“Cómo habría cambiado mi vida de haberme llamado Emilio”, decía Pardo Bazán -que fue tantas cosas: escritora, crítica mordaz, catedrática pionera, feminista, lúbrica, libre, rebelde, repudiada, sorda al canon y al imperativo social-. Y cómo hubiera cambiado la de Benito Pérez Galdós si no hubiera existido Emilia. Por ella fue un cazador cazado: por ella se planteó abandonar su leyenda de mujeriego, de triste, de díscolo, de enfermo; por ella quiso ser fiel, ser alegre, ser fuerte, ser viajero. Eran la noche y el día. Emilia tenía el arrojo que a él le faltaba. Le hizo conocer el amor de forma pasional, oscura, sofisticada, y sin ella, él ya no se entiende completamente, ni como escritor ni como hombre, justo ahora que la Biblioteca Nacional abre en dos días la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana para recabar su personalidad polifacética y su nueva manera de entender la modernidad.
Una vez fueron amigos -o mejor dicho, ella jugaba a que él fuera su maestro, fingiéndose inocente-. Al tiempo, Emilia se lo recordaba así: “Antes de que me conocieses, cuando no nos unía sino ensoñadora amistad, ya me figuraba yo -con pureza absoluta, que ahí está lo más sabroso de la figuración- las delicias de un paseíto ensemble por Alemania. Los que habíamos dado al través de Madrid me tenían engolosinada, y pensaba yo para mí: ‘Qué bonito será emigrar con este individuo (…) Parece delicado de salud: le cuidaré yo que soy robusta; me lo agradecerá: me cobrará mucho afecto, y ya siempre seremos amigos’ (…) En otras cosas no pensaba, palabra de honor. Tu aparente frialdad, el respeto que te tenía, tu aspecto formal y reservado, me quitaron esa idea enteramente”.
Les separaban ocho años, un mundo entero y mil críticas machistas: Baroja, Pereda, Clarín y el largo etcétera del establishment cipotudo de la época repudiaba a Pardo Bazán. Le dijeron de todo, desde que era de una “obesidad desagradable” hasta que “en su conversación, era ansiosa y trepadora”, para llegar aún más lejos: “Cuando se muera, habrá fiesta nacional”. Pero Galdós no se dejó contaminar por los juicios misóginos de sus colegas de oficio y siempre la miró con horizontalidad, con admiración y respeto. Su amor fue ferozmente erótico, sí, pero antes que nada fue intelectual. Su cerebro común -hormigueante, ambicioso, literario, retador- fue lo que edificó su sexo. Será que se desea más lo que se sabe nombrar; lo que se sabe pedir.
De hecho, se encontraron maduros y exitosos, cuando habían demostrado ya su genialidad: ella acababa de soplar 37 y había publicado Los pazos de Ulloa y La madre Naturaleza. Él había lanzado Fortunata y Jacinta: casi nada. Ella estaba separada; él, soltero. Ambos picoteaban con todas y todos. A ella se le conocía el affaire con Blasco Ibáñez -quien entonces era el novelista más popular y con quien acabó la cosa en reyerta: él la acusó de haberle robado el argumento de un cuento que aún no había escrito y que supuestamente habría desvelado en un momento íntimo-. A Galdós se le contabilizaron novias como Concha-Ruth Morell, Lorenza Cobián o Teodosia Gandarias. En común con Pardo tenía su gusto por una sensualidad libertina. Lo que no esperaban, lo que nadie espera, fue la irrupción perversa de una sentimentalidad clásica que les llevaba a sufrirse, a extrañarse, a encelarse, a desear poseerse.
Juegos eróticos (y una relación abierta)
Se escribieron. Se provocaron. Se divirtieron. Ella le llamaba "miquiño mío", "monín", "pánfilo de mi corazón", "roedor", "camaraíta", y se identificaba como "tu rata", "tu peinetita", "tu buitra". Cuentan que corría el abril de 1889 y un guarda recogió en el paseo de la Castellana, en Madrid, una prenda íntima de Emilia Pardo Bazán que fue regalada a Galdós... y que salió volando. Ella se partía de risa en una carta: “Por fortuna, esa prenda no tenía la marca que llevaban otras de su mismo género: una ‘E’ coronada”. Llegó a fantasear con que su tela hubiese estado “diez segundos” en la cabeza del guarda. Se conserva gran parte de la correspondencia de ella hacia él; no así de vuelta. Los historiadores señalan que o bien Blanca, la hija de Emilia, la quemó, o la destruyó Carmen Polo en Meirás, una vez comprado el pazo por forzosa suscripción.
Viajaron a Alemania para besarse en la calle sin esconderse; en España les excitó la clandestinidad. Se cuenta que en un momento, él empezó a turbarse -no era nada fácil para un hombre de su tiempo lidiar con una emancipada pionera- y le propuso estabilizar su relación. Fue ella la que no quiso dar el paso. Amaba demasiado su libertad. Galdós, auscultándose emocionalmente, reconoce que se sintió ofendido cuando en 1888, en Barcelona, durante la Exposición Universal, ella se entregó a una noche tórrida con José Lázaro Galdiano. ¡Y eso que él se veía con la joven hermosa e iletrada Lorenza Cobián, quien trabajaba de modelo de pintores! Orgullo masculino herido.
Quizá se distanciaron cuando Lorenza dio a luz a María, la única hija que Galdós reconocería con sus apellidos. O cuando Emilia se negó de una vez por todas a cambiar la tónica de su relación. Fuera como fuese, adquirieron un tono más profesional… que nunca se normalizó del todo, porque los mentideros contaban que siendo bien maduros ya, los dos amantes épicos se cruzaron de forma accidental en unas escaleras. Al toparse, ella le espetó: “Adiós, viejo chocho”. Y él le contestó: “Adiós, chocho viejo”. Aquí recogemos las frases eróticas y amorosas más hermosas que Emilia le dedicó a Benito -Miquiño mío (Turner)-, cuando la vida aún salía a recibirles.
1. “Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote”.
2. “En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre”.
3. “¿No me dabas el alma hasta las últimas raíces?”.
4. “En prueba te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo”.
5. “Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria… y si no también muy bien, siempre será una felicidad inmensa que contigo y sólo contigo se puede saborear, porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro. Yo sí que debía renunciar a la lectura y deletrearte a ti solo. Hay mil corrientes en mi pensamiento que sólo contigo desahogo”.
6. “En un minuto te puedo dar más bienes y alegrías que nadie. ¿Qué, no has sido feliz estas últimas tardes?… Ayer me han dicho que Zola está a punto de enloquecer por miedo a la muerte. ¡Qué tonto es ese hombre de genio! ¡Miedo a la muerte! Si hubiera vivido en una semana lo que yo… y lo que tú, no le tendría miedo alguno”.
7. “Te aplastaré... Te morderé un carrillito, o tu hocico ilustre... Te daré a besar mi escultural geta gallega".
8. “Búscame casita, niño... Te beso un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo”.
9. “Siempre me he reprimido algo contigo por miedo a causarte daño físico, a alterar tu querida salud... El quererme a mí tiene todos los inconvenientes y las emociones de casarse con un marino o un militar en tiempos de guerra. Siempre doy sustos”.
10. “Ante la moral oficial, no tengo defensa, pero tú y yo se me figura que vamos un poco para nihilistas en eso. Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas”.
11. “Te daré lo que creas necesitas de mí... y a cambio no exigiré nada. ¿Conviene el trato?”.
12. “Lo merezco todo. Y, sin embargo, te quiero, te quiero, te quiero”.
13. “Pues bien: yo no quiero que me dejes. No; tú eres para mí. Para mí tus besos todos, todos”.