Sara Torres Marrero -más conocida como Pelo Cohete- no ha sido el gran amor de Fernando Savater: aún es su más enorme y terrible amor, su amor imprescriptible, su amor doloroso y único que desafía a la muerte. 35 años juntos. Ella se marchó hace poco y a él se le apagaron las luces. Ojalá encontrarse también en la próxima vida -para tomar un café, para sorprenderse de nuevo, para entregarse con todo- pero el filósofo no cree en eso. Ya esta ocasión fue muy hermosa. Radicalmente afortunada, radicalmente edificante e inspiradora. Sin embargo, nunca suficiente. Jamás les dio tiempo a ir a todos los sitios que soñaban. Jamás se agotó su curiosidad mutua.
La mayoría de seres humanos se van de este barrio sin haber experimentado nunca un vínculo como el que el escritor relata en La peor parte (Ariel). Después del amor no hay nada. Uno se queda hueco. Exhausto. Mutilado. Errático. Vulnerable como un niño, de nuevo, pero mucho menos valiente. Después del amor no hay vida. Quizá sólo quede eso de lo que hablaba Umbral en Mortal y rosa, "un universo fluctuante, como dicen que es Júpiter".
¿Cómo saber por qué ama uno a alguien; cómo intelectualizar esa sensación devastadora y creadora al mismo tiempo? Lo explica muy sofisticadamente Savater: resulta que no es explicable. La única idea aproximada es la que ya ofreció Montaigne respecto a su amistad con De la Boétie: "Porque él era él, porque yo era yo". La alegría, ya está claro, era eso que reconocemos por el ruido que hace al marcharse. Hablando con el escritor -que permanece en el mundo noqueado como un boxeador, pero aún agudo, aún cálido- uno le entiende hondamente. Le ve reír y llorar en cuestión de un minuto, saltando de recuerdo en recuerdo. Y le entiende.
¿Qué es el amor?
Es algo que conoces cuando te está pasando pero no es fácil explicárselo al vecino. Cuando a San Agustín le preguntaban qué era el tiempo, decía “si no me lo preguntas lo sé, pero cuando me lo preguntas, ya no lo sé”. Sólo lo identificas cuando lo tienes. La descripción es impresionista. Sólo sé lo que no es: no es un amorío de fin de semana (hay amoríos de fin de semana que duran años). No, no. No es lo prescindible. Si puedes prescindir de ello, no es amor.
Decías en el libro que si, al perder ese “amor”, sientes una desazón que se va al poco tiempo, no era amor, sino amor propio.
Claro, claro. Uno a veces cree que tiene amores todos los meses y que son inolvidables, pero cuando llega el amor de verdad entiendes rápidamente que no, que es otra cosa.
¿Y el sexo, qué es?
El sexo está muy bien, es estupendo, es como la gastronomía, como el surf. Es agradable y estoy a favor, pero si el amor se redujera al sexo sería estúpido y sería facilísimo. Pero no: el sexo no te saca del agujero. El sexo es decorativo, pero no te justifica la vida.
Pero, ¿cómo se relacionan el sexo y el amor? ¿No es necesario el sexo para el amor?
No. Bueno, si tú amas a una persona y además tienes una estupenda relación sexual con ella, y además ella hace unas paellas maravillosas… todo es a favor, ¡mejor!, pero el amor no consiste en esas cosas. Aunque tu pareja no sepa hacer paella y aunque pienses que sería mejor hacer el amor con no sé quién, no importa. El amor no es transitorio. El sexo sí.
¿Cuál es el gran síntoma con el que uno reconoce que está enamorado?
Esto de “reconocí la alegría por el ruido que hizo al marcharse”. Pues igual: reconocemos el amor por el ruido que hace al marcharse, o al acabarse. Es de esas cosas que mientras las estás disfrutando no sabes lo que son, pero cuando se van es como si tuvieras las luces apagadas.
¿Crees que has sido consciente sólo ahora de que estabas enamorado?
Sí, sí, claro, si no, a santo de qué habría escrito ese libro. El libro es eso: una declaración de nostalgia.
Es curioso eso, ¿no? Que haya tenido que pasar algo tan tremendo para que llegue la consciencia.
¡Claro…! Es que cuando la das por segura… parece que “bueno”. Sí, estás enamorado, pero, ¡en fin!, te molestan un poco cosas, y detalles. Hasta que realmente se pierde ese objeto del amor y te das cuenta de que con todo lo que tenías en contra y contra las discusiones, era eso lo que le hacía a uno vivir.
Hablas en un momento del espacio. Del saber darse espacio. ¿La convivencia acostumbra a matar al amor?
No, no. Nosotros convivíamos y vivíamos casi maniáticamente el uno para el otro. Pero es verdad que el hecho de que yo viajara mucho, o de que tuviese la casa en Madrid y la de San Sebastián… hacía que nos reencontráramos con mucho gusto. Nunca estábamos quince días separados. A veces el airear un poco el amor y darle escenarios distintos ayuda, sí.
¿Crees en la monogamia? ¿Es posible ser fiel a alguien toda la vida?
¡Bueno! Fiel toda la vida… si te da por ahí (risas). Eso es un capricho. Lo que no es es obligatorio.
Decías que la fidelidad es una "fea superstición".
Y sobre todo una superstición triste. Es algo triste, la fidelidad. “No voy a volver a tomar huevos fritos en mi vida”, ¡oye, pues toma huevos fritos, no pasa nada, pero para qué ponerte barreras…! No tiene ningún sentido.
Sin embargo, en España hablamos de “relación abierta” y sigue pareciendo como algo muy moderno, por no decir muy díscolo. Parece que la gente prefiere tener una relación cerrada y engañar a su pareja.
¡Hombre! Lo que está mal es utilizar esas relaciones personales para castigar o humillar al otro. Eso no está bien. Hay gente que lo que hace es utilizar otras relaciones para vengarse de la persona con la que está, y eso es terrible, y es insano. Pero lo malo ahí no es la infidelidad, sino la humillación pretendida.
¿Ella hubiera perdonado tus infidelidades si las hubiese sabido?
Nunca se preocupó por las infidelidades, sabía que la amaba sólo a ella.
El amor romántico es el único amor, quien diga que no, que se vaya a tomar por culo
¿No le importaba, crees?
Cuando nos conocimos, los primeros años… yo no me terminaba de comprometer con ella. Ella sabía que yo tenía cuarenta cosas, pero no se preocupó nunca. En cambio, a veces, una mala palabra o un gesto… a eso sí le daba importancia. Un día que tenías que haberte acordado de que era una fecha importante, por ejemplo. Eso sí le sentaba mal. Pero lo de “oye, que has mirado a Pepita…”. Qué va.
Siempre nos da miedo que nuestra pareja tenga sexo con otras personas quizá no por el propio sexo, sino por si acaso se enamora. Por si se expone al amor a partir del otro cuerpo. Por si de repente lo físico inspira algo más.
Sí, pero eso depende de las personas. Ella me conocía lo suficiente para saber que a ella yo le tenía un amor que no tenía mucho que ver con que me gustara… (chasquea). En cambio, probablemente, si ella me hubiera dado muchos motivos de celos, hubiera estado mucho más justificado, porque estoy seguro de que si ella se hubiera ido con un tío a la cama no habría sido sólo por sexo, sino porque le gustaba algo más. Mientras que para mí era una cosa sin más, ni me acordaba de si se llamaba Pepita o Juanita. Pero en su caso ella hubiera sido incapaz de hacerlo si la relación no hubiera tenido cierta seriedad.
Te habrías preocupado ahí.
Sí, ahí me habría preocupado. Nunca me dio razones, pero me habría preocupado.
Hay una reflexión muy peculiar que haces en el libro: dices que su amor te daba fuerza para tener relaciones sexuales con otras. Y que ahora que ya no está ella, no tienes ninguna. Con ella se fueron todas.
Completamente. Desde que no la tengo a ella, ya no tengo ni el revulsivo de irme con ninguna. Me gustan las mujeres, siempre me han gustado, y los chicos. Pero no, ya no… es como si se me hubiera estropeado el estómago y antes me gustara mucho la fabada. Ahora no me metería una fabada, qué tontería. Es igual. Me ha vaciado las fuerzas. Ella era el motivo, el apoyo que tenía en el mundo, y ahora todo me parece dificilísimo. ¡Coger un taxi…! Me parece que me hubiera llevado la vida.
Total: que no te habrías puesto celoso si ella se hubiera acostado con otros hombres.
Probablemente me habría puesto celoso, pero ella nunca me puso a prueba. No sé si habría reaccionado bien. Ella no tenía celos maniáticos ni yo me pasaba la vida restregándole nada por las narices, ni mucho menos. Hay cosas que son de mal gusto. Toda la sinceridad… ¿hay que contar con pelos y señales todo lo que uno hace? Mira, no, hay que hablar de cosas agradables.
Sabes que ahora está un poco de moda denostar el amor romántico.
Lo he oído, quizá por eso este libro. No es que sea una defensa del amor romántico, es una defensa del amor, que siempre es romántico. ¿Que no existe el amor romántico? Váyanse a tomar por culo…
Qué otro amor habrá si no.
¡Eso! Qué otro amor. ¿Qué va a ser, un amor práctico, es un amor mecánico? No hay más amor que el romántico.
Pero, ¿sientes que hay toxicidades que hemos arrastrado a lo largo del tiempo y que podríamos eliminar de nuestras relaciones?
Sí, pero eso no tiene que ver con el amor. Quiero decir: si el hombre tenía derecho a pegarle todas las semanas una paliza a la mujer… claro, es horrible, pero eso no tiene nada que ver con el amor.
A mí me gustaban las mujeres guapas; pero a las inteligentes les gustaba yo
No, pero me refiero también a lo que hablábamos: a la posesión, al sufrimiento exacerbado…
Es verdad que el amor te convierte un poco en el otro. Por eso, cuando ves que la persona amada se muere, no es que digas “se está muriendo”, es que dices “me estoy muriendo yo”. Mueres con ella, en parte. Compartes la muerte con alguien. Por eso cuando estás vivo sientes que si no controlas de alguna manera a la otra persona tampoco te controlas a ti mismo. Ahí sí que es verdad que hace falta tener un poco de sentido. Hay que decirse: “Sí, yo estoy enamorado de una persona, pero esa persona es ella, no soy yo en el sentido estricto y literal, no puedo manejarla”. Es complicado. Todos los sentimientos pasionales son difíciles de gestionar. Es que el amor te compromete, y el amor es toda tu vida. El amor tiene un elemento trágico. Aunque sólo sea por una cosa evidente: todos los amores acaban trágicamente.
¿Existe el poliamor?
No creo que exista, como no existe la pluripersonalidad. Los esquizofrénicos creen que son dos, pero… (ríe). No. Tú puedes tener afecto por mucha gente, ¡ahora! El amor, como eres tú mismo en otro, como es un alma en dos cuerpos…
Tienen que ser siempre dos cuerpos.
Yo creo que sí, pero tampoco me atrevo a decirte… hay gente tan rara en el mundo… no creo, no me parece creíble.
Aparte de lo que hablábamos del tema sexual, ¿hay cosas de ti que no le contaste nunca a ella?
Sí, hay cosas que no le contaba.
¿Me las vas a contar a mí?
No, no (ríe). No creas que eran cosas muy llamativas. Pequeñas vergüenzas que no te gusta revelar. Cosas que me parecía a mí que podían menoscabar el afecto o la buena opinión que ella tenía de mí. Yo quería presentarle mi mejor lado.
Es hermoso que eso se mantenga tanto tiempo: eso de seguir gustando al otro. Esa intención de agradar.
Sí, efectivamente. 35 años… nunca tuvimos la sensación de “qué barbaridad, aquí seguimos”. Todo era “¿ahora qué hacemos, a dónde vamos?, no nos va a dar tiempo a hacer esto”.
¿Cuánto hay de componente químico en el amor?
Yo soy de letras. Algo… hay unas afinidades físicas. O sea: hay personas de las que te gusta hasta cómo arrugan la nariz. Cualquier cosa. Mientras que otras veces te molesta todo. Edgar Allan Poe contaba cómo a uno le puede volver loco de indignación cómo alguien se rasca la cara. Otras veces todo te gusta: los gestos, la forma de fruncir el ceño. A mí me gustaba verla vivir. Nada más que verla vivir. Me gustaba mirarla.
Hay un momento en el que hablas de su inteligencia. Me acordaba de algo que decía Fernando Fernán Gómez: que él no quería a una mujer culta como novia, que como mucho la querría como maestra. Prefería a una mujer bella como pareja.
Yo, biográficamente, me he movido entre las mujeres guapas y las inteligentes. Las mujeres guapas son las que me gustan a mí y las inteligentes, con un poco de suerte, son a las que les puedo gustar yo. Cuando encuentro a una que es guapa e inteligente no la suelto (ríe). Sí, es verdad que son cosas distintas. Toda la vida me han preguntado que cómo me gustan las mujeres y yo siempre decía que rubias, sería por aquello de Brigitte Bardot o Marilyn Monroe… pues todas las mujeres de mi vida han sido morenas.
¡No se puede hacer ningún plan en esta vida!
Ninguno (risas). Todas morenas.
¿Y la cuestión ideológica, afecta al amor?
Hombre, no sé, si has estado quemando judíos en un campo de concentración para iluminar el jardín, igual sí, me costaría un poco. Pero no creo que por ideas, sin más... de hecho, Sara y yo compartíamos los temas esenciales de la democracia pero luego teníamos muchas opiniones distintas. Eso nunca te lleva a despreciar al otro y a decir “este tío es un monstruo”. Si es un enfrentamiento ideológico tremendo -cosas que afectan mucho a la vida- me imagino que sí.
Me llamó la atención el tema de que ella perteneciera a ETA.
Bueno, yo he tenido muchos amigos etarras, Jon Juaristi, Patxo Unzueta… muchas personas que después han sido muy respetadas fueron etarras en un momento determinado. No es que sólo dejaran ETA como hacen muchos ahora de “ahora no toca matar, toca otra cosa”, no, no: ellos se convirtieron en defensores de la democracia y en luchadores por la democracia. De alguna manera, Sara no sólo dejó ETA (estuvo en la época del franquismo, con 17-18 años), sino que se convirtió en una gran luchadora contra ETA.
¿Crees que si no hubieras conocido a Sara, habrías amado de la misma manera a otra persona?
Eso lo pienso a veces, ¿eh? Y me parece imposible. La respuesta auténtica es que no lo sé, pero a mí me parece imposible que con otra persona hubiese podido tener todo lo que he tenido con ella. Te confieso que no me lo puedo imaginar. Lo que he sentido por ella…
Decías que el amor se caracteriza porque es insustituible.
Sí, sin duda. El amor es hacer insustituibles a las personas. Como una madre con un niño pequeño. Uno dice: todos los niños pequeños son iguales, ¿no?, todos se parecen a Churchill (ríe). Pues no. No son iguales. El amor los hace distintos.
¿Podemos querer a alguien si no es por lo que nos da? ¿Hasta qué punto somos utilitarios cuando amamos; podemos amar, de verdad, desinteresadamente?
Entiendo… pero el hacer cosas por la otra persona en el amor da mucho placer. Una de las cosas que más placer da es saber que algo le va a gustar al otro. Acertar. Esto de “ya sabía yo…”. Yo me he pasado la vida pensando en pequeñeces para sorprenderla, y cuando atinaba, me sentía feliz. Cuando amas eres muy exigente y eres muy vampiro, y quieres que el otro esté feliz. Cuando amas te encuentras más desamparado. Yo me siento vulnerable. Me duele la cabeza y pienso: ¿quién me va a salvar ahora? Ahora me aterra cualquier cosa. Sin ella. También sufría con ella, cuando le veía una lagrimita en la cara. Eso me ponía totalmente descontrolado. Verla sufrir durante nueve meses y no poder hacer nada. O peor: intentar hacer cosas para alegrarla y equivocarme en todo. Eso fue… (chasquea).
¿El amor estable, en ámbitos artísticos, hace que el creador sea menos prolífico o menos genial? ¿La monogamia diluye la ficción, por ejemplo, o disminuye el carácter de una obra? ¿El amor aplatana?
Si estás enamorado la genialidad no te importa nada. A mí me llegan a decir “usted va a vivir sin amor, pero con esa falta de amor va a inventar mundos y va a ser un genio, va a tener veinte premios Nobel seguidos”... Pues no, gracias.
Prefieres el amor a la gloria.
Sin comparación.
Hay veces que se ha criticado a mujeres por decir que querían igual a su marido que a sus hijos. Siempre se espera que el amor a los vástagos sea el más inmenso. ¿Qué amor te pesa más?
Los amores familiares están muy bien pero son fruto de la necesidad. Aristóteles decía que todos los padres quieren más a sus hijos que los hijos a sus padres. El padre ve en el hijo una obra suya. Pero el hijo ve al padre como a una necesidad: “Este señor me ha tocado…”. El amor en sentido erótico es el amor que uno elige. La otra persona no sólo encarna tu ideal sino también tu libertad, y eso lo hace especial.
Hay una sensación angustiante en el libro, y es que es una despedida total. De la escritura y de la vida.
Pues sí.
¿Has pensado en el suicidio?
Esa idea la tuve al principio. En los últimos meses, cuando estaba Sara enferma, yo pensaba “tengo que durar hasta el final, no la puedo abandonar, mientras ella viva, tengo que estar aquí”. Pero ya después me siento completamente libre. No es sólo que haya pensado en suicidarme, que también, es que directamente pensaba que me moriría. Me tranquilizaba pensar que no iba a tener que vivir sin ella.
Si ahora que ha muerto mi mujer regresa ETA y me mata, me hace un favor
Pero has sobrevivido.
Sí. Claro, y eso me da un poco de vergüenza, te advierto.
¿Por qué vergüenza?
Claro, porque digo “¿qué hago yo aquí, en esta rutina, por qué sigo…?”. Pero pienso: “Si me muero, ¿quién se acordará de ella?”. Ella no tenía familia, tenía algunos amigos… y pienso que si muero yo, su recuerdo desaparece. Eso me parecía que era una segunda muerte, y este libro venía a intentar compartir su recuerdo para que más gente lamentase no haberla conocido. La única tarea que tengo en mi vida es recordarla. Lo único que hago es recordarla. Y, por supuesto, no me considero vivo. Considero que estoy sobreviviendo.
Y tú no crees en que haya nada más después. En que haya otra manera de encontrarse.
Me temo que no. Si hubiera una manera de encontrarse, no estaría yo aquí hablando contigo. No creo que haya, no. Sería bonito…
A lo mejor te ha apetecido creer en dios.
En dios como lo imposible, sí. Esto de rezar me es absurdo… es ridículo. Pero ojalá un dios que fuera lo imposible, que hiciera que lo que haya sido no sea, que lo que murió, resucite. Ojalá creer en el dios de lo imposible. Sería una ventaja. Desgraciadamente, no lo he conseguido.
Y cuando mueras, que esperemos que sea dentro de mucho tiempo…
(Interrumpe riéndose) ¡No, no, tampoco exageremos! Eso es como decía Borges cuando una periodista le dijo “usted no va a morir nunca”. Él saltó: “Bueno, no nos pongamos pesimistas” (ríe). Pues eso. Me moriré, pero igual tú prefieres que no sea esta tarde.
No, no. Me muero yo detrás.
Te mejora el artículo (risas).
Te quería preguntar: ¿qué has pensado sobre ese momento, te gustaría escribir tu lápida?
No, no. La única muerte que cuenta para uno es la muerte de los demás. Como dice Woody Allen: “No es que me preocupe la muerte, pero me gustaría no estar ahí cuando llegue”. La muerte verdadera es la muerte del otro, del que tú quieres. La otra muerte no ocupa un lugar en tu vida, sólo es el índice de tu vida. La muerte que está dentro de tu vida es la del otro. Esa muerte ya la he pasado. Hace año y medio me encontraron un tumor en el recto, afortunadamente en fase inicial. El médico un día me dijo “te veo muy tranquilo”. Y yo le dije: “Es que uno está intranquilo cuando espera que le ocurra una desgracia, pero a mí ya me ha pasado”. Claro que puedo tener molestias, pero la gran desgracia ya la he pasado.
Ya no tienes miedo físico.
No. Nunca he sido espantadizo, ni en la época de ETA, pero si me dices que regresa ahora ETA y me pega un tiro, me hace un favor. No me preocupa en absoluto.
¿Qué opinas de la eutanasia?
Pues habiendo conocido el caso de Sara sé que por intentar tantas cosas, y por querer aplazar… probablemente la hice sufrir innecesariamente un montón.
También hablaba de uno mismo.
¡Eso es suicidio, vamos a llamar a las cosas por su nombre! El suicidio asistido o sin asistir es el único delito que si te sale bien, no te puede culpar nadie (ríe).
Filosóficamente, ¿lo condenas?
A mí por qué me va a parecer mal… hombre, no, lo que me parece mal es que hay como un pudor. De los menores de 30 años, el suicidio en España es una de las causas mayores de muerte, más que la carretera. Y sin embargo aquí nadie se suicida. Todo el mundo se muere de otra cosa. No, hombre, no. Cada uno sabrá. Uno tiene derechos. La vida es de uno.