Leo Nucci ha dicho adiós a Rigoletto este viernes en la Scala de Milán después de haber interpretado la ópera de Verdi, para muchos "la más perfecta" del compositor italiano, 550 veces en 46 años.
Lo ha hecho con una actuación magistral a sus 77 años, acompañado de un puñado de jóvenes de la Academia del Teatro de la Scala, que han compartido tablas con el último barítono que se fundió con la partitura: "El personaje ha evolucionado conmigo. Somos el resultado de nuestra historia, de nuestros valores, y esta historia no puede separarse de lo que hacemos en el escenario", dijo algunos días antes de cortarse la coleta.
Nació en 1942 en una localidad cercana a Bolonia y hace una década encendió el Teatro Real. Las crónicas hablan de una catarsis en la que tanto el público como el coro pidieron un bis. Era el primero de la historia del teatro, Nucci se elevó sobre las tablas de Madrid tras interpretar el dueto Si vendetta, tremenda vendetta con Patrizia Ciofi. Volvió a cuajar la composición en 2015 con la soprano Olga Peretyatko y desde entonces la ciudad le cuelga de la garganta. "¡Qué locura, la de Madrid, qué locura!", repite al recordar los dos hitos.
La primera vez que cantó como solista fue en el 73, después de haber participado en coros algunas temporadas. "Hice de Figaro en El barbero de Sevilla, de Rossini". "Los años pasan inevitablemente", reflexiona sobre la retirada. "Siento una responsabilidad enfrentándome al publico: por mí mismo y por lo que he conseguido a lo largo de mi trayectoria".
A punto de cumplir los 80, Leo Nucci dice que el mejor recuerdo que tiene del Rigoletto es el primero. "Lo preparamos en dos días. En el coro de Parma venía el padre de Luciano Pavarotti, Fernando". Sintió la presión de Verdi. "Me decían que con esta obra no se bromeaba. Al final salió bien. El organizador, Ottaviano Bizzarri, me dijo que algún día lo haría tan bien que lograría un bis en la Scala. Y así fue", recuerda.
"Entrar en Rigoletto"
Durante este tiempo Nucci ha conseguido "entrar dentro de Rigoletto", cortarlo en capas, tomar perspectiva, profundizar. "He buscado probar sus emociones y su sufrimiento: ahora cuando entro en escena me siento Rigoletto y es algo especial. Muchas noches siento dar en la diana, reconstruir lo que quiso escribir Verdi".
De Rigoletto, dice, se pueden sacar algunos valores para pasar el trago de la experiencia, de la realidad. La ficción actúa también aquí como báculo, respaldo, cojín. "Cuando nos quejamos...", plantea el problema. "El asunto de quejarse, de maldecir por todo...", abre la autopista que dejó iluminada Verdi: resistir, a fin de cuentas. "¿Cuántas veces culpamos de lo malo que nos sucede a los otros? ¿Cuántas veces no nos hacemos responsables de nuestros propios actos?", reflexiona.
El fin de su idilio con la obra de Verdi tenía una ristra de metáforas flotando en la Scala. El más evidente: la presencia de los alumnos. "Siento el deber de dar ejemplo a los jóvenes en un contexto en el que los ejemplos parecen olvidados". Este viernes dejó de intrepretar a Rigoletto, el héroe al que ya le ha buscado otro hermano. "Creo que Luca Salsi lo hará muy bien. Es el que más quiero y aprecio de todos los intérpretes". Pero no lo tiene tan claro. "Conociéndome, no descarto pensar en volver", dice el hombre del medio millar de rigolettos.