Alfredo González-Ruibal, arqueólogo del CSIC, camina a toda prisa por la Ciudad Universitaria de Madrid. Poca gente habrá que conozca la zona y los secretos de sus edificios mejor que él, quien lleva varios años excavándola y desenterrando todo tipo de vestigios de la Guerra Civil, desde la trinchera en la que se acordó la rendición del bastión republicano el 28 de marzo de 1939 hasta bombas sin explotar.
Este viernes al mediodía, cuando el sol y la ola de calor pegan con más fuerza, un grupo de una veintena de personas, todas participantes en el III Congreso de la Memory Studies Association que se clausura tras más de 1.300 ponencias, persiguen a González-Ruibal en su breve y didáctico paseo entre facultades, entre marcas de impactos de balas, entre símbolos que aún desprenden cierto tufo a fascismo. Es un recorrido por el pasado, por la memoria, en unas jornadas que han puesto el foco en la importancia de no caer en el olvido.
"Este es un lugar muy importante, símbolo de la resistencia contra el fascismo desde noviembre de 1936 hasta el final de la Guerra Civil. Aquí las tropas sublevadas fueron frenadas por el Ejército republicano, no consiguieron tomar la ciudad", relata el arqueólogo en las puertas de la Facultad de Filología y Filosofía de la Complutense a los expertos extranjeros procedentes de todos los rincones del mundo, como los voluntarios de las Brigadas Internacionales, que se batieron en ese mismo edificio hace algo más de ochenta años.
Ese bloque de ladrillos estuvo en primera línea del frente, y aún hoy son identificables los efectos de los proyectiles en sus paredes; algunos de los orificios han sido recubiertos con pegotes de cemento. "Esto dice mucho de la política de la memoria que se ha realizado", lamenta González-Ruibal. A su juicio, por muchos vestigios que sean palpables a simple vista, el recuerdo de la batalla de Madrid ha sido completamente eliminado. Los únicos tours por las trincheras y los restos de los búnkers se organizan de forma privada. Ni la Complutense, ni el Ayuntamiento, ni la Comunidad han realizado el mínimo esfuerzo para poner en valor estos restos.
De hecho, todos los proyectos de Alfredo González-Ruibal y su equipo —en el marco del Congreso de la MSA también se han organizado otras rutas por las trincheras de CIU de la mano de Alicia Torija y demás expertos— se nutren de financiación privada, en muchos casos de alumnos estadounidenses que vienen a España a aprender trabajando un tesoro arqueológico. Este verano, sin embargo, no habrá campaña de excavación en las faldas del Hospital Clínico.
La Avenida Stalin
Al salir de la Facultad de Filología y enfilar la Avenida Complutense, el arqueólogo frena a todo el grupo para relatar dos hechos singulares. El primero es tan curioso como desconocido: esa llana y larga travesía que hoy se divide en cuatro carriles fue bautizada por los combatientes republicanos, que empuñaban armas procedentes de la URSS, como la Avenida Stalin. Era una suerte de referente para ellos, el único que abrió el grifo de la ayuda armamentística para hacer frente al enemigo.
Después, en la intersección de la Avenida Complutense con la calle del Profesor Aranguren, en la acera opuesta al Real Jardín Botánico, el arqueólogo señala un pilar coronado con un antiguo escudo de la Complutense. "Es un cisne de aire fascistizado, con un gran parecido al águila fascista. Y aquí sigue, sin que la gente sepa lo que simboliza", lanza a los expertos de otros países.
La siguiente parada es la Facultad de Medicina, un campo de batalla brutal dentro de la propia batalla de Madrid, sobre todo en los primeros días de la ofensiva franquista. En las aulas y los pasillos de este edificio se luchó cara a cara hasta que los republicanos lograron hacer retroceder a los tropas rebeldes y fijar la línea del frente en la que ellos llamaban Avenida Stalin. En las escaleras de la entrada de la escuela, la piedra todavía presenta las heridas del fuego cruzado.
"Hemos sido capaces de reconstruir microcombates a través de los impacto de bala, la mayoría de ametralladores y fusiles", cuenta González-Ruibal. Esos de la Facultad de Medicina, en concreto, se registraron en noviembre de 1936, cuando un bando disparaba desde un ala y el otro desde la contraria. En el tejado, donde se apostaban los francotiradores republicanos, se aprecian a la perfección dos tipos de ladrillos: los que sobrevivieron a la guerra y los que hubo que reparar. Esas labores de reconstrucción fueron llevadas a cabo por prisioneros del ejército de los vencidos, que dejaron allí tallados una suerte de grafitis contra Franco y a favor de la hoz y el martillo.
El problema viene del desconocimiento y la ignorancia que existe con respecto a los vestigios de la Guerra Civil desde todas las esferas. "Creo que es un desinterés patrimonial más que una cuestión política", opina el arqueólogo. ¿Y habría que convertir todo lo que se va encontrando bajo tierra en una especia de museo, o al menos mostrarlo al público de alguna manera? "Hay cosas que se podrían exponer, como la última trinchera que encontramos el año pasado, pero no interesa", lamenta el experto del CSIC.
Gilly Carr, profesora titular de Arqueología en la Universidad de Cambridge, es la primera vez que está en España. Asegura que no puede dar una opinión muy valiosa sobre el tema porque no es experta en la Guerra Civil, pero le sorprende cómo trata España los restos de su conflicto fratricida en comparación con los países en los que se desarrollaron las dos guerras mundiales. "El silencio es muy diferente", relata la experta.
Jan Miklas, de la Universidad de Gdansk, no deja de hacer preguntas durante toda la visita. Y al final se despide sin comprender cómo estas "piezas de historia permanecen totalmente ocultas". Él, ávido lector de literatura sobre la Guerra Civil, tampoco entiende que sus estudiantes de Erasmus procedentes de Tarragona no hayan leído Homenaje a Cataluña, de Orwell. Es el olvido que se asienta sobre la Ciudad Universitaria y el resto de España., y que el congreso de la MSA ha tratado de combatir.