Francisco Franco fue el "Primer Periodista de España". O al menos así figuraba en el Registro Oficial de Periodistas; un nombramiento que se llevó a cabo con todos los honores en el Palacio de El Pardo el 20 de julio de 1949. El dictador recibió el título de manos del director general de Prensa con la sinfonía de los aplausos de los principales directores y figuras de los medios de comunicación del régimen. No se lo concedieron por sus artículos, sino por su trayectoria periodística de juventud en Marruecos y los discursos de la Guerra Civil.
Porque lo cierto es que muy pocos sabían que Franco vertía de forma ocasional sus opiniones más encendidas en las columnas de los periódicos. En concreto, 91 artículos salidos de la pluma del dictador fueron publicados en el diario falangista Arriba entre 1945 y 1955, más uno asilado en 1960. Ninguno de ellos fue a la imprenta con su nombre real; se ingenió tres seudónimos en función del tema que se abordase: Hispanicus (política internacional), Macaulay (asuntos nacionales) y Jakim Boor (masonería). Eso sí, los artículos tenían que aparecer en la portada del periódico.
Franco ya había sido un asiduo de la prensa durante su época en Marruecos, donde ejerció como director de la Revista de Tropas Coloniales, fundada en Ceuta en 1924 y conocida como África desde 1926 hasta 1936. Antes de la Guerra Civil, según indica el hispanista Paul Preston, el dictador leía diariamente los periódicos ABC, La Época y La Correspondencia Militar. Al término de la fratricida contienda, y desde la poltrona de jefe del Estado, comenzó con esas colaboraciones bajo los curiosos alias.
La mayoría de estos artículos los dirigió Franco contra quienes consideraba sus principales adversarios y, en consecuencia, los de España: los comunistas y los masones, a quienes criticó en el 60% de sus textos. "Esta conspiración conjunta de la anti-España era lo que se denominaba comúnmente contubernio, idea que acompañaría al dictador hasta el último de sus mensajes a los españoles", cuentan Juan Carlos Sánchez y Daniel Lumbreras, de la Universidad Carlos III, en su estudio Francisco Franco, articulista de incógnito (1945-1960).
Es en esa lucha propagandística donde adquiere un papel fundamental la figura (inventada) de Jakim Boor. Bajo esa careta, Franco acusaba a los masones de cometer determinados asesinatos o de ser los responsables de la inestabilidad política de varios países europeos. Sin embargo, son muy habituales los artículos de corte histórico en los que Boor narra las supuestas tropelías cometidas por esta "secta" en el pasado. Buena parte de ellos están centrados en la expansión y calamidades desatadas por la masonería durante el reinado de Carlos III, como el motín de Esquilache, la campaña contra los jesuitas o la infiltración en la Inquisición.
La extraña jugada
Aunque en la redacción de Arriba era un secreto a voces que detrás de estos seudónimos se escondía Franco —el dictador nunca acudía personalmente a entregar los artículos mecanografiados, que también pasaban por las manos de los censores—, el engañó sirvió con el resto de españoles. Su hija Carmen Franco recuerda en sus memorias esta discreción: “Yo me enteré un poco más tarde [de que era Jakim Boor]. No, no hablaba de eso. Hacía los artículos, pero yo creo que prefería que no se supiera que era él, por lo cual no hablaba de ello”.
Y está claro que Franco no quería que se descubriera su tapadera, sobre todo cuando se convirtió en tema de conversación en las altas esferas políticas, por un inverosímil movimiento que realizó en una ocasión. Según recoge el historiador Rogelio Baón en su obra La cara huma de un caudillo, "intentó el caudillo desvincular su personalidad de la de J. Boor por todos los medios y, sobre todo, por uno harto original: en una relación de audiencias celebrada por el Jefe del Estado, incluyó en último lugar a J. Boor , y así lo publicó la prensa. A esto se llama una autoaudiencia". Es decir, Franco se invitó a sí mismo a una recepción de militares y civiles que tuvo lugar en el Palacio de El Pardo.
Todos los artículos firmados con el alias de Jakim Boor y críticos con los masones se reeditaron en 1952 en un libro titulado Masonería, publicado por Gráficas Valera en vez de la Editora Nacional, como hubiera sido lógico, y al margen de los tentáculos del diario Arriba. En palabras del historiador Juan Pablo Fusi, esta obra era "incomprensible", como también que "un jefe de Estado de un país moderno, militar brillante y estadista cauteloso, tuviese una visión del mundo y de la política internacional basada en una formidable y obsesiva superchería: en la idea de que toda la historia contemporánea no era sino el resultado de una gigantesca conspiración masónica”.
Paul Preston, por su parte, suscita algún interrogante sobre la posibilidad de que Franco tuviese algún colaborador con el que pulir sus textos: “Los artículos estaban redactados en un estilo más desenvuelto que otros escritos y discursos contemporáneos del caudillo. Se ha sugerido que el amigo de Franco y escritor Joaquín Arrarás le ayudó a elaborarlos, aunque el estilo podría reflejar la falta de inhibiciones que prestaba a Franco el uso del seudónimo”.
El dictador dejó de escribir en Arriba una vez finalizó el periodo de aislamiento internacional de su régimen. El último artículo, a excepción del de 1960, se publicó en 1955, el mismo año que España entró en la ONU. No queda tan claro, por otra parte, los motivos que empujaron a Franco, que también fue guionista de la película hagiográfica del régimen franquista Raza bajo el seudónimo de Jaime de Andrade, a ponerse el disfraz de líder de opinión. ¿Lo hizo por puro entretenimiento o había una intención oculta? Quizás esa faceta de novelista durante su juventud decanten la balanza hacia la primera hipótesis.