Gistau es un hombre gigante que regresa ya del articulismo anunciando que en aquellas tierras no hay nada especial, haciendo así con los brazos, como si hubiéramos fallado el touchdown de nuestras vidas. La ciudad perdida prometida por los columnistas, donde los escritores del folio apostaban lo que eran al párrafo, simplemente, no existe. No hay mujeres desnudas, ni resacas literarias, ni vidas disolutas interesantes, ni divorcios exóticos, ni siquiera Silvia Plath entrando alcoholizada a una fiesta o camareros furiosos echando a golpes a Kerouac de los bares. Tampoco Ruano escribiendo en el Gijón, nuestra Españita de café, adjetivos y monarquía. En las cafeterías sólo se ponía el punto final a los textos. Una ruina para quien pensara que escribir equivalía a follar mientras se telefoneaba a un redactor jornalero para corregir la errata del último artículo.
Los rockstars madrugan, qué decepcionante. Escribir es, más bien, una rutina silenciosa y solitaria que ha convertido a Gistau en el columnista viejo de la nueva generación, aunque no sea tan nueva ni él tan viejo. Suelen confundirlo con los recién llegados. Quizá tenga culpa la barba de Malasaña en un tipo imantado por los bajos fondos, el glamour del noir, los chavales de Vallecas. Quizá el nubarrón de lugares comunes que le acompaña por donde va, hay que hablar siempre de la harley, Hemingway o el Real Madrid, así le apunta sus rifles el periodismo playero. O ese amigo flaneur, lanzado, trepidante, irremediable, que le ha inspirado un cuento. Gistau, definitivamente, no “es pan de leche”. Muerto el personaje, bien enterrado, la culpa de esa distorsión la tiene el talento, que, demoledor, está siempre vigente.
A los columnistas que salen de excursión a la literatura, sus lectores de siempre los persiguen como fugitivos. Olisquean las librerías, tratando de confirmar algunas sospechas. Obtener lectores es una tarea tan endiabladamente difícil como deshacerse de ellos. En Gente que se fue (Círculo de Tiza), la colección de cuentos que acaba de publicar, hay algo de ese vértigo por no romper el jarrón chino de las columnas acumuladas durante dos décadas. Frente a los galgos de Richelieu, Gistau se quita la chaqueta motera y contrasta con el paisaje del bar como Joey, el pavo real del relato de Carver en aquel comedor. En el juego de las ambiciones que se alcanzan y se aparcan, Gistau está siempre a punto de dar el siguiente paso. Repite que es un diletante de la escritura larga para distraer, que no se le tenga en cuenta. Supongo que pretende aparecer por sorpresa. Esperé la resurrección hasta el último momento, pero pidió café.
¿No pide un negroni?
A esta hora no, tío. Aquí vengo mucho por Luis. ¿Conoces a Luis, no? Negroni está inspirado en Luis. A este bar no he venido nunca. Vengo cuando he quedado con él o voy a su casa. Este bar lo conocí porque venía un amigo de mi padre. Cuando murió, me invitó a comer alguna vez aquí y ya no volví nunca. Me encanta el personaje que se sienta aquí como una ampliación de su casa. De un chiste que hicimos Luis y yo, que no sabe conducir, sale parte de la historia. El personaje valdría para novela, que sería como una Gran belleza madrileña. Al final no me animé. Con este libro me ha pasado lo de tener ideas que valieran para una novela pero al final me daban pereza, porque no veía que aguantaran 300 páginas; pero sí había un cuento detrás.
Esa sensación está en el libro. Como si se hubiera precipitado al publicar algunos cuentos que podrían haber tenido más recorrido. ¿Cree que ‘Gente que se fue’ podría haber sido una novela?
Es una cagada, eso. Hay dos o tres relatos, Negroni y Beatus Ille, que son novelas que quería escribir pero que no me aguantaba el argumento. El de Beatus Ille cuenta historia en Argentina, que igual podría tener un libro, llevaba años rondándome como novela. El primer relato sí iba a ser una novela. Me la jodió Pérez Reverte, macho.
¿Por qué?
Es un amigo muy cojonudo y muy generoso. Se interesa siempre por lo que estamos haciendo. Una vez le dije que había empezado una novela. Llevaba 30 páginas o así, y me dijo ‘mándamela’. Se la mando y me llama: ‘David, está bien pero no es una novela’. Y digo ‘¿por qué?’. ‘Porque no hay trama. ¿Una historia de un tipo que va y viene? Ahí no hay una trama’. Bueno, es que a lo mejor no hace falta. En La gran belleza no hay. Un tío que va y viene, esa es la historia, que recuerda cosas. ‘No veo la trama’, me dijo. ‘Haz un cuento’. ¡A la orden! Y entonces ahora me doy cuenta de que no tenía que haber seguido su consejo.
Los cuentos de Carver son así. A lo mejor no hacía falta seguir.
Mencionas a Carver, joder, y los dos autores que estaba leyendo mientras escribía los cuentos eran Carver (todo el mundo piensa en Cortázar y no) y el otro un español llamado Medardo Fraile, al que no conoce ni el tato. Me lo recomendó Garci, macho. Es un cuentista esplendoroso.
¿Quién es Medardo Fraile?
Es que yo tampoco sabía quién era, a mí me lo recomendó Garci. Es un tipo que sólo practicó el cuento. Murió no hace mucho. Vivía en Glasgow, creo que era profesor de universidad. Hacía cuentos como de posguerra y otros más criminales. Me gustaron mucho.
¿Dónde ha quedado el mito del columnista, escritor o periodista maldito, pendenciero, con una vida disoluta?
Pero el mito es un cliché. Yo odio la impostura. Lo aplico también al arte. Odio que cualquier estatus cultural consista en la elevación del personaje con servidumbres impuestas por el cliché. Odio pensar que cuando te dedicas a escribir hay que autodestruirse con el alcohol y la noche. Nos ha perseguido ese cliché a los que hacíamos periodismo en Madrid. No sé si éramos los herederos de una consideración existencial basada en la profesión que nos está convirtiendo en gilipollas. Yo, desde luego, creo que es ridículo a cierta edad. Quiero que la gente comprenda que soy padre de familia. Los columnistas somos tipos de redacción, como otros cualquiera, a los que se les encomienda una columna como se encomienda un reportaje.
La propia profesión genera ese tipo de conciencias elevadas. Al final sólo cuentas cosas. No eres nada más.
Por eso digo. Además, es un trabajo muy normalito. Ni siquiera es demasiado importante. A pesar de aquello de salvar la democracia y todo eso. A mí me hace mucha gracia la gente que dice ‘echo de menos las redacciones en las que había whisky en el cajón de la mesita’. Sí, las redacciones en las que cerrabas primera edición borracho, no volvías a casa porque seguías borracho y acababas con cirrosis y divorciado. Pues yo no lo echo nada de menos. Disculpadme, prefiero llegar fresco a trabajar y pasar el resto de la tarde con mis hijos o en el cine, pero no suicidándome de a poquito.
De hecho, Umbral defendía la constancia. “Ser profesional” con el folio.
Sí, Umbral creía en la constancia y la mecánica de trabajo. Eso es otra tontería, lo de esperar a las musas. Umbral tenía un complejo con el que no estoy muy de acuerdo. Tenía el complejo del maletilla que triunfa en Madrid. En la época en la que coincidimos, yo viajaba mucho. Pasaba temporadas largas fuera de España. Él no lo entendía. Umbral decía que para ser periodista había que trabajar, tener un periódico detrás y conquistar un espacio y defenderlo de todo el mundo.
La obsesión de perder el sitio.
Sí, le pasa también a Raúl [del Pozo]. Es muy de esa generación. La gente que tiene una sensación de conquista de Madrid. Un poco La noche que llegué al Gijón, de Umbral. Además, tienes que matar en la cuna a cualquier joven cachorro talentoso que llegue a la ciudad. Cuando Jabois llegó a Madrid, Raúl decía, medio broma medio en serio, ‘otro joven pistolero que viene a matarme’. Es una mentalidad que Umbral también tenía muy arraigada.
¿Cómo conoció a Umbral?
Umbral empezó a interesarse por lo que hacía en La Razón. Luego, curiosamente, coincidimos en una época tardía suya. Quiero decir con esto que a Umbral no lo conocí en la noche: lo visitaba en su casa. A principios de los 2000. Fue una relación bonita. En seguida dejó de ser una relación entre un escritor y un admirador. Era como visitar a un familiar. Una vez se me olvidó que habíamos quedado y me llamaron de la redacción diciéndome que Umbral estaba enfadadísimo, que sólo me perdonaba si me había secuestrado Bin Laden. Era un Umbral distinto, mayor. Quería vivir por delegación las cosas que yo vivía. No le dejaban beber. Y me obligaba a beber whisky, que a mí no me gusta. O a contarle cosas que pasaban en la calle, historias de las novias... Como diciendo, dame vida, que la mía está ya muy atemperada.
¿Le dio algún consejo?
Técnicamente, ninguno. Él tenía bastante desprecio por la novela. Porque no le gustaba o porque no sabía hacerlas. Creía en dos cosas: la escritura periodístico-política y la memorialística. Él consideraba que el escritor debía estar acogido a sagrado en un periódico. No puede estar a la intemperie. Debes tener un gran periódico detrás, que te publique, te promocione, te proteja, te consiga premios, grandes cosas. La relación que tenía él con El Mundo y con Pedro J. Y tenía un sentido tribal, le gustaba formar parte de pandillas literarias. Con un concepto muy jerárquico, casi mafioso. Hablábamos de literatura.
Él decía que Madrid era un género literario. ¿Cree que está pendiente la novela de Madrid de esta generación?
Sí que lo creo porque considero que está avejentada la perspectiva literaria de Madrid. La transformación sociológica no está reflejada en las novelas.
Seguimos en el costumbrismo de rastro.
Seguimos pensando en Lhardy, seguimos pensando en el Madrid de Gómez de la Serna. Hay un Madrid mucho más mestizo que sí están contando los columnistas y los reporteros pero no las novelas. Al hablar de Madrid como género literario la cabeza se nos va al café Gijón. No me va a corresponder a mí actualizarlo, no tengo esa potencia como escritor.
“No supero la prueba de ingreso como cipotudo: soy un tipo aburrido”
En los relatos existe un rumor de fondo de pérdida. ¿Es imposible superar la muerte del padre?
El personaje de Gente que se fue está marcado por eso. Quería reflejar la ansiedad de un chaval que arrastra la muerte trágica de un padre y que, a las ambiciones propias de cada ser humano, añade tener que vengar ante el destino esa muerte.
Lo que ha llamado el partido de vuelta.
Soy el partido de vuelta de mi padre contra la vida, le dije una vez a un amigo. Somos los de la remontada. Quería incorporar ese elemento sicológico. Un chaval a las puertas de sus ambiciones, que arrastra sus propias esperanzas, además de las que no pudo cumplir su padre. Es muy raro un niño al que se la ha muerto el padre, afortunadamente. De repente te das cuenta que, a cierta edad, eres el tipo al que se le ha muerto el padre. Vive con ello. Eres el tipo de un muerto y es difícil despojarse del contexto que se genera alrededor. Aunque el relato no sea un espejo fiel de mi propia vida, yo también he estado marcado por ello. Y mi familia. Me sorprende haber tardado tanto en sacarlo. Mi padre murió hace treintaytantos años, y no había hablado con nadie. Con nadie. Ni con mi madre, ni con mis hermanas, ni con un amigo, ni con un sicólogo, ni con un cura: con nadie.
Los cuentos publicados en ‘XL Semanal’ también aparecen entre los relatos. ¿Por qué ha elegido precisamente esos?
Eso fue un error. Luego, ha habido confusión sobre si era material original o no. Ha sido un error. Ya que hice un libro de cuentos, había algunos del XL que me habían gustado y quise recuperarlos. Lo más honrado era haberlos reescrito. Queda raro que en un libro así no todo el material sea original. Avería un poco el resultado del libro. Fue una mala decisión.
¿Se ha sobrevalorado la idea en el columnismo?
Lo que está sobrevalorado es el estilo, en mi opinión. Es una cuestión de madurez. Cuando pienso en columnas ajenas no quiero que me hagan explotar dos o tres petardos de estilo, prefiero que me alimenten la inteligencia. Los alardes de estilo no los soporto si hay sólo eso. A lo mejor es un resultado de la madurez. En la jerarquía de cosas que esperas de una columna la idea ha pasado a ser la primera. Es lo que espero como lector.
Y como escritor también, ¿no?
Sí, pero no siempre puedes. Con la escritura frecuente no siempre das con la idea o el tono o el estilo. Pero al menos como lector. Entre un tipo que me da una reflexión sin juegos de estilo o una columna que sólo contiene juegos de estilo, me quedo con la primera. De joven no, pero ahora sí. El error del columnismo español es que ha creído ser una escaramuza del estilo, como dice Reverte. Detrás debe haber fundamento.
Vaya, que la actualidad mata la idea.
Y la baja estofa de la actualidad. A nadie al que le apetezca escribir concebiría dedicarle un rato de escritura a Pedro Sánchez, Santiago Abascal... Con perdón. La vida no iba a ser eso. Cuando soñamos con ser Scott Fitzgerald no nos veíamos siguiendo lo último que ha dicho Díaz Ayuso o Casado. Dedicamos muchas horas a personas que no tienen material literario.
Pero como columnista o periodista hay que sacarle el mínimo jugo que tengan.
Como periodista estás obligado. Es la actualidad. Esa es la diferencia. Pero cuando sentiste que estabas templando un arma, la escritura, y soñabas con dedicarte a las novelas, nunca creías que tu día empezaría ocupándote de lo que dijo Pablo Iglesias. El periodista está obligado, es su trabajo. Quien, en algún momento, pretendió hacer otra cosa con el instinto literario con el que está dotado... Te digo esto y no quiero que parezca que no me gusta el periodismo: a mí me encanta. Lo que más me gusta no es ni siquiera la columna. Me gusta andar por ahí, hacer crónicas, hablar con la gente.
Se puede hacer columnas andando por ahí.
Pero la columna tiende a cerrarnos. Esa cosa de citar al otro en la habitación de tu casa no me parece tan periodístico como el día que estuve en Guadalajara con Abascal o en Londres, viendo un combate de boxeo. Es que eso mola mucho, andar por ahí con la libretilla.
En el estilo puede estar la idea. Que alguien presente el mundo de la misma forma siempre al lector puede ser su tesis.
Bueno, la concepción estética puede convertirse en una mirada. Pero aguanta un folio, no 300. Con juegos de manos barrocos no puedes construir nada. En la tradición española hay gente que quiere eso. Es insuficiente. Tiene que aparecer pensamiento, aunque sea demasiado grandilocuente para lo que hacemos.
¿Se considera cipotudo?
No, de hecho no me metieron en la lista. Era un artículo muy divertido y, además, lo de cipotudo hizo fortuna y creo que justamente se metían con articulistas que iban de noctámbulos, bebedores, vagos, ¿no? Soy muy aburrido en ese sentido.
Creo que a Tallón le afectó mucho que lo consideraran cipotudo.
¿Por qué? Si es una cosa divertida. La palabra estaba muy bien encontrada. Era una cosa graciosa. Pero no sé, si para ser cipotudo hay que andar por ahí intercambiando novias, follando un montón, me encantaría, pero no supero la prueba de ingreso.
¿Entiende que faltan mujeres columnistas?
Si surgen y son buenas... Mira, Emilia Landaluce es estupenda. Rosa Montero también es estupenda.
¿Rosa Montero o Rosa Belmonte?
¿He dicho Montero? ¿He dicho Belmonte, no? No, Rosa Montero no. Rosa Belmonte es estupenda. Cayetana es una analista política tremenda y lo ha dejado por meterse en política, lo que considero un error.
¿Por qué?
Se lo dije a ella. No entiendo cómo alguien puede dejar el periodismo para empezar en la política. Es mucho más divertido el periodismo. Mucho más bonito leer los artículos que escribe que tenerla dando un mitin. Hay tías muy buenas. Que de acuerdo con los preceptos de la ingeniería social no son suficientes, no me hagas perder el tiempo con tonterías. Leo con el mismo gozo a ambos y no me paro a pensar si un periódico viene con más peso hacia un lado u otro.
“La 'gauche divine' dio la espalda al fútbol: no le gustaba el olor a sobaco”
El juego de ambiciones a las puertas está en su propia biografía. De escritor de relatos eróticos a periodista, luego columnista y por último la frontera de novelista.
A lo largo de la vida he hecho muchas cosas. He trabajado de mensajero en moto, y eso era estar lejos de cumplir un sueño. Cuando era niño quería ser cineasta. Y el periodismo se convirtió en un plan B a la espera de que llegara otra cosa. Luego, me gustó mucho. No me he consagrado como novelista, no soy un novelista profesional que vive de esto, soy un diletante, un amateur. Antes, esa aceptación me hubiera causado frustración. Pero evidentemente en la medida en que hubo un viaje evolutivo el destino final era ser novelista profesional. Pero no lo voy a ser, si no ha pasado ya, no lo voy a ser. Lo que soy ahora lo seré siempre. No pasa nada, no soy dramático. Los libros no me tienen que rescatar de una vida que no me gusta. Al contrario. Me gustan muchos los periódicos. Es una parte vocacional satisfecha. Sí, ha sido buena, exitosa, es reconfortante. No necesito que me rescate el libro.
Si su ideal era ser cineasta, ¿la amistad con Garci tiene algo freudiano?
La amistad con Garci es lo más cerca que he estado de formar parte de ese mundo. Es uno de mis mejores amigos. Garci es un tipo que fantasea con el Hollywood de antes. Me inoculó la fantasía del guionista americano. Tiene su vida muy armada para parecerse al guionista de los años 50 de Hollywood, que vive en Malibú, escribiendo junto a la piscina, y que, cuando termina, se va a dar una copa de premio. Alguna vez, Jose y yo, coqueteamos con la posibilidad de escribir juntos un guión. Me volvió a despertar la fantasía cinematográfica, no como cineasta, porque no me veía moviendo la cámara. Sí como guionista, con esa referencia de Faulkner o Chandler, los galpones de las producciones en serie de escritura cinematográfica, cuando fichaban a todo el mundo. Qué bonito sería. Conocí unos años antes a Peter Viertel, guionista americano que vivía en Marbella. De repente me asomé por un rendija a un mundo muy tentador. La amistad se debe a razones personales, a uno de esos flechazos de amistad, ves a alguien y dices vamos a ser amigos toda la vida, y es maravillosa, pero él me ha hecho formar parte del proceso de sus películas. He hecho figuración. Lo he visto trabajando.
Era la pregunta que venía ahora. Pero ya veo que sí, que se ha planteado la posibilidad de escribir un guión para Garci.
No pude por la familia. Garci tiene una casa en Estepona. Es lo más parecido a una casa de un guionista en Malibú, tiene la montaña detrás como California y todo eso. En un momento dado Garci quería que nos fuéramos a escribir algo tres o cuatro meses juntos. Joder, no podía, le dije, tengo cuatro hijos, mi mujer me mata. Pero me encantaría. Si esto me lo proponen con 35 años... En el momento preciso, nos hubiéramos ido cuatro meses a escribir por la mañana y a tomar vermuts por la tarde, o cócteles de los que él hace. Me habría encantado.
Qué intercambio hay entre vosotros.
El intercambio es sobre todo en una sola dirección. Me ha descubierto muchísimas cosas. En cine y libros. Tiene una voluntad muy formativa. Cada vez que voy a casa de Garci me llevo un par de películas y de libros que no conocía. Él es mucho más generoso conmigo. Yo le descubro algunas cosas argentinas que no conocía. Existe esa relación. Darse cosas para leer, comprar dos ejemplares pensando en el otro. Eso es bonito. Salgo mucho más beneficiado que él. Garci, siendo quien es, es un tipo maravilloso porque todavía mantiene la curiosidad, y pregunta, no te explica lo que por edad no entiende.
¿Igualar en derechos la vida del ser humano y el animal? Nos hemos ido a la mierda
Sois apasionados del fútbol. Algunos intelectuales se han puesto en frente del fútbol. Escribiendo sobre fútbol o con la naturalidad de Garci, se ha normalizado hablar de fútbol entre gente que antes no lo hacía.
Y del boxeo. Eso sólo ha pasado en España. Conozco bien América y los escritores argentinos no rompieron nunca con el fútbol. En España, la escritura, no sé si por compromiso político o porque deciden que el fútbol es una herramienta de adoctrinamiento de masas, o relacionado con la dictadura, se aparta. De los toros no tanto, del fútbol sí y mata al boxeo. A la recuperación ha contribuido el periodismo, como cuando Vázquez Montalbán escribía del Barsa. No sé qué verían ahí los intelectuales del compromiso marxista. En América nunca ocurrió. A Osvaldo Soriano, Fontanarrosa... No dejó de gustarles. Afortunadamente, se ha reparado. A mí me parece algo provechoso porque el prejuicio es incomprensible. Siempre ha habido un desdén por los gustos populares.
Eso es idiota.
Eso es una pedantería. Existió esa pedantería. El rollo gauche divine. Se creían más guapos. El olor a sobaco no les gustaba. No sé si con los toros pasó igual, el fenómeno es distinto, tiene que ver más con el animalismo. No entiendo cuando un escritor no se interesa por lo popular. ¿Qué va a hacer, estar con los cuatro amigos en el bar, mirándose el ombligo, esa va a ser su fuente de inspiración? Hay que estar donde está la gente. Luego está el boxeo, que lo mató la ingeniería social de la Transición.
¿Como una cosa que había que dejar caer?
El boxeo era el segundo deporte más popular de España en los 70. Eran famosos los boxeadores, salían en el Hola. Y de repente en el tránsito ese, la ingeniería social socialdemócrata decide que el boxeo no podía acompañar al nuevo hombre democrático. Es terrible. El boxeo no es de ricos, es de los barrios. Viene de los andamios. A toda esa gente es la que aplastaron, a la gente de Vallecas, eh, en nombre de una exquisitez intelectual.
Con los toros fue diferente. La movida los recuperó del franquismo como diciendo esto también es nuestro. Después no han vuelto. Y ahora es al revés. Escuché que dijo que los toros no gustan porque la gente ha cambiado culturalmente.
Lo digo sabiendo que ese mundo lo conozco superficialmente. Hay una visión social que no favorece al mundo de los toros. A este paso, vamos a dejar de comer filetes. Hay una concepción animalista que ha estallado. La prohibición de Cataluña fue política. Pero veo ciertos valores en los que se educan a los chavales de ahora y ninguno lleva a los toros. Hay una reivindicación general. Vox ha levantado esa causa. Se ha pasado de un momento en el que los políticos temían la penalización social de acercarse a los toros, a reñir por quedárselos. Tengo mucha curiosidad por ver cómo va a ser la plaza de toros en Madrid este mayo. Otra cosa es que haya un aficionado de espíritu progresista al que le choque: le gusta que vuelvan a estar en primera fila, pero con la sensación de que se los han llevado los malos.
Pero es que hubo un abandono lamentable de la izquierda.
¡Claro! Si la izquierda deserta de esa causa, no te quejes de que la ocupen otros. Pasa igual con la idea de España. Si usted cree que España es un concepto posfascista, haber creado un sentido de pertenencia de izquierdas.
La izquierda, además, está al lado de los nacionalistas, que es lo más reaccionario.
Eso es lo más raro del mundo. O que la bandera republicana se conciba como antiespañola. La izquierda internacionalista es coartada nacionalista, terruñera, como decía Umbral, carlista. Hay una base de desconocimiento histórico que favorece esa manipulación.
¿Y por qué cree que está en esa posición?
Porque la izquierda actual, y me refiero sobre todo a la podemita, tiene una incapacidad de sentirse parte de España que viene del año 37, cuando Stalin dio el golpe comunista interior, se quedó con el bando republicano y obligó a Franco a decir ‘España somos nosotros, el resto son extranjeros’. A partir de ese momento, la izquierda que pierde la guerra y que siente vigente haber perdido la guerra, interioriza la idea de que ellos eran otra cosa y que el bando nacional era la única España que existía en España. No han conseguido superarlo. Azaña amaba España. Pablo Iglesias viene de aquello. Se siente más cómodo gritando ‘Visca Catalunya lliure’ que con la idea de España.
Están en un punto de no retorno. Sus votantes comparten esas posiciones.
Bueno, no todos. Hay un votante de Podemos al que le jode el matiz antiespañol. Una cosa que se ha descubierto con el golpe catalán es que España no estaba tan mal. Si te sientes más tranquilo, llámalo España constitucional. No es la de Franco. Hemos creado otra cosa: una hermosa democracia europea del siglo XXI que merece la pena defender del carlismo catalán. Por el hecho de sentirte parte de esta España no te estás yendo a la corte franquista de Salamanca. Esto es una democracia evolucionada, europea.
Les interesa mantener ese discurso, parece. ¿Qué razón hay detrás?
La izquierda de Podemos usa el independentismo de una forma instrumental para conseguir lo que quiere: joder el régimen del 78. Cualquier cosa que lo rompa, le vale. Luego ya veremos como reconstruimos todo atribuyéndonos la patente de obra.
Pedro Sánchez galopa sobre todo eso.
Claro. Es que Pedro Sánchez cree que puede lograr algo: apoyarse en esta gente para gobernar y controlarla para que no lleguen a sus últimos objetivos. Es una insensatez. El mito de Frankenstein: tu creas el monstruo y el monstruo te devora. Te la estás jugando, macho. Estás jugando con los cables del explosivo. Te puede explotar en la cara. La relación de la izquierda con España se repite mucho a escala cultural. Lo de los toros es un ejemplo palmario. Hay algo nuevo en todo esto, además. La cantidad de gente que se dedica a odiar a los toreros, que todavía mantienen prestigio social, es algo nuevo. Pueden no gustarte los toros, pero no le desees la muerte al torero. Es una pulsión social nueva terrible.
Y no sólo peligrosa para los toros.
La discusión nacional vuelve a estar repleta de odio, en general. Hay un odio bélico. En España se vuelve a odiar. Se odia a conciencia, profundamente. Pero, ¿el animalismo? ¿Esta gente de dónde sale? No existían hace 15 años. Todos podemos tener una sensibilidad animalista en un momento dado, no somos Drácula, coño, pero igualar en derechos la vida del ser humano y el animal... Nos hemos ido a la mierda. La cultura urbanita se ha pasado.
Abascal irrumpe reaccionando a todo esto.
Tuvo instinto. Es un instinto que también tuvo Trump, ahí se parecen mucho, al encontrar las minorías que nadie atiende. El PP no hizo nada, no hizo un carajo. Encima, esas minorías, están identificadas con la España eterna. Le viene muy bien para articular el mensaje de que viene a salvar España culturalmente.
Sacando de punto al PP. Pablo Casado sobreactúa y es ridículo.
Joder, a mí me contaron lo de la búsqueda del torero. ‘Traéme un torero, el que sea’. Llegan tarde, efectivamente. Vox ha sido astuto, pero culturalmente sería una pena que la idea de los toros quedara asociada a la derecha.
No sólo con los toros. También ha pasado con el campo y las actividades que se desarrollan en él, como la caza.
Lo han comprendido: las minorías agraviadas. Son los chalecos amarillos en Francia, el votante de Trump. Trump le dice, ‘me ocupo de ti’. No esperes nada de los mandarines que están en Washington ocupados con sus lobbies, no saben ni que existes. Eso es lo que ha repetido Abascal con el campo. ¿Has visto alguna vez a un político del PSOE a caballo, en una cacería de conejos, soltando galgos? Él lo ha hecho y ha levantado un personaje que coincide con la conciencia de la España vacía.
Rivera se ha convertido en un tipo no muy de fiar
El momento perfecto para hacerlo.
Pero nadie hacía ni puto caso. La política española era cenacular, urbanita, endogámica.
Entonces, Podemos llevaba razón cuando hablaba de la casta.
Claro que llevaba razón. Podemos es un ejemplo de partido urbanita. No tiene ninguna presencia. Intentaron llegar al campo a través del SAT, estos andaluces chalados que roban supermercados. Por lo demás, es un producto muy madrileño, muy barcelonés, no desbordan. No se lo ha currado nunca. Igual que Casado, que ahora de repente se sube a tractores y no sabe ni de qué lado ponerse.
Rivera ni siquiera lo intenta.
Es que Rivera tiene un partido que se llama Ciudadanos: ciudad pura. Es la ciudad jacobina. Se ha convertido en un tipo poco de fiar. En este contexto, la gente quiere verdades absolutas y emociones. Que es lo que te da Vox, cuatro o cinco verdades absolutas y las emociones de la cabalgada, de la militancia, todos juntos a cambiar el mundo. Rivera no te da ni una cosa ni la otra. El centro no es muy emocionante.
Igual viene bien ahora que reina la histeria.
Vendrá bien cuando se rebalse. Pero la gente está en lo más alto de la emotividad. Está librando la guerra civil otra vez. La gente está matando a Franco. O reconstruyendo España. Está en la reconquista. Aparece Rivera... Pues no, usted es muy aburrido porque la gente quiere emociones.
Aunque lo haya negado tantas veces, ¿cree que su estrategia ideal sería pactar con el PSOE para evitar el gobierno con los independentistas?
Es lo que le va a proponer todo el mundo. No sé qué pasará. Al soe le encantaría quitarse de encima a los ultras de izquierda y los nacionalistas. Y Ciudadanos, a poco que pueda alegar la salvación de la patria, también lo haría. Está deseando. Porque además Ciudadanos tiene una querencia socialdemócrata tremenda. Ese mundo le gusta. Es el único partido que detesta a sus votantes en la medida que una parte de sus votantes son huidos del PP. Los ve derechistas. Creen mucho en la superioridad moral socialdemócrata, y de repente se ven con Vox en una plaza de Madrid y, claro, piensan, ‘qué hago aquí con el vampiro este facha’. Es que tus votantes son así. Convertirse en el moderador del soe les encantaría.
A nadie al que le apetezca escribir concebiría dedicarle un rato de escritura a Pedro Sánchez o a Abascal
¿Cuáles son los últimos autores que ha leído?
Pues ahora estoy leyendo Costa azul, de Giuseppe Scaraffia. Es muy divertido. Estuve leyendo a Salter. Ahora algún ensayo histórico. Tengo ese rollo con Roma. La última biografía de Adriano. Siempre digo lo mismo, que no cito historia en las columnas para darme pisto, es que me gusta mucho, de verdad.
¿Y autoras?
Joder, hace poco leí un libro que me gustó mucho. Déjame pensar. La última autora que he leído es Deirdre Bair, su biografía sobre Al Capone [Al Capone, biografía, legado y leyenda, Anagrama]. Es buenísima. Me gustó muchísimo. Ah, y un libro muy bonito, La edad de la penumbra [editorial Taurus], de una historiadora [Catherine Nixey]. Es un ensayo sobre cómo el cristianismo aniquiló el mundo clásico, a veces literalmente, como hizo el Isis con algunas ruinas.
Vivimos en el mundo de lo políticamente correcto. ¿Es una mierda, no?
Son mecanismos de control en los que la gente repara menos que si fueran más groseros, como las leyes de alguna dictadura. Sin embargo, existe un gran control social, un puritanismo, que está introduciendo en la gente que escribe un gran pavor, que lleva a la autocensura y es demoledor. Si tu ya te sientas a escribir un artículo o libro pensando constantemente en el tuit que te van a hacer, estás muerto: deja de escribir, que estás muerto.
De hecho, abandonaste Twitter.
Me parece muy negativo estar en Twitter. Primero por esto, por ser muy consciente de las patrullas puritanas. Y luego en Twitter me descubrí dos defectos: que escribía para los amigotes, a la pandillita. No hay que trabajar para los lectores. Y me di cuenta de que estábamos confundiendo a Twitter con la realidad. Se había convertido en una fuente de prospección periodística falaz.
¿Qué le parece el libro de David Jiménez?
Personalmente, no lo entiendo. En lo que a mí me concierne, un asterisquito de la historia, le ha dado la vuelta para autoglorificarse. La carga negativa no sé a qué viene. No creo que lo merezcan los compañeros. No me gusta esa idea de que una persona se autoglorifique, mediante la manipulación de los hechos que tiene por objeto demostrar que él era un mesías, un salvador puro del oficio, que fue absorbido por poderes oscuros. Tampoco entiendo que una persona crea que con él empiezan a suceder cosas que son normales desde que el oficio tiene memoria. Por ejemplo, que a un director le llaman. Claro. Al director le corresponde gestionar la presión. Me extraña que haya llegado a director una persona que no lo sabía. Eso es muy raro.
Que quieran influir en tu periódico es un piropo.
Llegó creyendo que con él empezaba el periodismo. El hombre lleno de masters americanos, que va a meter al periodismo en el siglo XXI. El se creyó eso. Me reprocha la columna sobre el artículo fundacional suyo. Venía a decir que tuvo que venir porque nos dormimos en la garita. Eres director porque al que lo fue antes que tú le costó la carrera no dormirse en la garita. Si a Pedro J. no se lo hubieran follado por estar despierto en la garita, tu no habrías sido director. Ha habido gente currando muchos años en la puñetera garita. Luego, ya te digo, si todo tiene la misma veracidad que nuestro episodio menor, yo ya sé que todo es mentira. Un tipo que me llama para intentar contratarme. Después cuenta que le voy abordando, suplicándole que me saque de ABC. Y eso no fue así. Mas allá de que insinúa que me quedé en ABC porque me pagaban más... La persona de ABC que tenía que saberlo sabe que no es verdad.