Dice la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, que el feminismo “no es de todas”: así lo ha deslizado en su conferencia de la jornada Diálogos 140 aniversario, organizada por la fundación Pablo Iglesias y el PSOE. “¿El feminismo es de todas? No, bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista”. Calvo ha criticado a las facciones políticas que tratan de adueñarse del movimiento poniéndole “etiquetas”: “No atinan ellos, quieren ponerle una etiqueta al feminismo, están locos por ponérsela: primero feminismo transversal, luego liberal… ¿esto qué es?”.
Asimismo, se ha manifestado radicalmente en contra de la prostitución, toda una “sinergia del patriarcado con el capitalismo liberal”: “Somos objetos de compraventa por partes o en todo”, ha alicatado. Sus declaraciones son espinosas desde el momento en el que, atendiendo a nuestra historia patria reciente -y como han señalado sus detractores-, recordamos que la socialista Victoria Kent votó y abogó en contra del sufragio femenino en 1931. Su posición es que debía “aplazarse” para no perjudicar a la República, pues estimaba que las mujeres españolas se decantarían por opciones conservadoras y se dejarían guiar por el poder eclesiástico y la ideología de sus maridos.
No obstante, a pesar de la fuerza simbólica de Kent como icono de la intelectual que es antes de izquierdas que feminista, es falso que el progresismo se opusiese al sufragio femenino -como deslizó en su día Pablo Casado-. Éste salió adelante con 161 votos a favor, de los cuales 83 fueron socialistas. Por otra parte, si bien es cierto que fue la liberal Clara Campoamor quien apoyó la causa sin fisuras, también lo es que hoy se mostraría cercana al PSOE en cuanto a su postura abolicionista de la prostitución -Ciudadanos es regulacionista, Podemos aún se lo piensa-.
Es complejo querer traducir en pleno 2019 a los iconos de los años treinta, dado que el contexto político y sus ejes han cambiado. Pero sí cabe recomendar a la vicepresidenta del Gobierno algunas lecturas recientes de feministas no socialistas -algunas marxistas, algunas liberales- que han revolucionado el movimiento y que no comprarían la visión del PSOE ni sus propuestas acerca de la igualdad. Aquí cinco autoras que disienten del feminismo de Calvo: defendiendo la prostitución, llamando "puritana" a la izquierda, criticando el Me Too, renegando de la mujer como víctima y del "sólo sí es sí" e incluso cuestionando las políticas de género. Todas tienen algo que aportar en un debate complejo, enriquecedor y creciente.
1. Camille Paglia, Sexual Personae, 1990
En esta obra, la incómoda Camile Paglia -la feminista que odian las feministas- defiende que las grandes obras maestras de la civilización occidental son producto del miedo de los hombres a la sexualidad femenina. De la Venus de Willendorf al busto de Nefertiti, del David de Donatello a la Venus de Boticelli, de la Mona Lisa de Da Vinci a su Virgen con el niño y Santa Ana. Paglia es pretenciosa y apasionada, liberal, atea y bisexual -aunque crítica con el movimiento LGTB-, huye del buenismo y señala que a las feministas modernas “les cuesta apreciar la belleza y el placer”.
“Yo quiero librar el feminismo de las propias feministas. Con lo que me identifico es con el feminismo de antes de la guerra, el de Amelia Earhart, el de Katharine Hepburn, que me produjo un impacto tremendo”, escribe en Feminismo pasado y presente (Turner Minor). “En esos tiempos había mujeres que tenían independencia, que tenían confianza en sí mismas y que eran responsables de sus actos, sin culpar a los demás de sus problemas”.
Paglia critica al feminismo que “reduce a la prostituta como víctima”, chocando con el abolicionismo radical de Carmen Calvo: “Entre las grandes personalidades sexuales que he visto a lo largo de mi vida, las prostitutas de Filadelfia rayan muy alto. Son intrépidas y agresivas, saludan a los hombres de negocios en sus berlinas o interrumpen el tráfico para charlar con los taxistas. Gobiernan la calle. ¡Diosas paganas!”, lanza.
“Las admiro: se fijan aquí y allá, escapan de la policía, son hábiles, viven de su ingenio, tienen la inteligencia de la calle. Obtener dinero es lograr el control, y eso se consigue con la prostitución (…) Las feministas lesbianas intentaron quitarle el control de la sexualidad femenina a los hombres, pero las prostitutas lo hicieron mucho antes (…) Tienen los mandos de su vida, eligen a sus clientes. Las exitosas son las más silenciosas, porque se mezclan con su entorno. Las que aparecen en las investigaciones son las que tienen problemas psicológicos o de drogadicción. Las feministas usan a las prostitutas amateurs para condenar a toda una profesión. Es espantoso”.
También critica los límites legales ante el acoso sexual que se practican en EEUU. Su idea es que estas protecciones “las infantilizan”. Aboga por la “responsabilidad y autodefensa de la mujer”, así como su libre elección para “asumir riesgos”. “En el crimen sexual hay un simbolismo ritual que la mayoría de mujeres no vislumbran, por lo que no pueden protegerse (…) Se le llama depredador precisamente porque convierte a sus víctimas en presas”.
Escribe que las adolescentes “asumen que la carne desnuda y la ropa sexy son pautas de la moda femenina desprovistas de mensajes que puedan ser malinterpretados y retorcidos por un psicótico. No comprenden la fragilidad de la civilización y la proximidad constante de la naturaleza salvaje”. Por último, solicita no desdeñar la importancia del capitalismo a la hora de independizar laboralmente a la mujer.
2. Germaine Greer, La mujer eunuco, 1970
Greer es económicamente más revolucionaria que Calvo y su socialismo. Ella propone destruirlo todo, hasta los patrones de consumo. Su idea nunca fue que la mujer se incorpore a las instituciones clásicas, a los puestos de poder tradicionales: es más de reventar el sistema y volverlo a hacer. Por tanto, ni siquiera se plantea la posibilidad de las cuotas, como la vicepresidenta del Gobierno. Tampoco se une al movimiento Me Too. En su momento, salió en defensa de Harvey Weinstein y Woody Allen. “Siempre he deseado ver a las mujeres reaccionar de inmediato cuando se enfrentan a abusos sexuales o a acoso”, expresó Greer. “En los viejos tiempos había películas, comedias, en las que había un personaje hombre que miraba con lujuria a las mujeres. Y ellas siempre lo burlaban sin problemas: era un tonto. No le teníamos miedo y no temíamos abofetearlo”.
Reconoció que la cuestión es matizable “cuando el hombre tiene poder económico, como en el caso de Harvey Weinstein”, pero que “si las mujeres han abierto las piernas porque él les ha dicho ‘sed amables conmigo y os daré un trabajo en una película’, me temo que eso equivale a consentimiento, y ahora es demasiado tarde para darle vueltas”. A sus ojos, el Me Too es “un negocio”. Por su parte, Carmen Calvo defiende que las víctimas de delitos sexuales deben ser creídas "siempre".
3. Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, 2004
En esta obra, Federici, desde su posición de socióloga marxista-feminista, critica al mismísimo Karl Marx: señala que el intelectual se habría centrado en el trabajo asalariado y habría olvidado el trabajo reproductivo, es decir, la reproducción de seres humanos, tan fundamental para el capitalismo. Su trabajo trata de demostrar que este trabajo reproductivo, sumado a “los cuidados” de los que las mujeres siempre se han encargado gratuitamente, son la base en la que se apoya el capitalismo. En los setenta fue una activista muy prestigiosa a la hora de reivindicar un salario para el trabajo doméstico.
Aunque comparte con Calvo su lucha contra los excesos del capitalismo -en su caso, de forma más radical-, Federici equipara el “trabajo sexual” a otros tipos de explotación laboral, cosa que no hace la vicepresidenta. “Pensar que las mujeres únicamente venden su cuerpo en la calle o en un burdel es una ilusión, una mentira. Pensar que sólo la prostitución está conectada con la violencia es también una forma muy ciega de ver las cosas Violencia no es sólo violencia física. Cuando tienes que trabajar quince horas seguidas y no puedes ni ir al baño o no puedes descansar hasta que completas tu trabajo; cuando trabajas en un lugar donde se fumigan pesticidas o en una zona tóxica, eso es violencia”, establece.
“Tengo memoria viva de cómo el feminismo fue justamente el movimiento que permitió a las trabajadoras sexuales organizarse. Encuentro moralizante clasificar qué tipo de explotación de los cuerpos es más degradante (…) Se está penalizando a las mujeres más pobres, que son aquellas que han necesitado más recurrir a la prostitución. En esta sociedad en la que todo se vende es peor vender tu cerebro, tu integridad moral e intelectual: no sólo que una mujer venda su vagina”.
4. Virginie Despentes, Teoría King Kong, 2006
Despentes sostiene que cierta izquierda ha comprado la idea de que “el sexo es lo peor”. Ella misma fue prostituta y asegura que lo ha pasado peor con su exposición pública que ejerciendo ese oficio. Defiende que el sexo en absoluto daña la dignidad ni la integridad de la mujer y que eso es culpa de “dos mil años de cristianismo”.
En su Teoría King Kong lo explica así: “Resulta difícil no pensar que lo que no dicen las mujeres respetables cuando se preocupan del destino de las putas. En el fondo tienen miedo de la competencia: desleal, demasiado oportuna y directa. Si la prostituta ejerce su negocio en condiciones decentes, similares a la esteticién o a la psiquiatra, si libera su actividad de todas las presiones legales que se ejercen actualmente sobre ella, entonces la posición de la mujer casada se vuelve de repente menos interesante”, escribe.
“Porque si se banaliza el contrato de la prostitución, el contrato matrimonial aparece de modo más claro como lo que es: un intercambio en el que la mujer se compromete a efectuar un cierto número de tareas ingratas asegurando así el confort del hombre una tarifa sin competencia alguna. Especialmente las tareas sexuales”. Despentes, en general, da la cara por la mujer que no encaja en el marco tradicional de la feminidad. Ni siquiera cree “en el feminismo de señora pura y digna”: “El feminismo que me interesa es el de las putas, las feas y las lesbianas”.
5. María Blanco, Afrodita desenmascarada. Una defensa del feminismo liberal, 2017
A María Blanco -doctora en Ciencias Económicas y Empresariales, investigadora y autora de Afrodita Desenmascarada. Una defensa del feminismo liberal (Deusto)- no le gusta la palabra "empoderamiento" porque no quiere partir de la idea de que la mujer es siempre una víctima. “Y eso es lo que flota en el ambiente, cuando la realidad es que la victimización es el mayor obstáculo para superar problemas”, escribe. “Aquella persona que se hace la víctima está explotando un drama inexistente para no afrontar la vida”. Blanco cree en reconocer el dolor y sobreponerse a él asertivamente, sin recibir trato preferente por parte del ala cálida del Estado.
En esta obra señala que “las políticas llamadas ‘de género’ hacen dependientes a las mujeres”. “La igualdad comienza por la igualdad real ante la ley, sin privilegios. A partir de ahí, dar pasos al frente”, sostiene. Otra de sus tesis apunta que el capitalismo es “el mejor amigo de la mujer”: “En los países capitalistas, las empresas pueden ser creadas por mujeres; nada impide que una empresa fundada y dirigida por una mujer tenga éxito”. Su ensayo no pretende combatir a ningún colectivo, sino plantear un nuevo tipo de defensa femenina.
Reivindica a la mujer liberal “frente al feminismo radical, tanto de izquierdas como de derechas”. Cree que “perseguir al putero, como quiere el PSOE, es una forma hipócrita de condenar a la prostituta” y que “el tabú sexual de hoy es ver al hombre sólo como un agresor”.
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