“Yo no tengo nada que ocultar. Nunca he robado, ni matado a nadie. Tengo la conciencia muy tranquila. Yo me entregué al servicio de España (…) La Sección Femenina quedó bajo mi responsabilidad, no bajo el mando directo de Franco. Mi integración en la estructura franquista del Estado fue la garantía de que no claudicaba. No claudiqué”. Habla Pilar Primo de Rivera, controversia hecha mujer: desde la democracia la recordamos con cierta alergia por la imagen que de ella nos devuelven las fotos. Su cabello corto, su mandíbula prominente y su dentadura oscura; su labio fino, apretado, de insobornable falangista.
La recordamos levantando levísimamente la nariz, con rechazo histórico, por la imagen que de ella nos devuelven los libros. Pilar, tristemente pionera, precursora pero de qué, hembra influyente en una época en la que las mujeres eran ciudadanos de segunda y vivían anuladas y oprimidas por un régimen tiránico y patriarcal.
Era una mujer extraña: fue la madre superiora de la Sección Femenina -"yo la parí, yo la crié, yo la enterré y nadie más estuvo en mi puesto”- y la lideró hasta la muerte de Franco. También se abstuvo en la votación para la Ley de la Reforma Política -no como sus compañeros, que votaron en contra-. Es problemático mentarla como insignia; es espinoso traerla al presente. ¿Como símbolo de qué, como visionaria de qué gloria, de qué avance, de qué maldita igualdad, de qué heroicidad intelectual?
Lo han hecho -con valentía y no exentas de polémica, o, al menos, de sano debate- la cineasta Paula Ortiz y la Catedrática de la Universidad de Exeter y escritora Nuria Capdevila-Argüelles en Cartasvivas, un proyecto que “fusiona literatura, cine, investigación y compromiso social para salvar la memoria de autoras pioneras del siglo XX en español”. Aquí actrices prestigiosas de la talla de Consuelo Trujillo, Marian Álvarez o Sandra Escacena se meten en la vieja piel de tres viejas hembras lúcidas: Pilar Primo de Rivera, Carmen Laforet y Hildegart Rodríguez, respectivamente.
No obstante, el nombre de Pilar ahí chirría. Chirría cuando hablamos de “compromiso social”, chirría cuando hablamos de “salvar su memoria”. Sobre todo cuando recordamos que la Sección Femenina era una organización destinada al buen funcionamiento de las mujeres en la sociedad, en principio por la vía de la religión o de la maternidad. Era un método férreo para controlar los cerebros y las manos de la mitad del país. O eso creíamos, porque en su boca, hecha carne viva magistralmente por Consuelo Trujillo, hay una verdad distinta. Cuanto menos, matizada. Ortiz y Capdevila-Argüelles han trabajado sobre sus discursos, escritos y circulares, y, especialmente, sobre las entrevistas que dio al final de su vida al periodista Antonio Moya. Lo cierto es que sus revelaciones dejan atónito a cualquiera. Son casi modernas.
“La paz fue más difícil que la guerra. En la paz de Franco, la sinceridad era un suicidio. Nosotras no queríamos inculcar a las mujeres una visión pasiva de la vida y de la feminidad”, explica. “En cambio, las derechas, por tradición, concebían a las mujeres como objetos de uso, como muñequitas para el placer, como madres que parían y criadas que cosían… Cocinaban y enseñaban el catecismo a los niños con ayuda del señor cura. Yo no compartía ese concepto”.
Cuenta Pilar que la mujer falangista se caracterizaba por “ser responsable” y por ser autoconsciente, esto es, “saber el lugar que ocupaba en una España como la que queríamos”. Relata cómo se enfrentó presuntamente a la Iglesia porque ésta obligaba a las chicas a meterse vestidas en las piscinas para entrenar natación: le parecía intolerable que se dificultase así el acceso de las mujeres al deporte. Entonces prohibió la entrada de los hombres a esos recintos y listo.
Peleando contra la Iglesia
“Pensábamos que la Iglesia no debía intervenir en política. Yo soy católica. Soy practicante. Pero no soy beata ni fanática. Ser religiosa no significa someterse al poder de la Iglesia”, lanza, antes de reconocerse como la “principal competidora” de la visión eclesiástica sobre las mujeres. Detalla cómo ella misma diseñó una falda que “devolvió la movilidad a las piernas de las españolas”; esto es, una pieza de unos cinco centímetros por debajo de la rodilla frente al “estilo tonel”. “Era una falda que se ajustaba por debajo y que se ensanchaba por las caderas para que cuando las mujeres se sentaban en el borde no se subiera más de lo debido. ¡Impedía andar!”.
Enorme interrogación: ¿hizo tanto por lo que fuimos o sólo recalcó las virtudes femeninas que dictaba Franco? Escuchándola parece vanguardista, pero resulta sospechoso que, a la postre, ni siquiera fuera ella la más punki de la Sección. Otros textos nos hablan de Mercedes Sanz-Bachiller, con quien se enfrentó porque ésta opinaba que el servicio social -una copia del auxilio social nazi- debían llevarlo entre hombres y mujeres, mientras que Pilar decía que si era un invento de mujeres, tenían que llevarlo sólo mujeres. Finalmente, Mercedes se acabó desvinculando de la organización. No le convencía. Ni rastro de feminismo por aquí, a sus ojos.
Pilar era severa, implacable, metódica, fría como un témpano. Se dirige a la cámara con una dignidad desafiante. A Pilar no le tosía ni dios. “Yo ya estoy por encima de las ofensas. Me han hecho tantas en esta vida… Educar y promocionar a las mujeres españolas no fue fácil. Mi doctrina no era sólo una lista de argumentos ideológicos y un programa político, era una filosofía de la vida moderna en comunidad”, desliza. “¡Hoy la gente dice que era autoritaria, reaccionaria y fascista! Sí. Fascista. Eso es lo primero que se señala. Que éramos fascistas como Hitler, que exterminó a millones de judíos. Me acusan sin querer escuchar. Es muy fácil acusar, y muy cómodo. Porque quien acusa queda libre inmediatamente de culpa”.
¿Feminista?
A Pilar la enterraron los juicios hechos desde el purismo. Por eso este proyecto, avalado por la Fundación Santander, le presta por fin oído. “En la España rural de la posguerra morían los niños recién nacidos por falta de higiene, de medios y de conocimientos. Mis muchachas y yo recorríamos pueblos, fundábamos escuelas y dispensarios, enseñábamos a las mujeres normas básicas de limpieza. Les enseñábamos oficios, a tejer esteras y cestos, formas de ganarse la vida. El panorama era desolador. Disteria, tuberculosis, tifus. Había que proteger a los bebés y regalábamos cunas. Primero cientos y luego miles de cunas para que no durmieran con los padres y no contrajeran sus enfermedades”.
Dice que sus chicas -que eran, básicamente, todas las españolas- se sentían “orgullosas” de pertenecer a la Sección Femenina, porque sabían que estaban “cooperando en la construcción de una patria igual para todos”. “Nos esforzábamos muchísimo e incluso conseguimos un acercamiento a la igualdad de derechos con los hombres en los años sesenta. Gracias a nuestra labor, las mujeres pudieron acceder a cientos de profesiones vedadas hasta entonces para ellas”, establece, con la cabeza erguida.
“Si no hubiera sido por nosotras, las mujeres llevarían cuarenta años de atraso en relación a las mujeres europeas. Si no hubiera sido por la Sección Femenina, las mujeres españolas no habrían tenido nada. Sólo atraso, ignorancia, sumisión y dictadura”. En cualquier caso, no queda claro en qué se traducía exactamente la presunta educación que le daban a las ciudadanas. ¿Qué conseguían con ella, si no tenían posibilidades de ascender en la escala social, si las miraban como a sacos de óvulos, si no podían ser atendidas ni tomadas en serio por nadie, si eran inofensivas, en el término más peyorativo e insignificante de la palabra?
Es interesante cuando Pilar apunta que con ellas “sí tuvieron educación y posibilidades de promoción social”, y que con eso “había que darse con un canto en los dientes”. Es decir, que sentían que eran, de lo peor, lo menos malo. Mientras relata todo su ideario, consigue que el espectador se sienta culpable porque empieza a entenderla. Pero, ¿cómo comprenderla, si igualmente era una mano ejecutora del régimen; un tentáculo necesario para tener controlado a todo el país? Dice Capdevila que Pilar Primo de Rivera, “desde el retiro de la época final de su vida, nos pide desesperadamente ser entendida”: “No fue fácil, ni para las directoras ni para la actriz Consuelo Trujillo”, comentan las organizadoras. “Pero se nos impuso la necesidad de acceder al discurso de Pilar y darle destellos de memoria con estas cartas, revelando la historia de la mujer a la que miramos de frente”, sentencia Paula Ortiz.
Entender a Pilar
Pilar también convivió con el machismo a su manera: “Nunca he sido guapa. Ni me he esforzado en fingirlo, ni me ha gustado maquillarme ni coquetear con los hombres. No creo que eso sea obligatorio para sentirse mujer. A mis espaldas murmuraban de todo. No percibí nada parecido a un sueldo hasta después de la guerra. Llevé el mismo abrigo durante veinte años”. ¡Incluso se mostraba beligerante contra la casta, siendo parte de ella! “Todas teníamos que apretarnos el cinturón. Por eso el pueblo me quería. ¡Las que no eran ‘pueblo’…! Esas que se creían corte y no eran más que corte y confección. Yo sí me acostumbré a vivir con cierta sensación de provisionalidad”.
Cuenta Consuelo Trujillo que ella no comulga con las ideas de Pilar ni se siente identificada con su discurso: “No comparto su manera de ver el universo femenino, la sociedad y la política. Cuando me propusieron este proyecto me quedé un poco patidifusa. Pero enseguida me pasaron información y empecé a indagar más en el personaje”, comenta.
“No quería poner en el personaje la crítica que yo puedo tener hacia una época de la historia. Quería entenderla para transmitirla limpiamente. Para mí era importante comprenderla a la hora de interpretarla. Fui entrando en Pilar… me caló el poder ver que Pilar nació en una familia de líderes. Su padre fue un líder, Miguel Primo de Rivera, dictador después, su hermano fue fundador de la Falange y un cabecilla importante dentro de la guerra civil y la dictadura. Pilar nace en esa misma familia pero es mujer, y tiene la misma iniciativa de ser líder, de ir a la acción y cambiar el mundo desde su ideología”.
Una revolucionaria
Señala que lo tuvo “muy difícil”, porque “no pudo hacer política ni pudo liderar un partido político”: “A principios del siglo XX había toda esa explosión feminista, todo ese aperturismo, esa libertad sexual… se abre, se abre, se abre y luego llega el oscurantismo de los años 40 y 50 y aparece Pilar. La mujer se metió en casa para procrear, para ser una esposa fiel y una criada. Para arreglar las cosas de los hombres. Pilar fue una revolucionaria, aunque yo nunca diría las cosas que ella dice, que son tremendas”.
Recuerda que la mujer estaba “encerrada en el armario de la historia y era un armario que olía mal”. Piensa en su madre, que aún hoy le dice: “Yo me casé y no me sentí mal por dedicarme solamente a casarme...”. Consuelo le responde: “Tuviste suerte por estar con papá -mi padre era un hombre muy aperturista-, pero además no te abriste a otras cosas en el mundo… no podías desearlas porque no las conocías”. Llama a Pilar “pionera sin ideas progresistas” y por eso precisamente cree que es importante incluirla en esta reivindicación de la memoria. Juzguen ustedes mismos.