En el Antiguo Egipto las costumbres eran más que diferentes a las de ahora. También las costumbres sexuales. Allí tenían lugar rituales como aquel en el que los faraones homenajeaban anualmente al dios creador Atum, "el que existe por sí mismo", masturbándose a orillas del río Nilo y asegurándose que su semen corriera por el agua del Nilo. Posteriormente, los asistentes procedían a emular al faraón.
Los egipcios también creían en el sexo después de la muerte, y por ello en muchos sarcófagos se han encontrado momias con penes falsos o pezones falsos dependiendo de si eran hombre o mujer, porque tenían que estar preparados para poder seguir practicando sexo en el más allá, y la familia se encargaba de que el cadáver estuviera en condiciones para cumplir en la otra vida.
La historia de esta creencia se remonta a Osiris, primera momia. La leyenda estableció que su mujer, Isis, fue a buscar su cadáver para poder tener sexo y resucitarle, y lo consiguió, por lo que desde entonces se estableció que todos los muertos tenían que copular una vez fallecidos antes de ir al más allá. Para ello se celebraba ‘la ceremonia de apertura de la boca’, realiza para que el alma de una persona pudiera sobrevivir en la vida futura, ya que allí también necesitaría comida y agua.
El ritual, denominado por los egipcios uep-rá, consistía en volver a abrir todos los orificios del cuerpo, pero no sólo bocas y ojos, sino también aquellos orificios utilizados para copular, ya que se pretendía que en su vida en el más allá pudiera también tener relaciones sexuales.
Consistía en la utilización de diversos utensilios especiales, entre ellos un cuchillo con forma de cola de pez y realizado con sílex u obsidiana, un cuchillo en forma de cabeza de serpiente llamado ‘uerhekau’ o incluso una pata del ternero previamente sacrificado durante el funeral, para tocar los orificios del cuerpo momificado.