Son las 20:30 horas de un miércoles. Llueve. Daniel y Virginia andan perdidos por las calles de Lavapiés (Madrid). Y casi corren para resguardarse en un bar en el que si no recuerdan mal, estuvieron tomando algo un domingo de rastro. Se llama Bodegas Lo Máximo. Parece distinto cuando entran, casi transformado. El local está lleno —a diferencia de aquel día— y todos parecen esperar algo o a alguien.
Al fondo, el escenario aguarda. Aquel domingo solo era el sostén de un par de mesas y sillas, como en cualquier otro bar. Hoy, los focos apuntan hacia él. Iluminan una pared llena de flores vintage naranjas y amarillas, que bien recuerdan a cualquier escena de una peli de Almodóvar; una lampara de pelo blanco y a un perro de plástico. No deja indiferente. Los músicos toman asiento. La muchedumbre comienza a hacinarse frente a él, detrás no cabe casi un alfiler. Y empiezan a sonar las primeras notas.
La butaca más baja no la ocupa nadie. El centro de todas las miradas está vacío. Pero ella, Piluka Aranguren, ya está preparada detrás de la barra: empieza el espectáculo. Todas las miradas se giran hacia allí y, de repente, una voz fuerte, íntima y poderosa empieza a escucharse. Interpreta Con el diablo en el cuerpo, de La Lupe. No hay micrófonos.
Noche de boleros
Hoy tengo el diablo en el cuerpo / Me abraza la fiebre de tu amor / Hoy me atormenta al consuelo / Me abraza la fiebre con andor / Es mi delirio por ti / me consume / me fatiga / me emborracha a la vez... Con garra, se deja el alma en cada verso y te llega, hasta dentro. Recorre toda la barra, bailando —con vestido de flores para la ocasión—, chisca los dedos, no para; esquiva a los camareros, que no dejan de servir maestras, para en los grifos de cerveza y vuelve a soltar su vozarrón. Después, continua taconeando, se mueve entre los asistentes y llega al escenario, donde entona las últimas notas de La Lupe, ya más cerca de la guitarras.
Nadie habla, todos le miran. Muchos atónitos, tal vez como Daniel y Virginia que todavía no saben muy bien qué es lo que está pasando. Alguien se acerca y les susurra: esto es Noche de boleros, la que a partir de ese día sería la cita obligatoria de cada miércoles en el barrio. Suena el aplauso rotundo y la ovación, lógico. Pero pronto manda callar. Tiene carácter, quiere que se le escuche bien. Para cantar no tiene otra cosa que su voz y eso requiere silencio. El público obedece.
Quién iba a decirle a estos dos burgaleses que aquel miércoles se irían a encontrar con algo así. Un lugar castizo donde los haya, apenas tocado por el tiempo, prácticamente igual a como lo diseñó "el Máximo" cuando abrió las bodegas en 1950 para elaborar y vender su propia cerveza y vermut. Uno de los primeros lugares de cañeo de la ciudad, hoy convertido, además, en uno de los lugares con más encanto —musical— de Madrid y que vive rodeado por la incertidumbre.
Cuando Máximo se jubiló, su hijo Paco —que decía que había nacido en la cocina del bar— continuó con el negocio. Y para cuando este último se jubiló, con más pena que alegría, Mamen, Elena y Piluka, tres vecinas del barrio, amigas y actuales socias del local, ya andaban enamoradas de Bodegas Lo Máximo. Hicieron un traspaso y, desde entonces, lo convirtieron en lo que es hoy. De eso ya hace 20 años. Les unía el mundo de la cultura, una venía del circo, otra se dedicaba a la fotografía y la última a cantar.
Sin embargo, la carta que llegó hace unos meses podría cambiarlo todo. Un fondo buitre inglés ha comprado todo el inmueble de la calle de San Carlos, 6, compuesto por 20 viviendas y tres locales. En ese momento, Bodegas Lo Máximo parecía abocado a transformarse en la recepción-cafetería de unos apartamentos turísticos. Ahora, después de que las socias del bar hayan llegado a un acuerdo con los inversores, la situación es más esperanzadora, aunque no exenta de riesgos.
Ninguna de las tres encargadas del local sabían que la dueña había vendido el inmueble, solo recibieron una misiva en la que les comunicaban a quien debían pagar el alquiler. "Llevábamos con los mismos propietarios 20 años. Empezaron a vender viviendas y hablamos con ella para decirle que estábamos interesadas en comprar el local, nos dijo que ya se hablaría...", cuenta a EL ESPAÑOL, la cantante vasca de Bodegas Lo Máximo, Piluka.
Como un cabaret
Tampoco les ha importado mucho que siete personas trabajen en el bar, ni que también sean artistas, y casi familia. Al menos así fue cuando Daniel y Virginia fueron al local ese primer miércoles. Los boleros siguieron brotando hasta casi la media noche. Pero para entonces, Daniel había avisado a su amigo Enrique: "Vente, tienes que ver esto". Y Enrique había convencido a Lorena, Raúl y José Andrés para que le acompañaran.
Nadie había escuchado antes hablar de Bodegas Lo Máximo hasta aquella noche. Al día siguiente parecía inevitable no hablar de ello. Sonó Corazón loco, de Antonio Machín. Yo no me puedo explicar / cómo los puedes amar tranquilamente / yo no puedo comprender / cómo se pueden querer / dos hombres a la vez, y no estar loco... No era solo la letra, la música en directo o esa voz grave y a veces contenida a dientes cerrados, era aquel lugar sencillo en el que personas de todo tipo se habían juntado para escuchar lo que parecía que hacía tiempo estaba muerto.
No fue lo que más sorprendió, desde luego. No fue solo Piluka la que subió a ese escenario de los miércoles. Los papeles iban cambiando conforme pasaba la noche. Guiomar estaba poniendo cañas cuando, de repente, la reclamaban ante los focos. Entonces empezó Piluka a cantar Contigo Aprendí, de Los Panchos. Contigo aprendí / que existen nuevas y mejores emociones / Contigo aprendí / a conocer un mundo nuevo de ilusiones / aprendí / que la semana tiene mas de siete días / a hacer mayores mis contadas alegrías... Contigo aprendí que yo nací el día en que te conocí. Al mismo tiempo, Guiomar había interpretado con su cuerpo, frente al público, cada verso y cada palabra de la canción.
Le siguió otra camarera con las castañuelas. La barra tenía arte. Pero si hubo alguien que dejó sin aliento, entre ellos, fue Gloria Albalate, también cantante y que aquella noche también estaba sirviendo maestras. Eligió una de Chavela, La llorona. La inimitable. Ay de mí, llorona / Llorona, tú eres mi chunca / Ay de mí, llorona / Llorona, tú eres mi chunca... No parecía real. Entonces, Lorena dijo: "Ay, esto era lo que necesitábamos".
—¡No había nadie en la barra que no subiese al escenario!
—(Piluka ríe) Así es, los bares están llenos de artistas, nos hemos juntado unos cuantos, cada uno tiene su momento y es genial. Esto es... como un cabaret, pero al natural. Y que siga así...
En la segunda parte de su noche de boleros, después del descanso para el piti, sentada en su taburete, se confiesa ante el público: "No sabemos qué va a pasar con el local. Se están llevando el barrio; Lavapiés está vivo, tiene edificios vivos y nos dejan sin casas, sin locales, todo por el turismo. Esto no puede seguir así, ¡tenemos que hacer algo!".
"¡Nos encadenamos en la puerta!", grita alguien de la primera fila. La cantante ríe, aunque en realidad llora por dentro. La siguiente canción, Contigo Aprendí, de Luis Miguel, que habla del amor, en esta ocasión, va dedicada para el infinito que siente por las Bodegas... Contigo aprendí, que yo nací el mismo día en que te conocí..
Son noches mágicas. Así define la propia Piluka a sus miércoles. Y no solo este día, Bodegas Lo Máximo pasó de ser una bodega, valga la redundancia, a ser un espacio multiartístico en el que tan pronto se cantan tres boleros, como se presenta un libro y se hace una paella al día siguiente. Un lugar único que aquel miércoles, cuando se agotaron las notas, terminó con Piluka encima de la barra del bar, esquivando, en esta ocasión, las lámparas que colgaban del techo y cantando Me cago en el amor, de Tonino Carotone, que le acompañaba desde el escenario. Yo no quiero sufrir pero aqui' estoy / y estoy sufriendo y no me arrepiento, me cago en el amor. Un delirio maravilloso. No dejen morir a este lugar. Es lo máximo.