La Historia de España se ha visto abordada en las últimas fechas por cierto revisionismo que emana del presente. Olvidada queda ya la polémica en torno al intento portugués de arrogarse el mérito de la primera vuelta al mundo en barco al ser Magallanes ciudadano luso, derribada con argumentos y firmeza por un insólito informe de la Real Academia de la Historia. Controversia genera también la necesidad o no de rememorar la poliédrica figura de Hernán Cortés, entre el mito del conquistador sanguinario y el libertador de indios, en el quinto aniversario de su desembarco en las costas mexicanas. Y procedente de ese país aún colea el último debate, la anacrónica petición de su presidente, López Obrador, a España: una disculpa formal por las atrocidades cometidas sobre los pueblos indígenas durante la conquista.
No resulta habitual el encadenamiento tan ordenado de polémicas históricas de semejante envergadura —también se puede incluir en la saca la propiedad del galeón San José—; pero sí es es cierto que la historiografía española, o al menos un sector bastante identificable, se está rebelando contra todos estos ataques, tratando de demostrar que el español, cuando dominaba buena parte del mundo, no era demoníaco, como sí opinaba Guillermo de Orange. Y al pueblo le excita esta forma de patriotismo, de combatir las falacias extranjeras; si no no se entiende el éxito de libros como Imperiofobia y Leyenda Negra (Siruela).
Precisamente su autora, la filóloga María Elvira Roca Barea, se sentó este lunes en Casa América a charlar con Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, con la excusa de celebrar los 100.000 ejemplares vendidos de su obra. Debatieron durante una hora sobre la función globalizadora de un Imperio español que nació con el descubrimiento de América y se perpetuó durante tres siglos, sobre el legado cultural que arrojó la llamada conquista de la Nueva España y, sobre todo, de la necesidad de desterrar las visiones más agoreras sobre la Historia de España, la "fracasología", que dice Roca Barea.
"Hemos cultivado la sombra y la oscuridad durante demasiado tiempo, de forma enfermiza, y no estaría mal empezar a cultivar la luz en nuestro mundo hispano", lanza la autora del bestseller histórico. "Y lo hemos interiorizado todo, ese énfasis sobre lo malo, esas exageraciones que ha creado la Leyenda Negra", añade Carmen Iglesias. La monarquía hispánica mutó en la España convulsa del siglo XIX, y ahí comenzó a propagarse cierta amnesia. Solo los más avispados, como Galdós, fueron capaces de afrontar aquella coyuntura y promover una mínima conciencia histórica, defienden ambas durante el coloquio titulado El mundo panhispánico: abriendo caminos. Qué sería de Trafalgar, por ejemplo, sin haber escrito sus Episodios Nacionales.
Entonces, ¿a qué se debe ese sentimiento histórico derrotista, a ese olvido del Imperio constituido por Carlos V y consolidado por su hijo Felipe II? Responde Roca Barea: "El final del imperio adquiere la conciencia de un fracaso, pero toda fragmentación política lleva aparejada empobrecimiento y complejidad". Y cambia el enfoque de la cuestión: "Lo extraordinario es que un territorio con un océano en medio se mantuviera unido durante 300 años. No nos hacemos la pregunta de cómo se fabricó, de quién fue el genio que dio estabilidad política a un territorio que abarcaba culturas y religiones tan distintas y hacerlas convivir razonablemente. Lo mismo pasa con el Imperio romano. Hay que preguntarse cómo fue posible, no por qué cayó".
Y esa sensación de fracaso, según Carmen Iglesias, también académica de la RAE, se atribuye a todo lo anterior: "Todo pasado se contamina con problemas del presente; y es peligroso volver al pasado y tergiversarlo porque se ocultan los problemas actuales. Eso son los populismos". La Premio Nacional de Historia en el año 2000 prefiere reivindicar las biografías "apasionantes" de los hombres que se embarcaron a las Américas, como Francisco de Aguirre, miembro de los tercios y de inquietudes universitarias; o Núñez de Balboa, que llegó a Cartagena de Indias con su perro Leoncico y escondido en un polizón. Son personajes vibrantes, "gentes de brújula y espada", del esplendoroso siglo XVI. La tendencia viró en el XVII, el que algunos historiadores ven como el siglo maldito, y comienza a hablarse de declinación. "El 'Dios nos ha abandonado' de Felipe II y su Gran Armada crea un espíritu de responsabilidad, de malestar; hay una corriente pesimista existencial que se extiende en los textos", señala Iglesias.
Todo terminó de desmontarse en el siglo siguiente, cuando la invasión napoleónica descabeza el poder y luego restaura al controvertido Fernando VII, con quien se precipitan las independencias de los territorios americanos. "La independencia fue un proceso gigantesco de luchas civiles en el interior de los territorios que afectó a las poblaciones indígenas que habían sido grandes protegidas de la monarquía hispánica" dice Roca Barea; y añade: "El fenómeno del mestizaje se detiene en el siglo XVIII, porque aparece una mentalidad nueva en las élites americanas, que es el origen del racismo científico".
La conclusión la dicta también la autora de Imperiofobia: "Necesitamos hacer una reconciliación con la historia, acabar con el perpetuo ajuste de cuentas que se da en el mundo hispánico a un lado y a otro del Atlántico. La Leyenda Negra existe aquí y existe allí. Esta es la razón cultural, es una fuente de riqueza si la sabemos utilizar para el futuro en beneficio propio. Justo lo contrario que hace López Obrador. Apéense, eso sí, los del imperialismo nacionalista, eso nunca va a volver". Porque, como dice Carmen Iglesias, "hay que distinguir entre patriotismo y nacionalismo. Se trata de hechos por encima de ideologías o teorías".