Carta de amor a 'Fleabag', una mujer sin nombre ni amigos
El teatro Wyndham's se despide en Londres de la obra que se convirtió en serie del año y ha dado la sorpresa en las nominaciones a los Emmy.
30 agosto, 2019 18:16Noticias relacionadas
Dicen -¿quién lo dice?- que te llamas Fleabag. O más bien que te llaman Fleabag. Ese es tu apodo. Pero en realidad nadie te llama así ni de ninguna otra forma. Heeeey! Heeeey! Es tu hermana, que te grita desde el otro lado de la calle para ofrecerse a llevarte a casa en taxi. Hey. Es un cura –el cura- que acelera el paso para alcanzarte y pedirte que le devuelvas el coco falso de una rifa benéfica. Heeeey o Hey, poco importa. Eres tú.
Ni nombre ni amigos. Porque Boo desapareció hace tiempo. Boo, la chica inestable pero dulce y transparente con la que abriste un café temático –el tema: las cobayas- que se iba a la ruina hasta que diste con los Chatty Wednesdays, los miércoles en que la gente solitaria se reúne para vivir la ficción de la compañía al calor de un té. No, Boo ya no está. Boo, tu confidente, tu amiga de toda la vida, la única, ha muerto, y cuanto menos se diga sobre el asunto, mejor.
Pero ¿quién necesita amigos? Podría ser tu lema. Tú te manejas bien así. Los amigos. ¿Conocen demasiados restaurantes donde se come el mejor mince pie de Londres? ¿Es eso? Da igual. Te entendemos. El caso es que tú te relacionas con el mundo sin su red. Tú siempre has sido más de novios y de familia. ¿Tradicional? No. Heterodoxa.
Los novios que nos has presentado son más bien ridículos, la verdad. Sensibleros, inseguros, infantiles, egocéntricos... A menudo todo a la vez. Tranquila, no eres tú. Son los hombres. It is what it is. Y tu familia... Veamos. Una hermana triunfadora pero insatisfecha –sí, sexualmente, pero no solo- y angustiada con la que no te hablas desde hace más de un año. Su marido, un sujeto lúbrico, desfachatado y alcohólico que por supuesto intentó propasarse contigo en el pasado. También está tu padre, al que nunca le hemos oído acabar una frase: la divagación, la vaguedad hecha hombrecillo. Y por fin, la artista, el espíritu elevado, tu madrastra, que ejerce de tal sin desmayo y con la que tienes una relación explosiva.
Ellos son los comensales. Ellos y tú. Bueno, y un tipo sentado a tu lado, al que le queda muy bien –his arms!- la camisa arremangada. ¿El motivo de la reunión? Tu padre y tu madrastra se casan y habrá que celebrarlo. ¿El horror? Dejémoslo en una cena pasiva agresiva, por usar tus propias palabras. Del frente que forman tu hermana y tu cuñado te llegan –parte agresiva- ráfagas de hostilidad pura, como fuego de dragón. Tu padre –parte pasiva- está en sus abstracciones y solo saldrá de ellas para regalarte un vale para una psicóloga. En cuanto a tu madrastra, ahí anda, como flirteando –es su naturaleza- con el cura. Porque el tipo de la camisa, el tipo decididamente sexy y descaradamente deslenguado es un cura, el cura, el que va a oficiar la boda si nadie lo impide.
Todo bien. Han pasado 45 minutos y nadie te ha hecho una sola pregunta, nos dices mirándonos. Cualquier otra persona en tu lugar tendría acalambrados los dedos de mandar caritas y caquitas glosando los pormenores de una velada semejante. Pero tú, que no tienes a quién, no has sacado el móvil ni para mirar la hora. Si quieres comentar algo, nos usas a nosotros. Nosotros, que no somos tus amigos aunque quisiéramos, que somos otra ficción, como los Chatty Wednesdays. Bien que lo sabemos, pero cuánto nos divertimos juntos, ¿verdad?
Así que ahí estás, viviendo el momento a coraza quitada, absorbiéndolo todo, expuesta, vulnerable, porosa y valiente. Porque solo así puede advertirse el instante oportuno, el relámpago irrepetible, la hora señalada. Lo que los antiguos llamaban el kairós. El tiempo de calidad, el decisivo en el devenir de una persona. No, no tienes nombre ni amigos, pero sabes dos o tres cosas sobre la vida y una de ellas es que no hay un cura sexy a tu lado solo por exigencias del guión. Está ahí porque es la hora de la verdad, y a ti no te va a pillar mandando WhatsApps. Oh no, a ti no. Él es tu momento. Y tú eres el suyo. "¿A qué te dedicas?", te pregunta entonces él –otro sin nombre: quién necesita uno a estas alturas-. Y ahí surge. La mirada sostenida. La complicidad inmediata. La puerta y la patada en la puerta. El kairós.
Y sí, la cena continuará entre la comedia y el drama. Habrá puñetazos, un dominó de golpes involuntarios y hasta un aborto. El vodevil de sarcasmos y pequeñas crueldades con que se trenzan las relaciones de familia, apenas exagerado. Pero tú ya estarás a salvo y poco importará que acabes con una hemorragia en la nariz. La cena era el destino. Ahora lo sabes. Ahora lo sabemos. This is a love story, nos avisas. Id preparándoos. Y qué historia.
*Christian Law Palacín es poeta y traductor.