"Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile... (...) Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos". Fue el último discurso de Salvador Allende, presidente elegido democráticamente por el pueblo chileno. El 11 de septiembre de 1973 varios oficiales de las Fuerzas Armadas se sublevaron contra el presidente, abriendo fuego contra La Moneda con tanques y francotiradores. Hacia las 15:00, el general Javer Palacios, encargado de la toma del edificio, se encontró con el cuerpo de Allende, quien supuestamente se había suicidado. "Misión cumplida. Moneda tomada, presidente muerto", comunicó.
A partir de entonces Chile se sumiría en una dictadura conducida por Pinochet que, como bien reflejaría el historiador Josep Fontana, "simbolizó, como nadie, la imagen del fascismo en América Latina". Durante los 17 años que duró su régimen reprimió a la población de tal manera que la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura contabiliza hasta 40.000 las víctimas de la dictadura. Su gobierno, pese a estar aislado por la mayoría de los países, defendió un neoliberalismo económico bajo los experimentos de jóvenes formados principalmente en la Universidad de Chicago, quienes implantaron las tesis de economistas como Milton Friedman o Arnold Harberger. De esta manera, 15 años después el dictador entregaba un país que tenía al 40% de su población en la pobreza absoluta.
Las peculiaridades del militar, el cual siempre resaltó su pertenencia al ejército, también destacaban en su vida privada. Tal y como escribe el periodista e historiador Mario Amorós, fue un oficial de ideas básicas y nítidas, con capacidad de mando, simulador, taimado, paciente, astuto, tenaz, implacable, desconfiado y supersticioso —"sagitario, signo de dominio", proclamaba en 1991 sobre su zodíaco—. Tampoco le gustaban las poesías: "Ni leerlas, ni escucharlas, ni escribirlas, ni nada".
Único viaje a España
El 25 de abril de 1974 llegaba a su fin la dictadura de Portugal después de la Revolución de los Claveles y España se convertía en el último aliado político de Chile en el continente europeo. Así, en un intento por estrechar lazos con la dictadura franquista, el 2 de julio de 1975, el embajador Francisco Gorigoitía se entrevistó con Juan Carlos de Borbón para comunicarle que Pinochet le invitaba a Chile el 11 de septiembre para el aniversario del golpe de estado. Amorós narra que la respuesta inicial del futuro monarca fue aceptar la invitación: "El príncipe respondió que, si por él fuera, viajaría a Chile de inmediato, pero que sus desplazamientos oficiales internacionales estaban regulados por el gobierno y, en última instancia, dependían de la voluntad del propio Franco".
La relación entre ambos dictadores era estupenda. Se enviaban cartas con asiduidad y compartían sus opiniones anticomunistas y nacionalistas. Su muerte el 20 de noviembre de 1975 le empujó a viajar por primera y última vez a España. "He decidido viajar a Madrid (...) a rendir homenaje a este guerrero que sorteó las más fuertes adversidades y también a entregar nuestros mejores deseos y augurios a la España de hoy, de mañana y de siempre", anunció Pinochet. Además del militar chileno, los únicos jefes de Estado que asistieron al funeral de Franco fueron el rey Hussein de Jordania y el príncipe Rainiero de Mónaco —también estuvo presente Nelson Rockefeller, el vicepresidente de Estados Unidos—.
En estos momentos Franco ha pasado a la historia, es un caudillo que nos ha mostrado el camino a seguir en la lucha contra el comunismo
Pinochet llegó a Barajas el viernes 21 de noviembre a las ocho de la tarde. Fue recibido personalmente por Juan Carlos, quien le abrazó al pie de la escalerilla. "En estos momentos Franco ha pasado a la historia, es un caudillo que nos ha mostrado el camino a seguir en la lucha contra el comunismo", le confesó en privado al heredero del dictador español. Pinochet asistió en el palacio de las Cortes a la ceremonia de juramento y proclamación de Juan Carlos de Borbón como rey de España con el nombre de Juan Carlos I. El dictador chileno fue vitoreado tanto por el público como por los militantes de la Falange, único partido del régimen.
Asimismo, durante su breve estancia, al dictador chileno le dio tiempo de visitar el Alcázar de Toledo y el Valle de los Caídos. Sobre este último, construido por miles de republicanos prisioneros, señaló que le gustaría que en su país se erigiera uno similar que le "recordara para la posteridad". El 24 de noviembre, tras abandonar el Hotel Ritz de la capital española, el rey Juan Carlos I despidió a Pinochet en el aeropuerto. El dictador quería acudir a la misa de coronación del nuevo rey español. Sin embargo, los gobiernos de Francia, Reino Unido y la República Federal Alemana amenazaron con no viajar a Madrid si Pinochet continuaba en España.
Caída y detención de Pinochet
"Corrió solo y llegó segundo". Así titulaba el diario Fortín Mapocho después del fracaso histórico del plebiscito que el propio Pinochet había celebrado el 5 de octubre de 1988. La transición a la democracia fue relativamente cómoda para el militar debido a la Ley de Amnistía, a través de la cual se podía amnistiar inmediatamente a cualquier militar acusado de violaciones de los derechos humanos.
En 1998 viajó a Londres de vacaciones con la seguridad de que no iba a tener ningún problema político o judicial. No obstante, no cayó en que un juez español, el mismísimo Baltasar Garzón, pudiera estar detrás de la detención del ex dictador gracias a su petición bajo la acusación de crímenes contra la humanidad.
Augusto Pinochet murió el 10 de diciembre de 2006 en el Hospital Militar de Santiago después de sufrir un paro cardíaco. Así, Chile ponía punto y final a una figura que todavía persiste en la mente y el recuerdo de muchos chilenos por el sufrimiento causado durante 17 años. Tan solo cinco semanas después del golpe de estado respondió en estos términos a la pregunta de cómo le gustaría que la historia le recordase: "Me bastaría con la calificación de hombre justo y patriota".