¿Lo escuchan? Es el silencio de España: un país distópico donde ya apenas se puede cantar nada sin que vengan las hienas -de un lado o de otro- a tacharte de rojo o de facha, de machista o de hembrista, de violador o de santurrón, de terrorista o de colonizador, en definitiva, de transmisor de algún mensaje oscuro, politizado, venenoso. Estamos transgrediendo demasiado: a veces nos da por bailar, y, como todo el mundo sabe, en las verbenas se gesta la revolución. En las fiestas de Madrid, el PP ha censurado las actuaciones de César Strawberry y Pedro Pastor. En Oviedo, los populares, apoyados por Ciudadanos, se han cargado del cartel a Rozalén y a Luz Casal, a cambio de meter con calzador a Marta Sánchez, por si acaso le da por entonar el himno patrio, que hace mucho ya que no lo escuchamos.
Pero a la derecha le crecen los enanos: antes el veto era patrimonio suyo, ahora ya ni siquiera. Ha venido Podemos a poner orden y a cancelar el concierto de C. Tangana en las fiestas de Bilbao. Dicen algo de que fomenta “la cultura de la violación” y se quedan tan anchos. Están a dos tazas de cafeína de tildar al cantante de “agresor sexual” con tal de subrayar su propio progresismo. Pero es mentira: son tan reaccionarios como sus rivales políticos. Son interventores del pensamiento, son sordos frente a la metáfora, son literales hasta la estupidez. Son niños pusilánimes y heridos de mundo que se ponen muy campanuditos y esperan a la ficción en la puerta trasera para darle de hostias.
La izquierda pierde la batalla cultural
Hace rato ya que la izquierda encuentra en el arte, continuamente, trazas de machismo, de racismo, de homofobia, de transfobia, de apropiación cultural, de especismo y hasta de pedofilia. El análisis es legítimo y la crítica es necesaria, pero eso no les basta. Necesitan eliminar lo que les chirría. No toleran los cuadros de Balthus con sus niñas en flor, les sangran los oídos con Los Ronaldos -Sí, sí- o Loquillo -La mataré- y hasta les espanta El origen del mundo, de Courbet, porque resulta que es una vagina vista “por el heteropatriarcado”.
A Tarantino hay que abolirlo, que le gusta mucho la sangre al pájaro ese. A Woody Allen, de paso, también. ¿Y lo del perreo? Nada, nada, cosificación. El reguetón, mire usted, es un peligro: palabras calientes, sudor, coqueteo. Tanta alegría sólo puede acabar en salvajismo -perdón por lo de “salvajismo”, no quería ser “supremacista”: lo cierto es que la civilización nunca fue para tanto. Ya lo estamos viendo-. Si en algún momento fue cierto que la izquierda iba ganando la llamada “batalla cultural”, hace bastante que la pierde: ¿cómo va a ponerse esa medalla si intenta corregir el arte desde dentro; si busca fiscalizar las expresiones disidentes? ¿Creen de verdad, como escribía Camus, en su propia protesta? Hoy el zurdo moderno se parece mucho a un capellán.
Guirao, ministro de Cultura, dice que tiene dudas: “Aunque creo en la libertad de expresión, al estar relacionado con temas de género, entiendo que haya reticencias”. Todo lo que empieza con “aunque creo en la libertad de expresión” termina mal. PSOE y Podemos tienen pendiente ser tajantes aquí, o, mejor, ser valientes. En el arte no existen las apologías porque no pertenece al plano de la realidad, o, al menos, no al de la literalidad. El arte ha de ser la única capa donde todo quepa, donde todo sea posible. La cultura no puede ser moralista, porque su labor es ayudarnos a colocar nuestros traumas, nuestras crueldades y horrores en un lugar seguro. El ser humano es raro. Y pérfido. Lo era antes de C. Tangana, lo será después. De verdad, mojigatos: sobreviviremos al trap.
Quién es en realidad C. Tangana
Me hago preguntas: ¿por qué estos debates se ceban con la música, por ejemplo, y no con el cine? ¿Prohibirían en las salas españolas una película que contenga diálogos machistas -para dibujar a un personaje misógino-? ¿Dejaría el filme de recibir subvenciones? ¿Por qué asumimos que las letras de C. Tangana expresan lo que él piensa, lo que él es? ¿Acaso es uno siempre el mismo? ¿Cuánto hay en la cultura de historias de otros, de roles prestados? ¿Cuántos versos machistas tiene uno que componer para encarnarse en ellos: dos, tres, veinte? Más adelante, ¿podrá uno exonerarse escribiendo otras veinte estrofas de amor: así se compensa, así se empieza de cero? Cuando C. Tangana canta “hago que tu puta se empache, hago que se calle y se agache”, ¿a quién está ofendiendo? ¿Quién es la puta: la mujer mundial? ¿Somos todas esa puta? ¿Existe, a la postre, esa puta?
C. Tangana, hasta que se demuestre lo contrario, no es ningún violador. Quien haya estudiado un poco su trayectoria conocerá que es un chulo, un provocador, un buscavidas, un magno publicista, un hombre inteligente que escruta la industria y la exprime, que hasta se ríe de ella. Un joven que cincela su propio producto porque ha entendido que si no hay mito, no hay pasta. Que si Hemingway no hubiese sido un alcohólico, no habría pasado a la posteridad. Que si Sylvia Plath no hubiese metido la cabeza en un horno, su firma no se habría redondeado así. Que si Dalí no hubiese paseado con un oso hormiguero, habría perdido punch. Esto lo expresó con su disco Ídolo, publicado en 2017: ahí revelaba la creación de una leyenda. Con hipérbole, con juego, con pose, Riéndose de la prensa. Vacilando con los titulares.
“La clave es crear un concepto que sea más grande que tu obra, convertirte en un referente de la tendencia comercial”, ha comentado en alguna ocasión. Su show es constante: lo practica siempre, no sólo cuando canta. Recuerden su performance en Operación Triunfo: dejó al presentador con la palabra en la boca al acabar su actuación y se descojonó del show en sus redes sociales. O cuando empezó a increpar a la Corona en una rueda de prensa en el Primavera Sound: “La monarquía es un robo, la democracia representativa es un robo, es terrorismo. El rey es un gilipollas, el rey soy yo”. Ah: las declaraciones tomaron sentido cuando a los pocos días sacó su canción El rey soy yo. Bang.
C. Tangana sobre el machismo
Antes de triunfar en la música, C. Tangana trabajó en un Pans&Company. Ahora hace gala de un férreo discurso neoliberal: cree en la meritocracia, en la ambición, en el dinero. De fondo late cierta herida, cierta poesía, de chaval desencantado de tenerlo todo. ¿Y respecto a su opinión sobre los boicots al machismo? Ya lo contestó en una entrevista con este periódico: “Creo que el tema del machismo es algo que está en la boca de todo el mundo en la música urbana, es algo de lo que se habla y de lo que se tiene que hablar. En general hay una visión anticuada del género, de los valores que son masculinos y de los que son femeninos y es un tema que va a estar en mi música y en mi carrera, porque me interesa. Y con toda la culpa del mundo, porque vivimos en una sociedad patriarcal y yo pertenezco a esta sociedad y soy lo que soy, hijo de mis padres. Todo lo que salga en mis temas que pueda ser acusado de machista, seguramente sea machismo, porque este es el mundo que es”, contestó.
Y hubo más: “Cuando Kurt Cobain hace un tema hablando sobre la droga, no está diciéndole a la gente que se tiene que drogar (…) Pero me parece bien que se discuta si una letra mía es machista o no es machista, es sano; es un tema en el que yo estoy andando. Creo que no es nada de macho alfa describir tus debilidades sentimentales, y eso lo hago. Digamos que públicamente no tengo todos los valores masculinos: mostrarme frágil de vez en cuando, hablar en mis temas de cómo pienso y siento, rompe esos parámetros, esos estándares”. Ya ven: hasta Podemos Bilbao lo entendería.