"Un niño a solas con sus libros es, para mí, la verdadera imagen de una felicidad potencial, de algo que siempre está a punto de ser. Un niño, solitario y con talento, utilizará una historia o un poema maravillosos para crearse un compañero", escribía Harold Bloom. La literatura en sí es, a su vez, un amigo del que uno no se separa hasta que le llega la muerte —pues, leer, como montar en bici, es algo que no se olvida—.
Para el estadounidense se leía porque uno no podía conocer a fondo a toda la gente que quisiera; leía para conocerse, para conocer a los demás y para conocer el significado de lo que le rodeaba. Era capaz de devorar 400 páginas en una hora ya que, tal y como decía, "la vida es corta y hay que elegir bien qué leer".
La dedicación que Bloom le prestó a las letras fue honesta y sin parcialidad alguna —eso pensaba él— pese a las voces que predicaban sus críticos, quienes calificaron su canon occidental de una lista de varones blancos muertos. Y es que, todo ha de decirse, en El canon occidental, publicado en 1994, analiza la obra de los 26 escritores que, según él, conforman la tradición literaria occidental. Entre ellos destacan autores como Miguel de Cervantes, Walt Whitman, James Joyce, Jorge Luis Borges, Franz Kafka o Pablo Neruda. Solo tres mujeres tienen un hueco en el canon para criterio del estadounidense: Jane Austen, Emily Dickinson y Virginia Woolf.
Bello y sublime
La polémica es evidente. La falta de diversidad étnica y de género fue motivo de debate en el que se tachaba a Bloom de elaborar un canon elitista mientras que, según sus palabras, "uno solo irrumpe en el canon por fuerza estética". El dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia de la dicción eran indispensables para ser parte de la lista. Sabedor de la autonomía de los valores estéticos kantiano, el provocador teórico defendía que la literatura que se fundamentaba en conceptos de belleza o sublimidad en la que prevalecía lo estético frente a cualquier otra cualidad. "Ningún movimiento originado en el interior de la tradición puede ser ideológico ni ponerse al servicio de ningún objetivo social, por moralmente admirable que sea", consideraba en el libro que desató la disputa.
Ningún movimiento originado en el interior de la tradición puede ser ideológico ni ponerse al servicio de ningún objetivo social, por moralmente admirable que sea
La clave para Bloom, por lo tanto, radica en subvertir todos los valores existentes, tanto de los escritores como de los lectores. Leer el canon occidental con la finalidad de que construya unos valores sociales, políticos y morales es un error que nos convertiría en "monstruos entregados al egoísmo y la explotación". De esta manera, opinaba que leer al servicio de cualquier ideología era lo mismo que no leer nada.
Es por ello que la lectura de Proust, Chaucer o Goethe, también presentes en los 26 privilegiados, consiste en contribuir a la edificación de un "yo interior" y a soportarse a uno mismo. "Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos (...) Lo único que el canon occidental puede provocar es que utilicemos nuestra soledad, esa soledad que, en su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad".
¿Un canon objetivo?
La reflexión del recién fallecido se fundamenta sobre unos cimientos estáticos, inmutables. El israelí Even-Zohar, por ejemplo, achaca que los mecanismos de canonización son dinámicos y que se organizan bajo un proceso cambiante constante; su inmutabilidad, de hecho, podría responder a criterios ajenos al meramente estético.
Asimismo, Bloom no contaba con los prejuicios que pudiera tener por pertenecer a una época y un contexto determinado. Él mismo, en una entrevista, alegó que si tuviera que rehacer el canon habría incluido a César Vallejo por delante de Pablo Neruda, por lo que un valor universal como debe ser un canon fue relativizado por el propio creador del mismo.
Denominaba Escuela del Resentimiento a los movimientos marxistas y feministas que trataban de desacreditar su trabajo sin entender que él también formaba parte de un discurso. Quizá era consciente de ello y trabajó hasta el fin de sus días para comprobar la validez de su obra. Al fin y al cabo, impartió su última clase en la Universidad de Yale el pasado jueves, a los 89 años.
"Desprenderse completamente de los prejuicios, bien lo vio Gadamer, es tarea imposible. Ahora bien, si no se intenta, la caída en dictámenes ajenos a los propios, al margen de cualquier presunta autonomía racional, sería total, de modo que nos vemos obligados a luchar con lo inevitable, a iluminar algo que nunca se deja ver del todo pero que, en caso de abandonarlo, nos cegaría por completo", escribe Ilia Galán en Teorías del arte desde el siglo XXI. Y eso es exactamente lo que Harold Bloom intentó ofrecer mediante su canon literario, un canon que, correcto o no, ajeno a injerencias ideológicas o no, evidencia la histórica dominación masculina en el arte de la literatura. Algo que por fin está cambiando.