Los seres complejos aman complejo: ya decía Pablo D’Ors que los intelectuales -los verdaderos intelectuales- tienen siempre demasiadas objeciones para entregarse a cualquier cosa, idea, libro o persona. Por eso bailan con cientos de ellos, porque la vida se les queda estrecha y están buscando siempre algo que está más allá. Es exactamente ese el caso de George Orwell, célebre periodista y escritor británico, autor de obras tan irónicas como Rebelión en la granja o 1984.
Sus variopintos -y extramatrimoniales- romances siempre generaron habladurías, ya desde los primeros años en los que empezaba a consagrarse como autor hasta su lecho de muerte; pero ahora ha salido a la luz una nueva correspondencia del genio, donde se intercambia misivas con dos amantes que le influenciaron definitivamente tanto en vida como en obra.
Según sus biógrafos, estas cartas -que han sido rescatadas por el hijo de Orwell, Richard Blair, quien planea donarlas al Archivo George Orwell en el University College de Londres- pueden cambiar “radicalmente” la idea que teníamos de tan discutido escritor. En una de ellas se desvela cómo Orwell le escribió a Brenda Salkeld ya el día después de su primera boda: la había conocido unos años antes de su primer éxito editorial, en 1933, y sería una mujer clave en su trayectoria.
En una carta posterior le sugirió que podían tener relaciones sexuales dos veces al año, siempre con la aprobación de su esposa. Siguió colmándola de cartas hasta 1949: incluso días antes de contraer sus segundas nupcias -después de casarse con Eileen O´Shaughnessy, lo hizo con Sonia Brownell-, incluso después de la muerte de Brenda. Salkeld no era sólo un objeto de deseo carnal: en ella volcaba todos sus pensamientos, todas sus ideas frescas, y algunas de las semillas que después desarrollaría literariamente.
Dos amantes
Pero lo cierto es que no era la única. Mucho romanticismo destilaba también hacia su otra amante, Eleanor Jaques, a la que se dirigía con un afecto quizá más profundo, más loco y desesperado. En 1932, Orwell le escribía a Eleanor que no podía parar de recordar su “hermoso cuerpo claro en el musgo verde oscuro”. ¡Y ahí ya estaba casado! En otra misiva, le pregunta: “¿Me es posible todavía enviarte mi amor, o has encontrado ya a otros admiradores?”.
En una carta escrita a Brenda Salkeld, le expresa cómo se sentía de “humillado” porque ella le hubiese rechazado”: describe con mucha exactitud su “sufrimiento” a la vez que lo acepta, porque, dice, “debe estar en la naturaleza del hombre”. Más madera: “No sé si alguna vez te has dado cuenta de cuánto significas para mí. Una vez me dijiste que pensabas que, finalmente, vivirías tu vida al lado de un amante… si es así, no entiendo por qué ese no debería ser yo”.
Pero la más curiosa, sin duda, es aquella en la que habla del pacto que hizo con su primera mujer para poder acostarse con ella. Le revela a Salked que su esposa ha “comprendido” sus “deseos”, y que estos no eran otros que “poder acostarme contigo dos veces al año, sólo para mantenerme feliz”.
El biógrafo más reputado de Orwell, D.J. Taylor, asegura que estas cartas a estas dos mujeres fascinantes realmente modifican todo lo que sabíamos del autor, porque “las amaba”, pero no se limitaba a eso, sino que “las utilizó como sondas para ir colocando sus opiniones sobre todo, desde los libros que estaba leyendo hasta la situación mundial”. “Eran cartas altamente personales”, ha deslizado Blair, su hijo, quien ha tardado meses en comprar todas las cartas a los descendientes de las dos amantes de su padre. “Parece que en ambos casos acabó habiendo algo de contacto físico. Le gustaban las mujeres fuertes. Mujeres que tenían opiniones sobre las cosas. Eso es lo que les atrajo de ellas… lo demás que ocurriese, sólo fue un regalo”.