A lo largo del siglo XX el marxismo sufrió una serie de lecturas y reinterpretaciones por parte de diferentes intelectuales en el viejo continente. La revolución bolchevique dio inicio a un sistema marxista-leninista, mientras que en Europa surgieron movimientos reacios a lo que posteriormente se conocería como el estalinismo y otras derivas políticas calificadas como autoritarias.
En 1923, en plena crisis alemana tras la Primera Guerra Mundial, se conformaría la Escuela de Frankfurt —un grupo de investigadores que se adherían a las teorías de Hegel, Marx y Freud—, donde destacarían personalidades como Walter Benjamin, Max Horkheimer, Jürgen Habermas o Theodor W. Adorno. De todos modos, estos teóricos del renovado marxismo no pertenecían a una clase humilde sin posibilidad de subsistir. Todo lo contrario: la mayoría de los intelectuales de la Escuela de Frankfurt pertenecían a familias adineradas de empresarios judíos. Tal y como menciona Stuart Jeffries en Gran Hotel Abismo. Biografía coral de la Escuela de Frankfurt (Turner), aquellos jóvenes se rebelaron "contra el espíritu comercial de sus padres".
La aparición del fascismo en esta misma década y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 obligó a los pensadores judíos a exiliarse en Estados Unidos. Adorno, de quien se cumplen 50 años desde que murió este 6 de agosto, fue uno de los que más teorizó acerca del nazismo y "cómo el pueblo alemán en particular llegó a desear su propia dominación en vez de alzarse en una revolución socialista contra sus opresores capitalistas".
El genocidio nazi —a él se le atribuye la frase de "escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie"— influyó directamente en la ideología de Adorno, quien rechazó cualquier tipo de sistema que privase de libertad al individuo. Para él, al igual que para la mayoría de sus compañeros filósofos, el pensamiento era el acto verdaderamente radical, y no el uso de la violencia: "Quien piensa, ofrece resistencia".
De la teoría a la práctica
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el intento de construir una nueva Europa de derechos y libertades, los miembros de la Escuela de Frankfurt seguían sumidos en su introspectiva revolución, sin ninguna intención de llevar su ideología a la práctica. Esta pasividad era precisamente lo que en la segunda mitad del siglo XX se volvería contra ellos, siendo catalogados como comunistas de sillón. Líderes estudiantiles como Rudi Dutschke y Daniel Cohn-Bendit creían que había llegado la hora de unir la teoría a la práctica, revolucionar las universidades y destruir el capitalismo.
Adorno había vuelto a Alemania y asumió el cargo de director del Instituto para la Investigación Social, mientras que un antiguo amigo, el sociólogo y filósofo Herbert Marcuse, se quedó en Estados Unidos soñando con una posible utopía en el país capitalista por antonomasia.
Esa utopía soñada por Marcuse en los sesenta no encajaba con los planteamientos de Adorno. Las cartas que se enviaron así lo relatan. El primero estaba escandalizado por el hecho de que el mayor exponente de la teoría crítica hubiera llamado a la policía para desalojar a un grupo de estudiantes que protestaban en el edificio del Instituto de Investigación Social. "Todavía creo que nuestra causa (que no es solo nuestra) es mejor defendida por los estudiantes rebeldes que por la policía y, aquí en California (y no solo en California), veo pruebas de esto todos los días", escribía Marcuse. "No podemos borrar del mundo que estos estudiantes están influidos por nosotros", insistía el ideólogo desde Estados Unidos.
No obstante, no había quien cambiara de parecer a Adorno. Pese a mantener que él no había cambiado y que eran los alumnos quienes estaban "degenerando en una irracionalidad abominable", el alemán se inclinó por justificar la República Federal Alemana por encima de la Alemania del Este.
Poco a poco, aquellos universitarios que una vez se fijaron en las teorías francfortianas comenzaron a desconfiar de su profesor hasta el punto de escribir en la pizarra frases como "Si se deja en paz a Adorno, siempre habrá capitalismo". Otros gritaban "¡Abajo el informante" y hasta la prensa se hizo eco del giro del profesor. "Adorno como institución ha muerto", publicaba el diario Frankfurter Rundschau.
Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?
"Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente querría ponerlo en práctica con cócteles molotov?", se lamentaba Theodor Adorno en 1969. Coincidía con Jürgen Habermas en calificar los actos de sus propios estudiantes como "fascismo de izquierdas", lo cual enfurecía a un alumnado cada vez más politizado en cuestiones como las luchas sociales.
Uno de los escenarios más críticos en el que se vio envuelto el profesor ocurrió un 22 de abril de 1969. En plena conferencia del histórico y a la vez polémico filósofo, tres mujeres protestaron descubriéndose los pechos y echando sobre él pétalos de rosas y tulipanes. Ante la protesta, Adorno tomó su sombrero y su abrigo y salió precipitadamente del aula.
Este incidente sumió al filósofo en una profunda depresión. El pensamiento adorniano había sido derrotado mientras su compañero Marcuse era vitoreado al otro lado del charco. De esta manera, el profesor decidió tomarse unas vacaciones haciendo alpinismo en Suiza, donde padeció ataques de arritmia y palpitaciones. Ignorando el consejo de sus médicos, partió a una excursión de la que no se recuperó, y falleció a los pocos días debido a un infarto agudo de miocardio.
Theodor Adorno falleció el 6 de agosto de 1969 sin entender que, al igual que una vez él se desprendió de la ortodoxia de sus padres, eran sus hijos ahora —los estudiantes— quienes se rebelaban contra el padre que una vez habían seguido.