Javier Gomá viene a abordar, en su nuevo ensayo editado por Galaxia Gutenberg, un concepto fundamental desdeñado por la filosofía: la Dignidad. “Petrarca, en el siglo XIV, se encontró con que había muchos libros sobre la miseria del mundo y ninguno sobre la dignidad”, comenta el filósofo a este periódico. “La tristeza, la miseria, abundan por todas partes y basta con abrir los ojos. Pero para encontrar la dignidad hay que cavar. Esa dignidad carece de la evidencia de la tristeza y necesita sofisticación”.
Relata que cada período cultural se define por las preguntas que le son pertinentes, y que, desde Kant, la pregunta pertinente ha sido la crítica. “Tratar de desvelar la falsedad, la deslegitimidad de los discursos dominantes… es la filosofía de la sospecha. Y la posmodernidad, que critica los fundamentos de la cultura occidental e invita a su deconstrucción. Toda esta filosofía del recelo nos ha hecho extremadamente lúcidos para desenmascarar la opresión… pero necesitamos ver la dignidad”. Adelante.
¿Cómo podemos definir al hombre digno?
El hombre y la mujer tienen una cualidad que es la dignidad: los convierte a unos y a otros en acreedores frente a la humanidad entera. La humanidad les debe algo: un respeto. Si tuviera que definir qué es una vida digna, me voy al segundo capítulo del libro. “Vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta”. Esa es una manera de percibir, de intuir cuál es el valor inexpropiable de la dignidad de origen. Cuando nos toca la indignidad, es decir, la muerte como destino, tenemos que conseguir que los supervivientes sientan que con nuestra muerte el mundo se ha empobrecido, porque esa muerte nadie se la merece. Es una muerte inmerecida. Escandalosamente injusta.
¿Todo el mundo es consciente de su propia dignidad?
Hay que educarse para ser consciente de eso. De hecho, esa es una de las motivaciones para escribir este libro. Hay una razón particular, y es que cada escritor tiene su glosario de palabras, y en el mío, “dignidad” iba adquiriendo protagonismo. Otra de las motivaciones ha sido hablar de la lucha entre la miseria y la dignidad y la intención de dar razones para una vida digna de ser vivida. Frente a la miseria sobreabundante que nos hostiliza podemos encontrar espacios dignos en la vida. Y el proyecto de dignificación trata de insertarse en consonancia con una educación que también nos despierte el sentimiento de dignidad.
Consideramos que uno de los objetivos de la educación es formar profesionales, buenos periodistas, por ejemplo, que sepan ganarse la vida produciendo algo, una mercancía, una prestación sujeta a precio. Y eso es mucho: pero hay un reto todavía mayor, que es la creación, la formación de ciudadanos conscientes de su dignidad. La dignidad misma es un progreso. Va fluctuando a lo largo del tiempo. La dignidad estorba. Estorba al precio, a la rentabilidad. Es una dignidad abstracta, abstraída de las determinaciones antiguas de la cuna, la lengua, el sexo, el origen, el estatus social… la posee todo hombre y toda mujer por el hecho de serlo. Sólo hay una raza, que es la humana, y sólo hay un principio, que es la dignidad individual.
Comúnmente entendemos que la dignidad puede ser menoscabada por una pérdida de honor, por ejemplo, en el sentido bélico o estratégico, o por una pérdida de pudor físico, como en la prostitución. ¿Cómo lo ve usted? ¿Puede perderse la dignidad por estas razones?
Tal y como yo la entiendo, la dignidad se puede herir, o se puede atentar contra ella, o se le puede faltar al respeto… pero no se puede perder nunca. Es una condición inherente a todo hombre y mujer por el hecho de serlo. Ese hombre o esa mujer pueden tener un comportamiento abyecto o absolutamente indigno pero eso no menoscaba su dignidad. Hasta el peor de los delincuentes merece un respeto a su dignidad. Es acreedor de esa dignidad.
Suena casi religioso, casi cristiano, ¿no?
Sin negar que tiene una dimensión religiosa, lo vemos en la declaración universal de derechos humanos y en los preámbulos de las grandes constituciones modernas. En la europea, en la española, y en determinados principios que podríamos llamar cosmopolitas. Los estoicos también hablaban de un principio de humanidad. Luego era incompatible con que despreciaran al extranjero. Los cristianos también han hablado del valor universal de la dignidad, de ser ciudadanos del cielo, no de la tierra, siempre compatible con la pluralidad de dignidades. El cristianismo, durante mucho tiempo, ha vivido cómodamente con una pluralidad de dignidades, desde el imperio a la esclavitud. Y la dignidad abstracta que yo menciono en el libro es abstraída, como te decía, de la cuna, la sangre, la educación… y las creencias religiosas. Da igual el lugar de nacimiento, da igual el éxito o el fracaso, da igual que sea el inmigrante más precario o el hombre más poderoso del mundo. Todos tenemos, a efectos de dignidad, el mismo valor. Y esto es una conquista del siglo XX.
No obstante, socialmente e incluso institucionalmente no se trata a todo el mundo como si tuviese la misma dignidad.
Claro, nos quejamos, y con razón, del trato que gobiernos occidentales han dado a inmigrantes porque son contrarios a su dignidad. Son personas que huyen del hambre, de la muerte, de la guerra. Pero lo que quizá no acentuamos lo suficiente es que al escandalizarnos por el trato que los gobiernos dan a esos inmigrantes se está produciendo algo nuevo en la historia de la humanidad: estamos dotando al extranjero de una dignidad infinita. Da igual dónde hayas nacido. Perteneces a la raza humana y tienes una dignidad de origen inexpropiable e incanjeable. Todos los estados del mundo te deben algo. Los estados pueden regular leyes de ciudadanía pero no pueden ignorar el deber universal del respeto a la dignidad.
Las leyes hablan de dignidad pero, en la práctica, no se aplican según esos términos.
Es normal que haya una tensión entre los principios generales. Nos reconocemos una dignidad inviolable, pero la realidad es que esa dignidad inviolable se viola mil veces al día. ¿Significa que no existe una dignidad? No, sino que las violaciones a la dignidad pueden tener un efecto jurídico… lo propio de la ley es siempre la coacción, pero además las leyes tienen un efecto moral. Violar a una mujer en el siglo XXI y violarla en el siglo XVI es radicalmente distinto. La inmensa mayoría de las violaciones en el siglo XVI eran invisibles, porque formaban parte de un aparato de dominación que las ocultaba. Antes, incluso, las violaciones recibían otro nombre. Les pasaba a las esclavas, las siervas, las sirvientas: era un derecho del emperador, del señor o del señorito. La diferencia es que ahora a la mujer se le reconoce el derecho a la integridad de su cuerpo y a disponer de él. Ya no puedes violar sin envilecerte. Sin producir asco. Aquí el asco como progreso social. El asco incluso hacia ti mismo, si es que tu conciencia no está corrompida.
Eso que dices del derecho de la mujer de disponer de su cuerpo me lleva a preguntarme cómo interviene la dignidad en fenómenos como la cosificación o la hipersexualización femenina. La prostitución, por ejemplo, que comentábamos antes.
Yo insisto muchas veces en que la filosofía no tiene recetas, sólo enuncia principios que pueden iluminar a otros. La filosofía no te convierte en especialista en todas las cosas: tiene que haber un salto entre los principios generales y la ética aplicada, sino ser filósofo sería como resolver un crucigrama. No obstante, te voy a enunciar un principio general. Kant, que aludió a la dignidad, distinguió entre dignidad y precio. Dignidad es aquello que no puede sustituirse por algo equivalente, precio es algo que sí puede sustituirse por algo equivalente.
El delito esencial contra la dignidad es tratar a aquellos entes que tienen dignidad de la manera que solamente procede a aquellos que tienen precio. Sin duda hay una cosificación, una instrumentalización. La dignidad es lo que resiste. La dignidad resiste al interés general. La dignidad puede estorbar a las causas justas también. La dignidad resiste a las mayorías democráticas, incluso a la rentabilidad. La dignidad resiste a la felicidad del mayor número, al utilitarismo.
Ese principio que has enunciado toma sentido cuando pienso en cuestiones como la gestación subrogada, por ejemplo, o la bioética. Sin embargo, me surgen dudas con el aborto.
La cuestión del aborto presupone la respuesta a una pregunta previa, y es, ¿dónde reside no la vida, sino la vida humana? ¿Son vida humana los 48 cromosomas que existen desde el momento de la concepción? ¿Lo consideramos vida humana, y, por tanto, dotada de dignidad? ¿Abortar es equivalente a cortarse las uñas? Depende de dónde hagamos residir lo humano.
¿Qué hay de la eutanasia?
Sobre esto quiero decirte una cosa. En filosofía se ha establecido un principio general de la ética: la felicidad. La felicidad no es un principio ético lo suficientemente universal. Aristóteles dijo que la virtud aumenta las probabilidades de éxito, pero no garantiza nada. Hay situaciones en las que la probabilidad de ser felices está cancelada. Hay que tener mínimos de libertad, de prosperidad, de sociabilidad… para poder alcanzar el objetivo: la felicidad. El principio universal es el principio de la dignidad: en ninguna circunstancia, en ningún momento y en ningún lugar nadie te puede expropiar de tu derecho a vivir conforme a tu dignidad. Incluso en la cola para entrar en el crematorio tienes dignidad. La dignidad está vedada, la felicidad no. No tengo nada que objetar ante la muerte digna, pero sí es importante que ese que decide morir invocando el principio de dignidad sepa que podría seguir viviendo con dignidad. Quien opta por seguir viviendo no es indigno.
¿La dignidad es algo que desaparece cuando uno muere? ¿Existe la dignidad de los muertos?
Esta respuesta tiene dos dimensiones. Una de ellas es inmensa: parte de la pregunta de si continúa o no lo humano más allá de la muerte y si la historia de la subjetividad de la humanidad termina con la muerte o hay una continuación de lo humano. Otra cosa distinta que se ha planteado en algunos libros es si el cadáver es portador de dignidad o no.
¿Te refieres a la necrofilia?
Por ejemplo, o a si existe un deber de piedad respecto al cadáver. ¿O en cuanto muere se convierte en basura? Si ya no es un ser vivo…
Bueno, no sabemos explicar por qué pero sentimos que hay algo malo en desatender un cadáver aunque ya no podamos salvarlo. Quizá por lo del entierro digno…
Sí, pero, ¿qué caducidad tiene esa atención al cadáver? ¿Un día, diez días? Ya no estaríamos hablando de la dignidad individual que trabajo en mi libro. Es otra dignidad.
¿Los animales tienen dignidad?
Tienen relevancia moral. Sería distinto de la dignidad humana. Los animales no son acreedores de un comportamiento por parte de los hombres, pero tienen relevancia moral, como, por ejemplo, Las meninas. ¿Podemos destruir Las meninas de una manera completamente ajena a la moralidad? No, pero eso no significa que tengan dignidad tal y como la defino yo en mi libro. Hay una literatura que habla de la dignidad de la tierra, la de los animales… y que critica a veces con amargura el antropocentrismo, que qué manía con pensar que los hombres somos especiales, que en lo fundamental nos parecemos a los monos y a las lagartijas… mi intención no pasa por ahí, sino por, de forma asumida y antropocéntrica, enaltecer la dignidad distintiva de lo humano. Es incanjeable. Es inexpropiable. Es distintiva.
¿La dignidad es graduable? Quiero decir: ¿todos tenemos la misma dignidad o puede irse perdiendo por los actos viles?
La dignidad no es graduable, es infinita. Hay una dignidad práctica en tu comportamiento, claro, pero no afecta a la dignidad absoluta. Hasta Kant ha habido autores que invariablemente responderían a tu pregunta diciendo “sí, sí hay gente con más dignidad y son los que corresponden su comportamiento práctico con su dignidad de origen”. Pero eso sería un concepto aristocrático de la dignidad. Un “la dignidad es para los mejores”. La verdadera creación cultural y colectiva del siglo XX ha sido esta: la dignidad abstracta dentro del propio comportamiento. Da igual lo que hagas o no hagas, tienes una dignidad infinita. Hasta el peor de los delincuentes la tiene. Ese es un hallazgo genial.
Pero, en ese caso: ¿no es injusto para los que mejor se portan? Es decir, una persona vil puede decir: ¿para qué voy a comportarme conforme a mi dignidad de origen si, total, finalmente voy a tener la misma dignidad que una persona buena? Sale gratis la maldad en términos de dignidad.
No es poco envilecerte ante tu propia conciencia. La propia conciencia hace que tú sientas que tu vida es digna de ser vivida o hace que te produzca asco. Y no es poco eso. En todo caso, digo que todos poseemos dignidad y que eso merece un respeto, pero eso no significa que automáticamente uno tenga derecho a todo. Para mí es crucial la importancia de tu propia conciencia y la imagen que uno tiene de sí mismo -luminosa o asqueante-. Eso la dignidad de origen no lo ignora, pero luego, cada uno con su comportamiento tiene lo que merece.