En un escrito fechado en 1962, ya en la última etapa de su vida, el general Rafael Latorre Roca sintetizó sus postulados ideológicos y políticos elaborando una lista de elementos a favor y en contra de la dictadura franquista, un régimen que él mismo había contribuido a consolidar desde el día en que España se vio abocada a una guerra civil tras el golpe de Estado de Franco y compañía.
La conclusión resulta sorprendente teniendo en cuenta el rango y la importancia de Latorre Roca en el esqueleto del franquismo: "Si nos fijamos en el número de positivos y negativos (...) veremos que, en números, los primeros son menores que los segundos y en este sentido el resultado para la actual dictadura es fatal. Pero hay que dar valor a esos sumandos positivos y negativos; es entonces cuando el problema se complica de modo extraordinario, no para mí, que sigo pensando en la abrumadora mayoría cuantitativa de los sumandos negativos sobre los positivos".
Esa es la conclusión de un relevante general franquista sobre la dictadura personalista que encabezó Franco hasta el día de su muerte. A su juicio, pesaban mucho más "la inmoralidad y corrupción de que el régimen está rodeado" o "nuestra actuación en la II Guerra Mundial en la que Franco, pública y notoriamente, llegó a ofrecer a Hitler UN MILLÓN DE HOMBRES para defender Berlín si llegase a peligrar", que el anticomunismo del régimen o el respaldo que logró granjearse del Vaticano y de Estados Unidos.
Todas estas reflexiones las reflejó Latorre Roca en una serie de cuadernos que fue elaborando durante su vida y que ahora el doctor en Historia Jaume Claret ha editado en un volumen titulado Ganar la guerra, perder la paz (Crítica), en el que mezcla las memorias del general con precisos comentarios. Y como él mismo avisa, "este no es un libro más sobre la Guerra Civil y el franquismo: son las primeras memorias de un general integrado —con destinos y contactos relevantes— en la dictadura, pero contrario a la mayoría de sus principios y actuaciones".
Rafael Latorre Roca (Zaragoza, 1880-1968), voz autorizada del régimen pero rara vez citada, fue un militar de la rama de Artillería, seguidor de la doctrina social católica y partidario de un Ejército profesional y apolítico. Testigo del hundimiento de la Restauración, de la dictadura de Miguel Primo de Rivera y de la proclamación de la Segunda República, se acogió a la Ley Azaña y se dio de baja del aparato militar. Pero todo cambiaría el 18 de julio de 1936: apoyó la sublevación desde el primer momento, encabezando una de las columnas que ocuparon Navarra y el País Vasco, además de convertirse en el gobernador de Asturias tras su conquista y de Teruel al final de la contienda.
Un régimen corrupto
Resulta especialmente llamativo hallar en los escritos del período de guerra un insólito cuestionamiento de la violencia represora de los sublevados. "Se mató a mucha gente, demasiada, excesiva, a base de dicha justicia", dice en relación al terror azul; una justicia que "se llevaba a la práctica en forma poco cristiana y humana, realmente despiadada y para esto no hay razones que valgan tratándose de penas irreparables". Se revela Latorre Roca en una suerte de opositor a los fusilamientos a destajo en unos diarios crudos y sin censura, redactados probablemente sin la intención de que vieran la luz más allá de su despacho.
En los primeros compases de la posguerra se le nombró jefe de Artillería, para luego ser destinado al protectorado de Marruecos. Durante toda la II Guerra Mundial mantuvo una posición crítica con la germanofilia imperante en la España franquista y siempre rechazó cualquier tipo de intervención por considerar inevitable derrota del Eje. Y eso que el nuevo régimen estaba en deuda con el führer y sus aliados: "Sentaremos ante todo la afirmación, para mí axioma, que, sin la existencia de las dictaduras de Hitler y Mussolini, Franco no hubiera instaurado la dictadura, ni seguramente la Guerra Civil o pronunciamiento estallado", escribe.
En muchos textos, Latorre Roca despliega ácidos comentarios hacia Franco y su personalismo como líder inapelable: "Grave y gran error político, tanto porque para ello no estaba capacitado, cuanto por las responsabilidades de todos los órdenes que sobre él iban a recaer, incompatibles, en un todo, con la Jefatura de un Estado". Y no es menos crítico con otros generales como Mola, "un hombre de horizontes muy limitados", o Yagüe, Orgaz, Varela, etcétera.
Pero quizá lo más llamativo de las memorias de Latorre Roca, que acabó con una prebenda en la Confederación Hidrográfica del Duero, son las continuas menciones a una corrupción desbordante como elemento cohesionador del franquismo. Menciona ejemplos de militares africanistas, como Joaquín Ríos Capapé, que traficaban con bebidas alcohólicas, café y puros habanos desde el Protectorado de Marruecos o a esposas de generales haciendo caja con vales de gasolina con la permisividad y connivencia del Estado.
Pero esta podredumbre también afectó a la esfera más próxima del dictador: el yerno de Franco habría actuado como intermediario de unos vagones coche-cama para Renfe o de representantes de intereses extranjeros en España, según cuenta Latorre Roca. "Esta corrupción trajo consigo la consolidación del régimen y la hagiografía hacia la figura de Franco, pues vinculó el mantenimiento de intereses particulares a la supervivencia del franquismo y de su líder", escribe Jaume Claret.
Los diarios de Latorre Roca son el juicio contra un régimen a cuyo triunfo e implantación había contribuido desde una posición de poder, y los dardos personales dirigidos contra un Franco que "fracasó en la guerra, que debió terminar antes, y luego, rotundamente, en la paz, que no ha conseguido en ningún momento". No lo dice cualquiera.