Es austríaco, reside en Francia. Lee a Fray Luis de León. Y a María Zambrano. Dice que vivió momentos místicos en Ávila, en Segovia y Linares. Vino a España en 1989 y aquí se inspiró para escribir Ensayo sobre el cansancio. No cree que exista algo como el “alma española”: él apuesta por el alma universal. “Existen versiones, las versiones son hoy las cosas más importantes. No soy un autor internacional, creo ser un autor universal, con mi versión. Mi versión es la lengua alemana”, explicó en una ocasión a este periódico. “Estoy en contra de los superlativos. Me gustan todos los lugares españoles en los que he estado”.
Es una rareza, Peter Handke, en muchos sentidos, y no porque haya recibido hoy el Nobel de Literatura más polémico de su historia -uno doble, que viene de las manos de una institución salpicada por un escándalo de abusos sexuales-. Es una rareza porque, como señaló la Universidad de Alcalá, que hace un par de años le nombró Doctor honoris causa, “va en contra del mercado literario universal”: “Es uno de los pocos escritores en lengua alemana que ha escrito sobre España y mucho, en más de una docena de libros”. Aún más: es de los pocos escritores de alguna lengua que ha pateado España. Que la conoce paso a paso. Cree que nuestra geografía es la “utopía de una sociedad fraternal”.
Su vida y su literatura -¿no es lo mismo?- están marcadas por el suicidio de su madre en 1971. Por aquel trauma parió Desgracia impeorable. Tampoco le ayudó a alzar el vuelo la experiencia severa de estudiar la secundaria en un internado. Se siente discípulo de Goethe, de Kafka o de Ludwig Hohl, sin desdeñar sus lecturas hambrientas de Dickens o Balzac. ¿Ellos lo salvaron, alguien puede salvarle aún? En la prensa le dibujan escéptico, hastiado, agotado de no se sabe qué: quizá de todo. Como escribiría Ray Loriga, Handke es un Cristo sujeto a un solo clavo. Habita el mundo con una calma que se parece mucho al desapego. Cuando era joven se hizo popular gracias a su teatro de vanguardia -ojo a la polémica Insultos al público y a la pieza maestra El pupilo quiere ser tutor-.
En 1966 escribió su primera novela, Los avispones. Su residencia en París le zarandeó la literatura, le cambió el pulso narrativo: se despidió de su mujer en un libro llamado Carta breve para un largo adiós -otro tren que se iba-, empezó a ganar premios prestigiosos y viajó al norte de EEUU para conocer América, a su juicio, influencia inesquivable para todos nosotros, el resto del mundo. Por aquella travesía escribió Lento regreso, en 1979, y su mirada literaria volvió a dar un volantazo.
Sus polémicas ideológicas
En Salzburgo arremetió contra el crecimiento de la extrema derecha y decidió irse de allí cuando los medios publicaron que su presidente Kurt Waldhem había sido oficial nazi. En los noventa se opuso a la OTAN, le acusaron de apoyar la causa serbia -él lo negaría radicalmente: más bien se negaba a criminalizar a un pueblo, “hay que castigar a todos o a ninguno”- y conoció el boicot en sus carnes en 2006, al recibir el Premio Heine. Tras la tormenta escatológica por su suerte de posicionamiento político, acabó renunciando al galardón y escribió al alcalde de Düsseldorf, el democristiano Joachim Erwin, que no estaba dispuesto a soportar "ver" su obra "sometida una y otra vez a los insultos plebeyos de semejantes políticos". Muchos creadores salieron en su defensa. Ahí Wim Wenders, Patrick Modiano o Elfriede Jelinek.
En realidad la gota que colmó el vaso de su reputación, más allá de sus declaraciones, fue eso de asistir al entierro de un criminal de guerra como Slobodan Milosevic en 2006 y dedicarle unas palabras. Lo pagó caro. Aquel gesto casi le borra del mapa literario. Se convirtió en un apestado. Como escribiría el poeta Félix Romeo en Letras Libres, “dejó de ser un escritor para ser el exegeta de un tirano, un tirano que había sido detenido, que sería juzgado, que murió en prisión en lo que al principio parecieron extrañas circunstancias pero que más tarde dejaron de serlo”.
El crítico literario Ignacio Echevarría, por su parte, diría de él en 2012: “La causa de Handke no es la de Serbia. Ni siquiera es la del pueblo serbio, con el que se solidariza. Es la de quien –como Karl Kraus hace ya tiempo, como Rafael Sánchez Ferlosio ahora mismo– reconoce en la guerra 'el veneno de las palabras' e impugna la perversa alianza del periodismo y de las bombas, consumada en nombre de la humanidad”. Las reflexiones del propio Handke sobre el tema las recogió -sin hablar ni una vez más sobre ello- en Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia (1996) o Apéndice de verano a un viaje de invierno (1996).
Regreso al redil
Lo cierto es que su ostracismo se ha ido diluyendo en los últimos años. Su malditismo se ha ido difuminando. Sin ir más lejos, en 2017 recibió el Honoris Causa por la Universidad de Alcalá y ahora abraza el Nobel de Literatura: casi nada. Por cierto, otra de sus facetas reseñables es la cinematográfica. Después de que la Academia premiase con su galardón a un músico como Bob Dylan, de alguna forma, el premio de Peter Handke también puede considerarse un homenaje a un cineasta. Handke es el autor del guion de El cielo sobre Berlín, una de las obras maestras de Wim Wenders. No fue su único trabajo escribiendo libretos, pero sí el más famoso. Antes había trabajado en cortos, obras y películas como Falso movimiento -también junto a Wenders- y algunas de sus novelas han sido adaptadas a películas.
Como muchos guionistas, su salto a la dirección también se produjo en películas como La mujer zurda, basada en su propia obra y con la que compitió incluso en el Festival de Cannes en 1978. Su nombre como uno de los escritores más prestigiosos le llevó también a Venecia, donde optó al León de Oro con La ausencia, con guion suyo y protagonizada por Bruno Ganz, uno de los actores emblema de su amigo Wim Wenders.
Con este premio, Handke vuelve al redil, al más puro mainstream. Con eso y con todo, es de los últimos románticos que cree que hay que exigir “respeto” a la literatura. “Un escritor ha de ser noble”, comentó en una ocasión. Y citó a Goethe: “Ya que anticipar el sentir de las almas nobles / es la más deseable profesión”. Rechazaba a los autores imbuidos por la cotidianidad publicada. Él cree en defender un centro desde el margen. Que así sea. Y siga siendo.