Lorca y Ramiro de Maetzu, Miguel de Unamuno y los hermanos Machado, Clara Campoamor y Ortega y Gasset, Rafael Alberti y Agustín de Foxá... Todos los que tuvieron que ver —y escribir— cómo España se batía en armas. Republicanos, franquistas y la Tercera España.

Son también los protagonistas de su monumental y revelador estudio sobre la contienda española, Las armas y las letras (Destino), un "híbrido" entre la literatura, la historia y la política que cumple 25 años. La obra de Trapiello, ambiciosa y que sirvió para revolucionar muchas de las creencias y mitos en torno a la Guerra Civil, la escribió en apenas tres meses. Ahora, para la nueva edición conmemorativa, ha empleado casi diez años revisando y leyendo a personajes de sexta y séptima fila, prácticamente desconocidos. Agarrando una taza de té y recostado en su sillón de madera, con varios libros abiertos a su alrededor, el escritor conversa con EL ESPAÑOL sobre una guerra finalizada hace 80 años y cada vez más documentada, pero que suscita todavía muchos debates enconados.

¿Este libro va a tener algún día un punto y final?

Bueno, debería ser este. Es un libro que nació con una idea muy precisa, pero es verdad que en 25 años han cambiado muchísimas cosas, algunas motivadas por el propio libro, que ha puesto en circulación una idea de la guerra y una idea de España que quizás entonces era minoritaria y hoy, me parece a mí, casi es mayoritaria: la de que la guerra no fue únicamente cosa de dos, sino que hubo una víctima mayoritaria, que es la de la Tercera España que sucumbe a las pretensiones totalitarias de las otras dos.

¿Cómo fue acogido el libro en 1993?

Con enorme frialdad y desconfianza. Tanto la izquierda como la derecha no estaban de acuerdo en un nuevo planteamiento. La crítica más feroz que tuvo fue en el ABC. Pero también muchísimas figuras de la izquierda lo reprobaron inmediatamente porque estaban muy cómodamente instaladas en la derrota, porque la izquierda pensaba: "Bueno, nosotros hemos perdido la guerra, pero el relato literario, romántico, lo hemos ganado. Somos perdedores de facto pero ganadores sub rosa. Un secreto a voces. Todo el mundo nos ve como los derrotados injustamente porque éramos los mejores, en nuestro bando estaba la gente más comprometida que ha brillado con muchísima más luz que toda esa escoria de los vencedores que eran la pura caspa”.

En la Guerra Civil no se puede ser equidistante: o estás con los golpistas o con la legalidad

El libro parte de algo que ya había dicho en otros ensayos: que los ganadores de la Guerra Civil habían perdido los manuales de literatura; y viene a recolocar los valores literarios, es decir, a no creerse que por el hecho de haber perdido la guerra tú eres un gran escritor. El tratamiento que se les da a Alberti y a María Teresa León, por ejemplo, molestó enormemente. Luego tuvo la virtud de sacar a la luz a escritores y periodistas importantísimos que nos daban la medida exacta de lo que había ocurrido, porque no pasaban por el fielato de ninguna de esas dos Españas minoritarias totalitarias.

Se refiere a Chaves Nogales.

Chaves Nogales fue una revelación enorme para todo el mundo, el del prólogo de A sangre y fuego. Pero en la primera edición, por ejemplo, figuraba muy de pasada Clara Campoamor y no figuraba en absoluto José Castillejo, porque de ninguno de los dos se habían publicado sus libros. Por eso este es un libro que no se puede cerrar: no estamos todavía libres de que en el futuro se conozcan documentos reveladores o fundamentales que apoyen la tesis de Las armas y las letras, que hay que revisar los cánones cada cierto tiempo, que hay que desconfiar mucho de aquellos que nos han hecho el canon a su medida y que hay que leer los libros y a los autores para decidir si siguen o no vivos, si siguen trabajando en nosotros, independientemente del bando al que pertenecieran.

Continúe...

Todavía hoy es operativo el lugar común según el cual los mejores escritores estuvieron en el bando republicano. Es mentira. Excepto Lorca, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, tres grandísimos escritores reconocidos ya entonces, el resto eran desconocidos. Pero es que por la otra parte están autores como Pío Baroja, Azorín, Gómez de la Serna, Ortega y Gasset, Menéndez Pidal… También son gentes monumentales. En la página 247 he puesto dos listas de escritores de los dos bandos, más o menos enfrentados de igual a igual para que se vea si realmente la calidad intelectual y literaria  estaba solo de la parte de los republicanos; y esta es la manera de deshacer ese mito interesado que enarbolaron primero los perdedores y luego la inmensa mayoría de departamentos de español del mundo.

Se produjo con la Guerra Civil lo mismo que se está produciendo, en cierto modo, con el procés de Cataluña: que su propaganda no atendía tanto a hechos como a intenciones o a relatos a menudo ficticios. Y fuera de España compran una idea de España que corrobora la Leyenda Negra, que tanto les ha gustado siempre. Ni siquiera los exiliados fueron tan antiespañoles como muchos hispanistas.

El escritor Andrés Trapiello, en el salón de su casa. Macarena Chamorro

¿Usted es de los que cree que ya existe una relato más o menos objetivo y verídico sobre la Guerra Civil o todavía no?

Hay un relato más o menos cerrado, bastante perfilado, pero lo que estamos viendo es que hay el resurgimiento de quienes han planteado una enmienda a la totalidad que incluye el no a la Constitución, el no a la monarquía y el no a la interpretación que hemos consensuado todos de la Transición como historia reciente y de la Guerra Civil como historia pasada. El relato más o menos consensuado fue el que Chaves Nogales dijo tempranísimamente: "Yo estoy con el régimen legítimo, que es el de la República, pero es que la República desaparece al día siguiente del golpe de Estado, y eso me legitima para marcharme de España sin dejar de ser ni español ni demócrata. Me voy precisamente, porque en la zona republicana no existe democracia. Y en la otra zona, tampoco". Es decir, el 19 de julio en España deja de haber República, y hay otra cosa donde no se respetan ninguno de los derechos republicanos básicos de la Ilustración: libertad, igualdad y fraternidad.

¿Qué más ha costado interiorizar?

Otra de las verdades que ha costado muchísimo que la gente admita es que en la Guerra Civil ni todos los que apoyaron el levantamiento eran unos fascistas furibundos ni todos los que se quedaron apoyando la República eran defensores de la democracia y la libertad; sumergidos en sus revoluciones particulares de checas, paseos y tribunales populares.

Nuestros padres habían llegado a un consenso durante la Transición: no más guerras civiles y reivindicaciones del pasado las mínimas. Es decir, los asesinos y las víctimas de las dos partes son iguales (pero no entre sí) y lo que tenemos que tender es a reivindicar y resarcir a las víctimas y su memoria, pero no hacer pasar sólo como víctimas a los que al mismo tiempo fueron victimarios. La alocución de Pablo Iglesias la noche electoral de 2016, reivindicando al mismo tiempo a Margarita Nelken y Clara Campoamor, Andreu Nin y José Díaz, es decir, metiendo en la misma frase a la víctima y al victimario, al asesino y al asesinado, es ridícula. Sólo se explica o por ignorancia o por euforia. Esa noche habían obtenido un buen resultado electoral, pero parecía que estuviera diciendo: "Ahora también vamos a ganar, por fin, la Guerra Civil".

La guerra requiere explicaciones compleja. Incluso una persona tan fina e inteligente como Antonio Machado cayó en simplicidades, como esa teoría de las dos Españas

En el prólogo de esta nueva edición dice que algunos están empeñados en regresar a esa fatídica fecha de 1936. ¿Se refiere solo a la izquierda?

Ahora estamos viendo, con el resurgimiento de la derecha extrema, que estamos en lo mismo, porque el lenguaje que tienen es muy parecido. Van a empezar a exaltar valores realmente dudosamente democráticos o francamente antidemocráticos. Es absurdo que el Parlamento no haya condenado en pleno el levantamiento de Franco contra la democracia o puesto en sus pasillos una placa recordando el nombre de todos los parlamentarios asesinados durante la guerra o a consecuencia de ella. Ciento cincuenta, más o menos, la mitad de cada bando.

Ni que no se acepte que el golpe del 18 de julio es, en cierto modo, eco y consecuencia del golpe de 1934 de los socialistas, nacionalistas y anarquistas contra la República. Durante muchos años la izquierda quiso mantener separados los dos sólo porque ese era el argumento de la derecha para justificar el suyo. Si el del 34 triunfa, España probablemente hubiera sido una república soviética. El triunfo del golpe del 36 nos sumió en una dictadura militar. Y llegados a este punto se presenta, claro, la odiosa imposición de tener que escoger entre dos aberraciones.

No sé si cree que cuando se habla en España de la Guerra Civil se sigue haciendo de forma maniquea.

Es una tentación. Los españoles vienen a este mundo con una idea de la Guerra Civil que traen ya de serie, coincidente o no con la idea de sus progenitores y la familia en la que nacen, pero de serie. La vamos aplicando a lo largo de la vida, aunque a veces la corregimos —yo, de serie, viene al mundo en una familia de derechas, mi padre era falangista—. El estar tan familiarizados desde niños con la Guerra Civil, al menos en mi generación, ha permitido que la gente hable con un enorme desparpajo y extrapole hechos muy diferentes de modo poco riguroso.

La Guerra Civil es el acontecimiento histórico más estudiado y publicitado después de la Guerra de Secesión y de la II Guerra Mundial. Es un asunto complejo que requiere explicaciones complejas. Incluso una persona tan fina e inteligente como Antonio Machado cayó en simplicidades, como esa de las dos Españas. Hay dos todo: dos Francias, dos Inglaterras (ahora lo vemos con el brexit), dos Estados Unidos, de Trump o de Clinton. La demagogia es la demagogia, la ejerza Agamenón o su porquero.

El tema de la Guerra Civil genera cada vez más bibliografía. ¿Se ha acabado eso que llaman el pacto del olvido? ¿Ya no genera rechazo hablar de la contienda?

Bueno, llegará un momento en que la gente se cansará, como pasó con las películas del Oeste, pero el género quedará. No hay guerras que duren más de 100 años. Los rojos y los azules había un tiempo en que se degollaban. A medida que nos vamos distanciando de ese tiempo, lógicamente todo es menos violento. O debería. El recuento de crímenes cometidos hace quinientos años, puede entretener. Si los crímenes son de ayer mismo, pongamos de ETA, menos. Y por eso la Ley de Memoria Histórica no ha sido una buena ley porque lejos de llevarnos a ese estado ideal del olvido sin afrenta y a la paz sin justicia, para cerrar unas heridas, ha abierto otras. Es un triángulo que ha de ser equilátero: olvido o memoria, paz y justicia. Para que haya justicia hace falta recordar, pero a la paz se llega por el olvido.

Suelo citar a menudo esta frase de Nietzsche: un exceso de memoria daña la vida, porque nos encadena al resentimiento. Hemos de buscar la paz, desde luego, y para ello es necesario que haya reparaciones justas, en el caso del País Vasco, de ETA. En el de la Guerra Civil… de todos. Por eso es importante que la democracia reconozca y honre a todas víctimas, las republicanas y las franquistas. No vale decir, como dice el PSOE, Izquierda Unida o Podemos, que a las víctimas del franquismo ya las reconoció el franquismo. ¿Y qué tenemos que ver nosotros con el franquismo, qué tiene que ver esta democracia con Franco?

Trapiello guarda en su casa más de 20.000 libros. Macarena Chamorro

Eso, ¿y qué pasa con el dictador?

Creo que nadie se ha opuesto a que se exhumen los restos de Franco. Pero claro, algunos hemos protestado por el modo en que se ha querido hacer. Los miembros del Comisionado de la Memoria Histórica inspeccionamos el cementerio de El Pardo. Y ahí supongo que acabarán sus restos tarde o temprano. No puede ser que tengamos una pirámide de Egipto para Franco en el Valle de los Caídos. Pero tampoco puede ser que un solo partido se arrogue el protagonismo de exhumar a Franco como si le perteneciera. Además, su insensatez [la de Pedro Sánchez] le ha llevado a incumplir todas las promesas de exhumación.

Y no saldrá…

Franco terminará saliendo del Valle de los Caídos, que no le quepa la menor duda a nadie. Pero son decisiones que han de tomar todas las fuerzas políticas. Y se hará. Yo no he oído a nadie que se oponga a ello. Sí a hacerlo del modo y en el plazo que Sánchez quería sólo por razones electorales.

Volviendo al tema de la Guerra Civil, ¿cómo hay que hacer para contarla bien? ¿Hay que defender una postura equidistante?

La palabra equidistante la carga sobre todo la izquierda para desprestigiar. Lo hizo con Chaves Nogales o Clara Campoamor, condenados por ella a sesenta años de olvido. En ningún crimen puedes ser equidistante: o estás con la víctima o con el victimario. En la Guerra Civil tampoco se puede ser equidistante: o estás con los golpistas o estás con la legalidad. Uno de los principales ataques que tuvo el libro desde el primer momento fue acusar a su autor de equidistante. Nunca lo ha sido. Yo habría estado con la República el 18 de julio del 36. Claro que me hubiera ido en cuanto hubiera podido, como tantos, desde Juan Ramón a Cernuda, porque el 19 de julio dejó de haber República en prácticamente todas partes, menos en el despacho de Azaña. He tratado de ser ecuánime, intentar dar a cada uno lo suyo. Si yo leo, por ejemplo, un libro de Rafael Alberti, no quiero leerlo de la misma manera que uno de José María Pemán. Pero mi ecuanimidad me hace ver que los poemas de guerra de ambos allá se andan los dos, de malos.

Si el golpe socialista, nacionalista y anarquista de 1934 triunfa, España probablemente hubiera sido una república soviética

Recuerdo una entrevista que le hicimos en este periódico a Mª Elvira Roca Barea en la que decía que los republicanos no fueron los vencidos de la Guerra Civil porque España no es un país cainitia. ¿Concuerda con que no somos cainitias?

No es un país especialmente cainita. Hay que tener en cuenta que un primer momento, entre febrero y abril de 1939, hay 500.000 republicanos que se van. De esos 500.000 vuelve la inmensa mayoría. Pese a que el régimen de Franco sí fue vengativo con muchos de ellos, sobre todo los primeros años, la sociedad española no lo era. ¿Por qué? No tengo una respuesta, como tampoco para el hecho de que la sociedad española sea la que más órganos dona. Tampoco que la España de Caín haya helado el corazón a la de Abel porque no creo que haya dos Españas. En España hay millones de personas que no son ni Caín ni Abel, la inmensa mayoría, por fortuna; y por eso la Transición se pudo hacer, porque este no era en absoluto un país cainita. Claro que a veces tiene uno la sensación de que a quienes quieren exhumar a Franco, les entre la tentación de exhumar de paso a Caín.

¿Qué queda del franquismo en la España actual?

Lo mismo que queda de Pétain en la Francia actual, de Mussolini en la Italia actual o de Hitler en la Alemania actual. Naturalmente, quedan tics, resabios, querencias… Déjeme pensar… Ya. Decía Bergamín en los años setenta que lo que quedaba de España entonces era el País Vasco de ETA, a la que él se adhirió de una manera insensata. Lo que queda de Franco hoy es Puigdemont y Torra, son sus herederos, y Bildu, ellos son lo más genuino de la España Eterna, que es… el cerrilismo, ese cerrilismo del carlismo que tan bien conoció Galdós. Son, digamos, quienes recibieron la herencia del franquismo y no se han enterado de que el franquismo no existe (como tampoco la república catalana ha existido nunca, y qué oportunamente sonó aquel idiota dicho por un mozo de escuadra a un manifestante).

Y veremos si Vox puede resucitarlo. Ellos, y los dos millones de catalanes independentistas que delinquieron el 1-O (y no por ser dos millones su delito baja de grado ni el saqueo a la soberanía nacional deja de ser saqueo ante la imposibilidad de llevar ante la justicia a dos millones de saqueadores), son los herederos directos de Franco, los que hicieron sus grandes negocios con él chupando del bote, provincianos, meapilas, desleales, cobardes (lo estamos viendo en el juicio del procés), xenófobos y supremacistas. Mintieron diciendo que España les robaba, y mienten diciendo que España es franquista, pero no pueden decir otra cosa. Lo primero, porque han de distraer a esos dos millones que siguen proclamando cada día la república amarilla catalana, para poder robar ellos a mansalva, sin cortarse un pelo, como la banda de los Pujol; y lo segundo, para disimular su propio faszismo. Ponlo, por favor, con zeta.

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